Gijón, Eduardo GARCÍA

Cada cueva tiene su icono, su especie animal preferente. Esta es una de las ideas fuerza de la colección "El Legado del Arte Rupestre Asturiano", y así Tito Bustillo está asociado a los renos, Candamo al caballo, Llonín a las ciervas, La Covaciella a los bisontes, y El Pindal a su gran estandarte, el mamut.

Pero detrás de esos animales-tipo, que reinan en cada una de las cuevas bien por su número o bien por la calidad de las representaciones o por su carácter extraordinario dentro de la iconografía del Paleolítico Superior, los yacimientos Patrimonio de la Humanidad en Asturias arrojan sorpresas ante las que solo cabe asombro y admiración. Todo un tesoro escondido, una de esas maravillas del dibujo o el grabado que por sí solas merecerían una visita a la cueva. La que abre esta sección representa uno de los momentos más sublimes del arte rupestre asturiano y, por ende, cantábrico y europeo. Es la cierva de El Pindal, la cueva que protagoniza el segundo libro del coleccionable de LA NUEVA ESPAÑA, que durante este fin de semana, sábado y domingo, llegará a los kioscos del Principado junto al periódico del día.

A continuación se reproducen algunos de los párrafos extraídos de este libro, titulado "El Pindal, la cueva del mamut", que explican una obra de arte única:

"En el gran escenario teatral del panel principal de la cueva la figura de la cierva (la única representación de esta especie en las paredes mágicas de El Pindal) se lleva buena parte del protagonismo. Los visitantes se la encuentran bien visible, compuesta por vigorosa línea roja y ancha, pero desde la posición convencional se escapan necesariamente detalles.

Uno de ellos tiene que ver con los trazos rojos que la acompañan. A simple vista son trazos pintados sobre el lomo del animal pero si nos acercamos a la pared comprobamos que cierva y trazos rojos no están a la misma altura y que los signos forman parte de un crestón que sobresale varios centímetros de la roca caliza.

Y si nos acercamos aún más veremos que ese crestón sobresaliente fue manipulado por los artistas del Paleolítico a través de una operación de craquelado. El diccionario de la Real Academia Española (RAE) define craquelar como la acción de producir finas grietas en la superficie de algo, a veces como procedimiento decorativo. En el caso de El Pindal el crestón fue recortado y pintado con fines que van más allá de la pura decoración (concepto este excesivamente contemporáneo, que utilizamos en el actual contexto con todas las reservas).

Lo que se consigue es un sorprendente efecto visual, casi a modo de la cenefa superior de un telón de teatro, que enmarca la figura de la cierva y la realza. El animal en sí mismo tiene ya todas las potencialidades para ser sin duda uno de los grandes iconos del arte paleolítico asturiano. Su cabeza levantada nos dice que está atenta a algo. Inmóvil, pero no estática, la cierva es generosa de cuerpo aunque esa cabeza que apunta a la entrada de la cueva sea escueta, convertida en un triángulo de poderosa fuerza artística y expresiva.

Una cierva en el escenario, dueña de su espacio, reina de las bambalinas. Un gigante que mide apenas 47 centímetros de altura y 58 de ancho y que pone luz, potente y clara, en las oscuridades de El Pindal".

La explicación puede servir para hacerse una idea de lo que tenemos delante, pero nada comparado con el impacto que supone contemplar nuestra cierva roja en vivo, "galopando" en la pared de El Pindal, con la iluminación adecuada y las explicaciones de la guía. Y el entorno calizo, laberíntico pero acogedor.