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CARLOS PRIETO JACQUÉ | Violonchelista y escritor asturmexicano

"Casado y con tres hijos, dejé la industria y me dediqué al chelo"

"He hecho 110 estrenos mundiales porque me molestaban - los años que había perdido y quise enriquecer el repertorio"

Carlos Prieto, en el claustro del hotel de la Reconquista, la pasada semana, en Oviedo. MIKI LÓPEZ

El mundialmente aclamado violonchelista y escritor asturmexicano Carlos Prieto Jacqué (Ciudad de México, 1937), descendiente de una larga dinastía vinculada a Bueño (Ribera de Arriba), fue destinado por sus padres a estudiar el chelo ya antes de nacer. Lo hizo desde los cuatro años, pero su valía como estudiante le llevó a graduarse en Ingeniería y Economía en el MIT de Massachusetts, y su compromiso con el entramado empresarial de su familia le alejó de la interpretación profesional. Tras una estancia en Rusia, en 1962, Prieto estaba a punto de iniciar una nueva y crucial etapa de su vida.

Matrimonio. "Tras mis estudios en Rusia, regresé a México a seguir trabajando como ingeniero en la Fundidora Monterrey. En 1964 me casé con María Isabel Prieto, aquella prima tercera mía a la que había conocido a los diez años en mi primer viaje a Asturias. Tenemos un tatarabuelo común, Pelayo Prieto, originario de Bueño. La había vuelto a a ver cada vez que viajábamos a España. Es una mujer muy activa y estuvo muchos años trabajando en Inglaterra, en Francia, en Alemania. Luego tuvo un alto cargo en la Feria Mundial de Nueva York de 1964 y allí nos 'reconocimos'. Me causó honda impresión. Tuvimos tres hijos muy seguidos: Carlos Miguel, en 1965, Isabel y Mauricio".

La gran decisión. "A medida que pasaba el tiempo iba creciendo en mí un arrepentimiento por no haberme dedicado totalmente a la música. Algunos años después de casarme, ya con tres hijos, lo que complicaba la decisión, abandoné mis actividades industriales en 1975 y me fui a estudiar a Nueva York con Leonard Rose, un chelista extraordinario. También fui a Ginebra a estudiar con Pierre Fournier. No eran periodos muy largos, porque tenía que ocuparme de mi familia, pero pude estudiar con mucha intensidad y empezar una carrera como violonchelista. No estaba seguro de cómo me iría, porque lo habitual es dedicarse desde la niñez ininterrumpidamente. Pero no me fue mal y, al final, he tocado por todo el mundo".

Los estrenos mundiales. "Como me molestaban los años que había perdido, quise encargar obras y enriquecer el repertorio del chelo. Primero convencí a los principales compositores de México y, cuando llevaba 20 o 30 obras, decidí ampliar a España y América Latina, y vinieron 30 o 40 obras más, incluyendo en España muchas de Tomás Marco y una para chelo solo que me dedicó Joaquín Rodrigo. Luego lo extendí al resto del mundo y ahora llevo ya 110. Aunque al público suele gustarle más el Barroco y el Romanticismo, en las giras incluyo alguna obra nueva junto a Bach, Beethoven o Shostakóvich. Así no se asustan demasiado".

Bach. "Siempre me ha dado la impresión de que es el más grande. He tocado sus seis suites gran número de veces y cuando estoy tocando Bach siento que no hay nadie superior".

Stravinsky. "Coincidió mi etapa en Rusia con el único viaje de Stravinsky, en 1962, a su tierra, medio siglo después de su salida en 1912. No había regresado nunca, porque las autoridades soviéticas se referían a él en los peores términos y Stravinsky hacía lo mismo respecto a la URSS y a los compositores soviéticos. Yo le conocía desde niño, porque era amigo de mis padres. Lo fui a visitar a su hotel, donde estaba con su esposa, y él me invitó a todos sus ensayos y conciertos en Moscú. Eran interesantísimos porque el público tenía una reacción de verdadero entusiasmo. ¿Cómo explicarlo después del maltrato de la crítica soviética? El aplauso era a una figura musical extraordinaria y también era un aplauso contra el sistema. Me invitó a cenar y le pregunté por las razones del viaje. 'Es muy sencillo', me explicó, 'la invitación me tocó el corazoncito', como se dice en México. 'Y en cuanto al Gobierno', añadió, 'la ministra de Cultura no sabe nada de música y no tiene ni idea de quién soy'".

