Javier Sangro de Liniers, embajador de España, asturiano de corazón y ascendencia, falleció el pasado viernes en su domicilio de Madrid a poco más de un mes de cumplir los setenta años y después de más de uno luchando con entereza contra una grave enfermedad. Nacido "por casualidad" en Pau (Francia), nieto y esposo de asturianas, se ha ido en uno de esos veranos que le gustaba pasar en Tereñes (Ribadesella), con su casa llena de familiares. Nunca perdonó, mientras su salud se lo permitió, los veraneos riosellanos con su esposa, la ovetense Ana Clara Lucas, y su extensa familia. Tampoco las reuniones anuales de embajadores asturianos que organiza LA NUEVA ESPAÑA, a las que únicamente faltó cuando su enfermedad se lo impidió.

Era un diplomático vocacional con una aguda sensibilidad artística, un experto en geopolítica con alma de poeta y una vena literaria que cristalizó en los poemarios "El último nudo" y "De todo lo visible y lo invisible". De padre diplomático, deja cinco hijos nacido cada uno en un país distinto y siempre mantuvo la ligazón con Ribadesella desde que siendo muy joven se enamoró de la costa oriental asturiana de la mano de su abuela, la ovetense María Cañedo, condesa de Liniers.

Entusiasta defensor de España, observador analítico y atento de la realidad internacional, profundísimo conocedor de todas las realidades que le fueron deparando sus cargos en cuatro continentes, y sobre todo de África y los países árabes, su hoja de servicios incluye casi cuatro decenios de fecunda trayectoria en el cuerpo diplomático, con más de una decena de destinos en el extranjero e importantes puestos en el Ministerio de Asuntos Exteriores.

Cuando en 2017 asumió la que sería su última misión, el cargo de embajador de España en Uruguay que tuvo que abandonar en marzo de 2019 a causa de su enfermedad, Javier Sangro venía de una carrera larga en años y kilómetros recorridos desde su ingreso en el cuerpo diplomático, en 1979. En Montevideo finalizó un largo viaje con muchas estaciones que había comenzado cuarenta años antes en su primer destino, Arabia Saudí.

Justo antes de hacerse cargo de la legación española en Uruguay, Sangro había ejercido en Madrid como director general de Relaciones Económicas Internacionales del Ministerio de Asuntos Exteriores. Antes, fue embajador en Gabón, Santo Tomé y Príncipe, Guinea Ecuatorial y Jordania y conoció diferentes responsabilidades en las representaciones diplomáticas españolas en Arabia Saudí, Bélgica, la Representación Permanente ante la Alianza Atlántica, Argelia, Reino Unido y Marruecos. Estaba en Berlín cuando cayó el Muro, vivió en Rabat la muerte del rey Hassan II y era subdirector general para América del Norte cuando en 2001 se estrellaron los aviones de los atentados del 11S contra las Torres Gemelas en Nueva York... Daba por bien empleada la elección de una profesión en la que veía múltiples atractivos muy capaces de compensar los costes agazapados detrás de la vida con la casa a cuestas y sus "costes familiares".