¿Quién durante un rato de ocio no ha jugado a ver figuras reconocibles en las formas de las nubes? Un rostro humano, el perfil de Mickey Mouse, un monstruo de dos cabezas, el hocico de nuestra mascota o el logo de Nike. Que sepamos, el ser humano es el único capaz de poner en marcha la imaginación, a veces de forma desbocada. Y a ese fenómeno de reconocimiento de figuras reales a partir de estímulos imprecisos los científicos lo llaman Pareidolia.

Como casi todo está en Grecia, histórica y sintácticamente hablando (y lo poco que resta se lo lleva Roma), la palabra tiene su sentido. Viene de eidolon, que significa imagen. De ahí, también, la palabra ídolo.

Las nubes son el escenario perfecto para dar rienda suelta a la Pareidolia, pero la piedra no se queda atrás. Las imágenes que acompañan a estas líneas corresponden al panel principal de la protagonista de "Llonín, la cueva de los cielos rojos", quinto volumen de la colección El Legado del Arte Rupestre Asturiano, que llegará a los lectores de LA NUEVA ESPAÑA este fin de semana.

Por si no fuera suficiente la demoledora belleza de esa pared cubierta de rojos en la que se pintó y grabó a lo largo de todo el Paleolítico Superior, veinte mil años en números redondos, las rocas de Llonín permiten dejar volar la imaginación. En la maraña de líneas y puntos, grabados y raspados, la pared juega con nosotros desde tres puntos de vista.

El primero, escondiendo figuras. Las tenemos ante nuestros ojos pero no somos capaces de verlas hasta que el experto nos marca el camino a seguir, la línea del lomo, el perfil de una pata... Y surge la exclamación: ¡cómo es posible que no lo hubiera visto antes!

En segundo lugar, juega con lo que no es pero sí vemos. En esa labor detectivesca el arte -también muy humano- de la conjetura nos induce al error porque la pared parece estar viva, y de hecho lo está. El zoomorfo que en un momento dado vemos con absoluta claridad se desvanece a la segunda mirada.

Y todo ello nos lleva al tercer juego, el de las formas geológicas, la Pareidolia en versión arte rupestre. Los hallazgos tienen mucho que ver con la casualidad, con la posición del enfoque, con la distancia y los grados de iluminación. La fotografía de Miki López en la que se sustenta la infografía de este reportaje está tomada en la oscuridad de Llonín (cueva sin soporte lumínico al no estar abierta a visitas), con ayuda de luz portátil led. Fotografías tomadas apenas dos metros a la izquierda y derecha suponen la práctica desaparición de estos seres que por un instante son captados por la cámara digital y que comparten espacio con los cérvidos, las cabras, los caballos y los bisontes de Llonín.

Y aquí entra en juego otro término muy utilizado por los arqueólogos. Es el Anamorfismo, una visión óptica de una imagen que se deforma o desproporciona según la posición de quien la mira.

En el arte rupestre la irregularidad de la roca genera este efecto, que muchas veces el artista paleolítico tiene en cuenta. Son figuras para ser vistas desde una posición muy concreta.

El hocico perfecto de león, el delfín que parece surgir del mar de la roca, el pequeño zorro que nos mira de frente, la cabeza minúscula de bebé o ese sonriente ser peludo, nuestro Chewbacca asturiano, que harto de tanta aventura galáctica, se instaló en Peñamellera Alta, que sí que es un paraíso y no el de los mundos imposibles de Star Wars.

"Llonín, la cueva de los cielos rojos" es el título del quinto libro del coleccionable El Legado del Arte Rupestre Asturiano, y estará a disposición de los lectores de LA NUEVA ESPAÑA durante este fin de semana. Con textos y fotos de los periodistas asturianos Eduardo García y Miki López, el libro cobra especial valor por cuanto que se centra en una de las dos cuevas Patrimonio de la Humanidad que están cerradas en Asturias por motivos de preservación de las pinturas y grabados. Tapa dura y decenas de fotografías a todo color a lo largo de 64 páginas, con mapas, calcos y planos, conforman esta quinta entrega, monografía de una de las cuevas más desconocidas de la cornisa cantábrica, pero también de las más valoradas a nivel científico.

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