"Estaba en Roma, pero sin haber dejado nunca Asturias". El vicario general de la diócesis, Jorge Fernández Sangrador, presidió el funeral con el que la Iglesia asturiana rindió ayer homenaje a José Luis González Novalín, fallecido en marzo, en pleno estado de alarma, en el Hospital Universitario de Asturias (HUCA), adonde fue trasladado por sufrir coronavirus, además de complicaciones derivadas de una rotura de fémur en su pierna derecha. Más de una veintena de sacerdotes, entre quienes se encontraba el deán de la Catedral, Benito Gallego, participaron en el adiós simbólico a González Novalín, el asturiano que encarnó la "finezza" (finura, clase) vaticana y uno de los que mejor conocía Roma.

Jorge Fernández Sangrador, antiguo alumno suyo en la asignatura de Eucaristía del Seminario, de la que Novalín nunca se desligó para mantener su conexión con la Iglesia asturiana, dibujó en su homilía "algunos trazos" del que fuera rector de la Iglesia de Santiago y Montserrat en Roma y de la residencia para investigadores aneja a ella. Medio siglo dedicado a la enseñanza religiosa y eclesiástica, en la que se distinguió por una profunda formación humanística, filosófica y teológica. "Serás siempre tierra nueva, hendida por el arado", le dedicó el padre jesuita Ricardo García Villoslada a Novalín, según recordaba ayer el vicario general de la diócesis asturiana, que subrayó "su dedicación a la sede de Pedro como la más señalada de sus lealtades". Fue parte y protagonista del "histórico linaje de los españoles en Roma" que, según detalló Fernández Sangrador, "ejerció durante siglos el eclesial servicio de facilitar las relaciones de comunión entre la Santa Sede y las iglesias de las naciones acreditadas ante ella". En esa misión, se empapó el religioso, nacido en la parroquia naveta de San José de Tresali, de la denominada "finezza" vaticana que, como bien describió el vicario general, "aunque tenga concomitancias con la diplomacia es otra cosa". Y el propio Sangrador dio la clave para entender la que es "una peculiar forma de afrontar los asuntos"; es decir "una manera de hacer, en la que ejecutar lo más arduo o difícil se hace (...) como si lo complicado fuera sencillo".

El legado que ha dejado González Novalín en la Iglesia asturiana pudo percibirse en la homilía, sentida, del vicario general, quien recordó el conocimiento que el religioso de Nava atesoró en historia medieval y moderna, y "sin embargo, en donde siempre pareció que tenía realmente puesto el corazón era en la historia antigua, en las fuentes documentales, arqueológicas y epigráficas del cristianismo primitivo y en los escritos de los santos padres de la Iglesia". "Vibraba con estos temas", recordó Jorge Fernández Sangrador. Llegado a ese punto, mencionó lo mucho que "agradaba a González Novalín el papa Juan Pablo I porque "en sus didácticas catequesis se desenvolvía muy bien manejando los santos padres porque había asimilado su teología".

El homenaje de la Iglesia diocesana a Novalín fue seguido desde los bancos de la Catedral ovetense por varias decenas de personas, separadas para seguir las medidas de distancia social por el covid-19, entre quienes estaban la escritora María Teresa Álvarez; el presidente del colegio de Médicos de Asturias, Alejandro Braña; el exconsejero de Desarrollo Rural Santiago Menéndez de Luarca, quien residió varios años en Roma cuando fue representante adjunto en la Representación Permanente de España ante la ONU para la Agricultura y Alimentación (FAO), y el ex eurodiputado y exalcalde de Oviedo, Antonio Masip.

La curia asturiana también quiso acompañar al que fue uno de sus más distinguidos "embajadores" ante Roma. Además del vicario general y del deán, participaron en la eucaristía catedralicia el exrector del Seminario Metropolitano, José María Hevia, que actualmente es canónigo al igual que Agustín Hevia Ballina, también presente, como el director de la Casa Sacerdotal, José Antonio González Montoto. El jueves habrá otro funeral en su parroquia natal.

Jorge Fernández Sangrador culminó su homilía dando "satisfacción" a un deseo José Luis González Novalín, que no era otro que en su funeral se diera lectura a la carta de San Ignacio de Antioquía a los romanos, en la que hablaba de su próximo martirio: "De mi propio albedrío, muero por Dios (...) y así cuando pase a morir, no seré una carga para nadie (...) Entonces seré discípulo de Cristo".