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La carta que Bernardo Alonso Estrada remitió a Rafael Fernández en 1945

Por allí saldrás tú también...

Por allí saldrás tú también...

París, septiembre de 1945

Estimado Rafael:

A mi llegada de los campos de Alemania, te mandé la lista de los asturianos que, en las formas más indescriptibles, encontraron la muerte en Mauthausen, situado a unos 30 kilómetros de Linz ( Austria).

Con ésta, cumpliendo tus deseos, te mando los nombres de los asturianos que, después de tan dura prueba, hemos logrado salvar la vida.

Aunque os supongo enterados de las enormes atrocidades cometidas por los nazis, quiero aprovechar la presente para decirte la vida que nos obligaban a hacer en los campos de concentración. Me induce a ello el hecho de que aquí, en Francia, cuando se enumeran las víctimas del fascismo, casi, por no decir siempre, se olvidan de los españoles. Una pequeña injusticia más.

Como sabéis, la inmensa mayoría de los españoles que pasamos la frontera al terminar nuestra guerra, fuimos internados en diferentes campos franceses, donde carecíamos de medios para satisfacer nuestras más elementales necesidades.

Las autoridades francesas comenzaron a presionarnos para que nos fuéramos a España, nos encuadrásemos en la Legión o en Compañías de trabajo.

El aniquilamiento del ejército francés, sorprende a varios millares de españoles en la línea Maginot. Bastantes de ellos tuvieron la suerte de llegar a zona fuera del control alemán; unos diez mil, caímos prisioneros de guerra. Mientras se nos consideró como tales todo fue relativamente normal, hasta el momento en que Serrano Suñer celebra su primera entrevista con los alemanes. Después de ella, todos los españoles que nos encontrábamos en los diferentes campos de prisioneros de guerra, fuimos llevados a Mauthausen. Allí se nos llevó para morir. Nuestras fichas en gruesos caracteres decían: ROJOS ESPAÑOLES.

Yo entré en Mauthausen el 26 de abril de 1941. Inmediatamente, despojados de todo, el traje a rayas de presidiario. Un número... Antes que yo, llegaron otros. El mismo día de nuestro arribo, me encontré con un asturiano muy amigo, al cual casi desconocí por lo desfigurado. Sus palabras nunca se me olvidarán, pues dejaron en mi espíritu impresión indeleble: "Llegamos hace dos meses. Mi expedición era de quinientos. Sólo quedamos treinta y dos. Mira. ¿Ves aquello? Es el crematorio; por allí saldrás tú también, muy pronto. Y todos. Aquí no se salva nadie". Aquel buen amigo, moría días después, pagando el delito de ser ROJO ESPAÑOL.

Nos levantábamos a las cuatro y media de la madrugada. A lavarnos, y una servilleta para secarnos veinticinco o treinta. Al hacer la cama, siempre te ganabas algún latigazo, pues, para los Jefes, siempre estaban mal. Medio litro de una llamada sopa y a formar por cerca de dos horas antes de salir al trabajo. Los alemanes querían que las formaciones fueran modelo y esto se lograba a fuerza de palos. A las siete de la mañana en la cantera. Para llegar a ella, teníamos que bajar unos ciento ochenta escalones que eran descomunalmente desiguales. Estas escaleras las bajábamos corriendo, espoliqueados por los latigazos que nos proporcionaban los mayores delincuentes del mundo: SS y Kabos de vara. Llegados a la cantera, nueva formación, esta rápida. Nos dividían en grupos de trabajo y a la faena. La misión de la inmensa mayoría era cargar grandes piedras en camiones o vagonetas; partirlas con enormes mazos o acarrearlas de aquí para allá, sin ningún objetivo práctico, en desproporcionadas parihuelas.

Todos los trabajos había que realizarlos en forma apresurada e incluso para ir al retrete teníamos que movernos a la carrera. Para lograr la rapidez de los trabajos, los tristemente famosos Kabos de vara y los SS de servicio, armados de mangos de pico, recorrían incesantemente la cantera, no perdiendo ocasión de maltratarnos.

Llegado el mediodía, un litro de nabos, sin grasa alguna. Y nuevamente al trabajo. Y los palos cada vez con más frecuencia. Si te caías, te remataban o bien te reanimaban lanzándote unos cubos de agua, según el humor del Kabo o guardia.

No necesito decirte que de esta forma morían todos los días veinticinco o treinta hombres.

Al finalizar el trabajo -doce horas- nos hacían subir las escaleras cargados con una piedra cuyo peso oscilaba entre 30 o 50 kilogramos. En esto también jugaba papel fundamental el humor de nuestros vigilantes.

Los que trabajábamos en el fondo de la cantera de la forma que te explico nos considerábamos felices en comparación con los desdichados que se dedicaban durante todo el día a subir piedra al campo. Bajar corriendo; subir cargados con piedras de 50 kilogramos y más. Sin descansar. Siete viajes en la mañana y otros siete por la tarde. Aquello sí que era horrible. De los que hacían esta labor, morían muchos todos los días. Los más decididos se lanzaban a las alambradas eléctricas para que los ametrallasen. Bastantes de los que no se aventuraban eran lanzados por los guardias desde lo alto de la escalera. Con frecuencia, cuando había hermanos o padres e hijos, los obligaban a matarse entre ellos.

