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Florinda vigila desde su burbuja

"Hay que cerrarse", dice la hostelera de 98 años de Las Regueras, que, encapsulada contra el virus, aún controla el negocio

Florinda Álvarez con su hija, Adamina Suárez; su nieta, Begoña Álvarez; su bisnieta, Noelia Menéndez, y su sobrina María del Mar Areces. S. Arias

A sus 98 años, a Florinda Álvarez no se le escapa ni un detalle de su negocio de comidas, que fundó junto a su marido, José Suárez, hace 63 años en Puerma (Las Regueras), y que ahora regentan su hija y su nieta. Y como la pandemia del covid-19 exige protegerse, la familia le ha instalado un cubículo de cristal y metacrilato para que pueda seguir vigilando que el pote no salga demasiado caldoso o que las fabas estén en su punto perfecto de cocción. "Hay que cerrarse", dice. Florinda está tras la mampara, pero en primera línea del negocio, controla la entrada del local y las salidas de platos hacia el comedor. "Revisa todo. A esto le falta no sé qué, ahí tienes mucho... no se le escapa nada", señala su nieta, Begoña Álvarez, quien la mira con ternura al nombre de "abuelita". Florinda tampoco se arruga si hay que echar una mano pelando unas patatas y "hasta antes de ayer, como quien dice", seguía dirigiendo la cocina.

Es tal la implicación de la matriarca en el negocio que la familia ha tenido que buscar una solución para que Florinda continúe en el establecimiento pese al covid-19. Protegida y aislada del virus, porque las pantallas y mascarillas no parecían suficiente, y a Florinda le resultaban ciertamente incómodas.

Sin embargo, el sistema ideado por la familia para que Florinda pueda seguir al pie del cañón de su casa de comidas funciona. Además, los clientes procuran acercarse poco, aun con la mampara. Y eso que una de las cosas de las que más disfrutan los comensales es de la charla con la fundadora. Por eso, lo primordial es la salud de Florinda, una institución en la comarca por su buen hacer en la cocina, con la fabada como plato estrella del local, un reclamo que traspasa las fronteras de Asturias.

Y desde que el covid-19 es el día a día, Florinda está encapsulada para vigilar el negocio, sentada en un cómodo sillón de mimbre, con la prensa del día delante y unas patatas fritas con agua mineral como aperitivo en las horas centrales del día. "Estoy encantada aquí, gracias a Dios", confiesa, con la mente puesta en la pandemia del coronavirus y sus riesgos. Si hace calor, tira de abanico y bate el sopor.

"Con el covid-19 está todo esto cambiado, pero tenemos buena gente aquí, clientes de toda la vida", añade. Todo es radicalmente diferente a como era en los tiempos en los que ella y su difunto esposo dieron fama a Casa Florinda. Unos saberes culinarios que pasó a su hija, Adamina, y a su nieta Begoña, quienes llevan el restaurante bajo la atenta vigilancia de su fundadora y con la ayuda de dos primas, María del Mar Areces y María Flor Álvarez. Además, en la actualidad, la cuarta generación aprende los entresijos del negocio. La bisnieta, Noelia. "Todo lo que sabemos, lo que hacemos, nos lo enseñó ella", abunda su nieta.

Lo que más disfruta Florinda es ver a sus descendientes trabajando duramente el negocio que ella levantó hace seis décadas. "Me costó mucho trabajo conseguir que fuera bien y espero que la familia siga con ello", reconoce. Por eso no puede dejar de bajar al local, aunque sea dentro de una cápsula anticovid.

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