Los chelos. "Tengo dos, porque cuando uno necesita alguna pequeña reparación uso el otro. Uno es el llamado 'Piatti', un Stradivarius de 1720, que adquirí hace unos 40 años. Poco después de que llegara a mis manos, empecé a conocer detalles sobre él y me interesaron tanto que me convertí en un detective sobre su vida. Estuvo primero en Cremona (Italia). En 1760 fue traído a Cádiz, donde se quedó 40 años, porque se formó una orquesta de ópera que requirió la importación de músicos italianos. Luego fue a Irlanda, a Inglaterra, a EE UU y en 1989 llegó a mis manos. Uno siente una gran responsabilidad de cuidar un instrumento de 300 años. La edad no implica nada, todo depende de la vida que haya llevado".

Chelo Prieto. "Cuando empecé a hacer giras y a tomar aviones con el chelo me encontré con que era un problema llevarlo a bordo. No se puede poner con las maletas porque las bandas de los aeropuertos tienen desniveles grandes, la caja caería y el instrumento sufriría quién sabe cuántos daños. En las agencias no sabían cómo emitir un boleto para un chelo y perdíamos 30 o 40 minutos cada vez. Un día mi mujer tuvo la idea de bautizarlo como Chelo Prieto y no solo se acabaron las pérdidas de tiempo sino que Miss Chelo Prieto empezó a ganar millaje y a veces tiene billetes gratis".

Escritor. "Sobre el 'Piatti' escribí el libro 'Las aventuras de un violonchelo' (1998), del que ya tengo preparada la quinta edición. Yo tenía dos amigos colombianos en México a los que admiraba mucho: Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez. Fui a ver a Álvaro y le conté que acababa de terminar un manuscrito sobre la vida de un violonchelo, pero pensaba que solo tenía interés para mí. Me pidió que se lo dejara y a los dos días me llamó: 'Lo tienes que publicar y además no te perdono si no me encargas el prólogo'. Al libro no le ha ido mal y se ha traducido a varios idiomas".

Larga letra. "Empecé a escribir de adolescente. Mi primer libro lo escribí mientras estudiaba en la URSS, donde me percataba de estar viviendo una etapa muy interesante. Escribía a mis padres cartas frecuentes, pero sin gran franqueza porque sabía que, pese a no tener yo ningún interés para las autoridades soviéticas, pasaban todas por la censura. Así que contaba lo esencial y escribía el resto en un diario. Al poco de regresar a México, mi padre me dio la idea de publicar el conjunto. Así nació 'Cartas rusas' (1965), el primero de mis diez libros".

El mundo visto a los 83 años. "Curiosamente, no es muy diferente del que veía a los 70 o a los 60. Sigo lleno de entusiasmo, conociendo nuevas obras, escribiendo nuevos libros y dando conciertos. Acabo de regresar de Chile, Ecuador y Colombia, y ahora vuelvo a México, donde tengo varios más. Luego iré a EE UU y, a continuación, otra vez a América del Sur. Habrá algún momento en el que tenga que suspender pero, de momento? No me desconecto del mundo. Como académico tengo que recorrer México y muchos países de lengua española y la pertenencia al Seminario de Cultura Mexicana me hace llevarla por todo México. He dado conciertos en sitios donde nunca habían visto un violonchelo. Además, tocar obras nuevas me mantiene en contacto con compositores jóvenes".

Coda. "Unos minutos antes de un concierto siempre siento cierto nerviosismo, aunque a medida que voy tocando los nervios disminuyen. Después del concierto pienso siempre que no he tocado suficientemente bien. Es raro que me sienta satisfecho. A veces ocurre, pero en general me digo: qué barbaridad, debería haberlo tocado de otra manera".

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