De regreso del trabajo, al llegar al campo, teníamos que hacer otra penosa formación. Luego a la barraca, donde siempre eras esperado por los Jefes y Kabos con los látigos en la mano. Al menor descuido te la ganabas.

Nos daban medio litro de café (?), 350 gramos de pan negro y, según los días, un poco de mantequilla o una especie de desperdicios que nuestros guardianes llamaban carne de judío. Con tan suculenta cena, a la cama. Seríamos muy felices si entonces nos dejasen tranquilos, ya que la inmensa mayoría de las veces, a hora avanzada, te levantaban para pasar revista de manos, cabeza, culo, zapatos u otra cualquier tontería, que era el motivo para llevar unos cuantos palos y algunos encontrar la muerte.

Debo advertirte que para entrar en la barraca teníamos que hacerlo descalzos, con los pesadísimos zapatones de madera en la mano. Esto, salvo error u omisión, era un día de trabajo normal.

Y digo normal porque en un día de éstos los muertos no pasarían de ciento. Ahora bien, con esa insignificante cifra de ciento, no podían conformarse los Jefes del Campo y entonces sobrevenían los días de "Ofensiva".

Nos obligaban a realizar un ejercicio que llamábamos "salto de la rana", que consiste en ir dando saltos, con el cuerpo agacho [sic] y los brazos extendidos hacia adelante.

El estado de debilidad, el mucho tiempo que duraba el ejercicio y los muchos latigazos que en el transcurso de él llevabas, servía para que en las filas se produjeran grandes claros.

El otro castigo, el terrible castigo, que nos aplicaron fue el de las duchas de agua fría. En Alemania y Austria hace mucho frío. Suponte un día cualquiera de otoño o de invierno. Entras en la ducha tiritando. Agua fría, helada. Los Kabos, con sus látigos, nos impiden salir. Diez minutos, media hora y, una sola vez, duró hasta una hora. A la calle desnudos. ¿Cuántos caían? ¡Terrible año de 1941, para los españoles! En este año, de la forma que te voy explicando, murieron en el Campo de Mauthausen cinco mil compatriotas. Habíamos ingresado siete mil. Los dos mil que aquel año salvamos la vida, fue porque tuvimos la suerte de salir a un pequeño "komando", en donde, aunque trabajábamos con exceso, no nos maltrataban como dentro del Campo. Otros pocos, los menos, lograron puestos en las cocinas, almacenes, oficinas. Gracias a estos últimos, se salvaron muchos compatriotas pues el espíritu de solidaridad se desarrolló grandemente.

Nos hicimos veteranos. La ofensiva en contra de los españoles decreció. Llegaron de otras nacionalidades. Todas las de Europa. Resultado final: trescientos veinte mil hombres muertos en Mauthausen en el término de cinco años.

No todos morían de la misma forma que los españoles. A los judíos, por regla general, los metían en la cámara de gases letales. A los enfermos los mataban por medio de una inyección de gasolina. A muchos los ahorcaban en presencia del Campo formado. Cuando querían hacer un escarmiento lanzaban los perros lobos que trituraban a los individuos. Algunas veces fusilaban, pero muy poco, puesto que era el medio más humano.

Otro día te diré de la horrorosa vida que daban en el Campo de Gussen n.º 2, sucursal de Mauthausen, a tres kilómetros de éste. En Gussen viví los últimos cuarenta días de la guerra y en verdad te digo que los cuadros de terror que viví en Mauthausen en el año 1941 no tienen comparación con las monstruosidades que durante cuarenta días interminables vi cometer en Gussen n.º 2.

El 5 de mayo, un americano descendiente de españoles nos abría las puertas del Campo. Fuimos liberados unos veinticinco mil hombres. Muchos han muerto ya, pues cuando la liberación llegó estaban completamente agotados. Entre ellos bastantes españoles. Un crecido número de compatriotas está en los hospitales. Los que mejor estamos, nunca valdremos nada.

En Francia nuestra situación no es buena. Se acerca el invierno y ni tenemos ropa de abrigo ni calzado. Ya comenzó el frío y algunos más pasaremos a mejor vida.

La vida en Francia es difícil. Poco se puede comprar. Todo escasea. Lo poco que hay cuesta un ojo de la cara. Confiamos en vuestra ayuda y solidaridad. En verdad la necesitamos. Pero si ésta fuese distraer un esfuerzo en la lucha contra Franco, no penséis en nosotros. Seguid adelante, con la vista puesta en España, que es lo permanente y el destino final de todos, y cuando estéis allá pensad en nosotros y llevadnos a dormir el último sueño en nuestra tierra, a la que tanto queremos y por cuya libertad luchamos y damos nuestra vida.

Saluda a todos los carbayones y tú recibe el afecto cordial de

B. Alonso.

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