"Poder volver a abrir la sidrería con el periódico encima de la mesa es obligatorio y tradición. La gente demanda leer prensa y la hostelería no renunciará a ella". Así lo cree Ataúlfo Blanco, propietario de la conocida marisquería gijonesa Casa Ataúlfo. El veterano hostelero lleva semanas contando las horas que le quedan para poder volver a trabajar y, aunque se ha hecho a la idea de que se avecina un año "complicado" para el sector, sí espera que la reapertura de restaurantes sirva, al menos, "para animar a la gente". Y a ese regreso paulatino a la normalidad y a la recuperación de la alegría en las calles va necesariamente unida la lectura de periódicos. "Aquí siempre la hubo y nunca nos planteamos quitarla porque es un servicio más. Yo desde que estoy en casa sigo comprando LA NUEVA ESPAÑA todos los días, así que es muy de agradecer su ayuda en momentos como este", afirma, en referencia a la campaña de colaboración por la que este periódico regalará un ejemplar a sus hosteleros fieles a partir del día 25 de este mes y durante los siguientes 15 días.

Blanco tiene ganas de reabrir Casa Ataúlfo tanto por necesidad económica como por aburrimiento. A partes iguales. "El negocio pide abrir ya. Yo recuerdo la época de crisis económica de hace años y ahí la hostelería lo pasó fatal, pero creo que lo que viene ahora va a ser peor, y cuanto antes podamos tener clientes, mejor", razona. "Lo del aburrimiento ya es más cosa mía, porque yo ya no sé qué hacer en casa. Nunca vi tanto la televisión. Es lo que me queda entre charla y charla con mi mujer", añade entre risas.

El propietario reconoce que su negocio será "de los últimos" en abrir, en principio de cara a la segunda fase de la desescalada, para poder hacerlo con todas las garantías de seguridad y sin pérdidas económicas. "Las cafeterías lo tienen algo más fácil porque la gente pide su café y su cerveza, pero en las sidrerías lo normal era que viniesen grandes grupos de amigos o la familia entera, y para eso, aunque sea en aforos reducidos, todavía hay mucho miedo", razona. Mientras se recupera esa confianza, su local ya ha cambiado el protocolo para servir vasos individuales en barra y dejar mesas vacías en el comedor para respetar las distancias de seguridad entre comensales.

No espera tener que limitar en exceso el aforo. "Ya ha salido varias veces en el periódico: en Asturias la pandemia no ha sido tan mala en comparación con otras comunidades. Se ve que aquí la sanidad funciona y que la gente está concienciada. Esto es el paraíso natural; no me imagino a mis clientes saltándose las normas porque todos nos tomamos esto muy en serio", explica. Sí cree que la escasa afluencia de clientes, ya sea por obligación o por falta de demanda, va a suponer un problema durante varios meses. "En este sector a más de uno no nos van a salir las cuentas al principio, pero hay que ir poco a poco. Ya solo el hecho de abrir y volver a trabajar es motivo de alegría. Seamos optimistas", apunta.

Un jovencísimo Blanco lanzó el negocio hace 40 años, junto a su esposa, y lleva algo más de tres negando cada rumor de prejubilación: "Me lo preguntan cada poco. Ya se que tengo los años de sobra, pero no quiero. ¿Qué pinto yo en casa?". Aunque original de Colunga, se mudó a Gijón con 8 años y creció al amparo de los pescadores de Cimavilla, así que aunque empezó de adolescente como camarero de cafeterías pronto vio claro que su futuro era el pescado y la sidra. "Mi madre era vendedora y yo me crie en ese ambiente de lonja tan de Gijón. Este parón nos pasará factura pero espero, al menos, no llegar tarde para la costera del bonito; la ventresca es uno de nuestros fuertes y mi debilidad", adelanta. La hostelería gijonesa, además, parte con cierta ventaja: "Gijón es muy de sidrerías y de comer bien. Dependemos bastante de los turistas, pero la mayoría de mis clientes son asturianos. Por eso hay que tener el periódico de aquí y por eso tenemos que volver con ganas y apoyándonos entre nosotros".