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Crisis del coronavirus

Un gijonés imagina el futuro de la aviación: ingenia un sistema que aísla a los viajeros

"En España no merece la pena ser inventor", lamenta Marcos Martín, que idea un mecanismo para desinfectar y purificar el aire en los aviones

Marcos Martín muestra sus bocetos en el ordenador, en su casa de Gijón.

"En España no merece la pena ser inventor". "Pensar para otro no tiene futuro". "Solo los que tienen dinero pueden desarrollar sus productos", porque si eres pobre "te quitan la idea" y se quedan tan frescos. Quien así se expresa, en tono quejumbroso, es el gijonés Marcos Martín. Inventor. Sabe de lo que habla. Ha visto cómo algunos de sus inventos, quedaban en el limbo por falta de inversores, y cómo otros eran rápidamente copiados por grandes empresas, con ligerísimas diferencias si acaso, dejándolo compuesto y sin invento. Pero no se rinde. Durante el confinamiento le dio por pensar cómo deberán ser los aviones tras la pandemia de coronavirus que afecta al mundo. Y se puso a maquinar. El resultado, otro invento, en este caso para la protección individual de los pasajeros. Sabe que será difícil llevarlo a la práctica, y que, si alguien se interesara en su diseño, quizá una gran empresa acabe "robándole" la idea por la cara. Ya ha vivido esa situación.

La cabeza de Martín no para. Cada vez que observa un problema se pone manos a la obra a buscar soluciones. Este gijonés de 47 años, que estudió BUP y la rama de Electricidad en FP, ha aprovechado el confinamiento para seguir a lo suyo: inventando. Cree que el COVID-19 obligará a "reconfigurar" el interior de los aviones para "aislar" a los pasajeros y evitar contagios.

Su propuesta es reubicar los asientos. Por ejemplo, en los aviones que tres asientos a cada lado y un pasillo en el medio, defiende eliminar las dos plazas del medio de cada lado, y dejar una configuración "uno, dos, uno" con dos pasillos. Cada asiento estaría rodeado por un cristal de metacrilato en forma de "L". Además, habría que eliminar el espacio en el que ahora se coloca el equipaje de mano. El pasajero tendría sobre sí un dispositivo que expulsaría ozono y luz ultravioleta, que desinfectarían y purificarían el espacio, y otro junto a sus pies, que extraería el aire. Cada viajero podría elegir la temperatura deseada, como en los vehículos con climatizador independiente en cada plaza.

El sistema de protección se basa en que la corriente de aire descendente de las plazas y la que circula en otra dirección en el pasillo, unido a que ambas tendrían diferente temperatura y distinta velocidad, provocaría que el pasajero nunca respirara aire del exterior de su plaza, y si tosiera o estornudara los virus no se extenderían a otros lugares del avión gracias a los extractores individuales. Ayudaría también que los asientos, tal y como propone Martín, se dispusieran de forma asimétrica, no alineados. El doble pasillo permitiría, además, que hubiera dos salidas disponibles en la parte delantera del aparato. Tiene también soluciones para los aviones más estrechos.

Martín concibe el futuro de los aviones sin equipaje de mano. Al menos sin él sobre las cabezas de los pasajeros. Así que o bien habría que "facturarlo todo" o bien debería habilitarse un pequeño espacio libre bajo el asiento de delante. También deberían instalarse mecanismos para desinfectar el equipaje, que iría bajo los asientos, en una bodega con aire purificado con ozono. ¿Y los baños? se higienizarían, también con ozono y luz ultravioleta, durante tres minutos tras cada uso. El inventor gijonés, a la vista de los problemas que estaba causando el coronavirus, intentó también en las pasadas semanas una solución novedosa para fabricar respiradores, pero el camino que tomó se volvió "muy complicado" y acabó renunciando para dedicarse "a la aviación".

Otro invento suyo se ha quedado en el limbo. De momento. Hace ocho años, viajando en coche hacia Oviedo, vio cómo la niebla no le dejaba ver más allá de unos palmos y se preguntó cómo sortearla, o al menos saber si hay vehículos delante. Y su mente empezó a bullir. Poco después se enteró de que el Ministerio de Fomento (ahora Transportes) convocaba un concurso para "espantar" la niebla que obliga a cerrar a menudo la Autovía del Cantábrico (A-8) cerca de Mondoñedo (Lugo). Y se puso el mono de trabajo.

Inventó un sistema de balizas luminosas autorreguladas con sensores de paso que lo convirtió en uno de los 26 finalistas del concurso. Pero era David contra Goliat: competía con grandes empresas. Y no solo no consiguió ayuda para fabricar su invento, sino que halló en la Administración "cero ayudas e infinitas trabas". Pese a que fue invitado por el Ministerio en 2016 a mostrar su ingenio en La Coruña y a que gustó, no halló ninguna empresa dispuesta a fabricarlo.

Preparó un dossier y buscó por toda España un fabricante para su invento, que denominó ARAN (avisador de riesgo de alcance en niebla). Todo fueron noes. Presentó su sistema en la Feria de Tráfico y tuvo éxito, pero solo obtuvo buenas palabras. "Sólo las empresas grandes disponen de medios para ganar este tipo de concursos", señala Martín.

Patentar su invento fue "otra aventura sumamente complicada". Consiguió la patente después de un millón de vueltas, de otros tantos cabreos, de dos años de trámites y de desembolsar 2.000 euros. Pese a ello, ha visto que una gran empresa pretende fabricar un dispositivo "demasiado" similar al suyo. Si llega el caso, luchará porque se le reconozca la autoría.

Lamenta que el de inventor sea un "oficio" nada reconocido y muy mal tratado en España: "Se te quita la ilusión al ver que continuamente te ponen palos en las ruedas", señala. Pero seguirá inventando. Es su vocación.

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