El Abrigo de La Viña está a escasos kilómetros de Oviedo, en la cuenca media del Nalón. Desde la carretera es preciso adentrarse a pie unos cientos de metros y someter las rodillas a un último esfuerzo corto en distancia pero duro en desnivel. Cuando por fin se accede al pie del murallón que sirvió de cobijo primero a los neandertales y después al homo sapiens, se entiende por qué este lugar fue "casa" durante decenas de miles de años.

Orientado al mediodía, con el río cerca y en un entorno natural rico, La Viña conserva las representaciones simbólicas más antiguas no solo de los yacimientos de la actual Asturias sino de todos los de la región cantábrica. Son apenas unos trazos grabados, "largos y profundos tajos verticales", como los califican María González-Pumariega, Santiago Calleja y Miguel Polledo, los tres autores del libro que inaugura este fin de semana el coleccionable de LA NUEVA ESPAÑA sobre el arte paleolítico en el Principado. En su "Arte y Símbolo en la Pared", los tres guías del patrimonio rupestre asturiano, recuerdan que La Viña fue descubierta para el mundo científico en 1978 y que aún resta mucha investigación por realizar.

Pero La Viña no se entiende sino es en su contexto, el de los yacimientos de la cuenca del Nalón "que no solo son reflejo de un territorio prehistórico sino que configuran uno de los conjuntos de arte rupestre exterior más importantes de Europa". Junto a La Viña, Las Caldas, Entrefoces, El Conde, La Lluera... Este último es el gran santuario exterior del arte paleolítico cantábrico. Y eso es mucho decir.

Calleja, Polledo y González-Pumariega resaltan "una verdadera búsqueda de la perspectiva". Hace decenas de miles de años alguien con el buril en mano era capaz de transmitir esa perspectiva. ¿Cómo lo hacían? "El tamaño de las pinturas y el surco de los grabados disminuye desde la parte inferior a la superior de la pared", explican los autores del primer volumen de la colección "El Legado del Arte Rupestre Asturiano".

Volvamos a La Viña. Hoy sabemos que hubo ocupación neardental hace unos 47.000 años. Y unos once mil años más tarde los homo sapiens se asientan en el abrigo y lo utilizan durante ¡¡veinticinco mil años!!, a lo largo de las cuatro grandes fases del Paleolítico Superior: Auriñaciense, Gravetiense, Solutrense y Magdaleniense.

Y cuando en La Viña aquellos nuestros ancestros graban los surcos sobre la piedra caliza (¿el primer arte asturiano?), aún faltaban al menos doce mil años para que el artista de La Covaciella pintara y grabara sus imponentes bisontes. Y esos bisontes tienen datación muy aproximada: de ellos nos separan unos 14.000 años. Como mera comparación anécdotica: la pirámide de Keops fue terminada hace unos 4.500 años.

Esos grabados profundos de La Viña, quizá marcas territoriales más que arte tal y como nosotros entendemos el concepto, son un eslabón más en la larga cadena de la evolución. Para hacernos una idea, los restos más antiguos de ocupación humana en la península ibérica datan de 1,2 millones de años. Son homínidos, muy anteriores al neandertal y, cómo no, al homo sapiens. Nos recuerda Antonio Rosas, investigador del CSIC con protagonismo en los estudios del yacimiento del Sidrón (Piloña) que "si estimamos que el intervalo temporal de una generación humana es de 20-25 años, durante esos 1,2 millones de años se han sucedido alrededor de 55.000 generaciones". Hay que asumir en este cálculo que hubo un poblamiento continuo.

En la Historia del hombre los pobladores de La Viña son casi de anteayer (valga la metáfora). Hace 1,3 millones de años se inició el Paleolítico Inferior, un inmenso periodo de tiempo que no concluye hasta los 350.000 años, momento en el que comienza el Paleolítico Medio Antiguo, que nos llevará hasta los 128.000 años. ¿Existía poblamiento en todo este tiempo en lo que hoy conocemos como Asturias? Muy probablemente sí.

Desde el final del Paleolítico Inferior hasta nosotros el clima no ha parado de modificarse, y esos cambios condicionaron la vida y los modos de supervivencia. Hace 70.000 años hubo un periodo de intenso frío, un pleniglaciar que hizo imposible la supervivencia en amplios sectores de Europa. Y hace 30.000 años tuvo lugar el último máximo glaciar, con la mayor parte del continente cubierta por las nieves. Hay que imaginar en esos momentos una cornisa cantábrica con el mar mucho más alejado de la actual línea de costa, con menos bosques y una fauna adaptada al frío. De ello dan buena cuenta los increíbles renos que podemos disfrutar en muchas de las cuevas asturianas, en especial en el Gran Panel de Tito Bustillo. O las dos representaciones de mamut en la cueva de El Pindal.

No es descabellado pensar que en esos momentos críticos de frío y hielo se produjeron migraciones obligadas en busca de temperaturas menos rigurosas. Las tierras de la actual Asturias pudieron ser destino de grupos paleolíticos procedentes del Norte.