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Desconcierto entre los turistas del Oriente: "Si en el resto de España estamos peor"

Los dueños de bares en los concejos afectados muestran estupor ante una alerta naranja que califican de "persecución" a su sector

Turistas, ayer, en Cangas de Onís. | IRMA COLLÍN

La noticia corría como la pólvora e iluminaba las pantallas de los teléfonos móviles de los ciudadanos del Oriente: el gobierno del Principado declaraba en la mañana de ayer la alerta naranja para uno de los corazones turísticos de la región. Pero el grueso de los que ahora recorren las calles, las playas y los valles de los concejos afectados (Ribadesella, Parres, Cangas de Onís, Parres y Cabrales), venidos de fuera, permanecía ajeno a las alarmas lanzadas desde el gobierno autonómico. Los hosteleros y empresarios se indignaban ante la "persecución" que aseguran estar sufriendo, mientras los turistas levantaban las cejas con incredulidad. Ni unos ni otros conocían el alcance de esa alerta naranja ni sus consecuencias.

En el Fito (Parres), apostados en la barra del pequeño bar de madera que hay a la entrada del emblemático mirador, dos hombres comentaban la última jugada política. Encendiendo un cigarro y gesticulando soliviantado, Rafael Álvarez, natural de Grao, cargaba contra todo tras conocer la noticia. "Está claro que los políticos tocan de oído. Saben lo mismo que yo", sentenciaba mientras volvía a su puesto en la tienda de recuerdos contigua al local en el que estaba departiendo.

-¿Pero eso quién lo dijo?- preguntaba Álvarez, incrédulo todavía con las palabras alerta naranja, que recuerdan a ese estado de alarma que le había obligado a cerrar la persiana durante "demasiados" meses.

-Rafael Cofiño-le respondían.

-Pero y ese, ¿quién ye? ¿tien vaques?- dejaba en el aire el vendedor mientras desparecía entre los estantes de su mercancía. Evidenciando una distancia clara entre la política y los ciudadanos.

Pese a las nubes que impedían ver absolutamente nada desde el mirador asturiano, los turistas seguían subiendo y bajando las escaleras del monumento. Una joven pareja de catalanes, Toni Delgado y Jasmyna Sánchez, naturales ambos de Sabadell, recibía el estado de alarma con extrañeza. Al comprender que no, que no iba a haber un confinamiento, la sonrisa se les volvía a intuir bajo las mascarillas. "En Cataluña llevan diciendo algo parecido un mes", aseguraba Sánchez, a lo que su pareja apostillaba que si habían venido a pasar una semana a Asturias por algo era. Justo porque era un lugar "seguro".

Lo mismo que, bajo el emblemático puente de Cangas de Onís, entre el incesante vaivén de turistas, comentaba una familia cordobesa. Leonardo Quesada y María Rosa Sánchez resumían que "miedo ninguno". A sus ojos, las medidas se cumplen y son más que suficientes. Tras ellos un gaitero comienza a tocar y los andaluces aprovechan para remarcar todo aquello que les gusta de una región que creen que es "completamente segura". Aun así, las distancias en el puente medieval no se cumplen pese a las advertencias que hay a ambas entradas.

En Arriondas, con el pelo aún mojado por las aguas del Sella y los brazos cansados de los remos, un grupo de madrileños descansaba frente a uno de los establecimientos de turismo activo. Sabían que el río, plagado de canoas durante todo el mes, era uno de los lugares "señalados", un "punto caliente". "Es verdad que está muy lleno, pero en unos días voy a tener que coger el metro cada mañana", aseguraba Efrén Zurita. Desde el grupo buscaban relativizar la situación tras enterarse de la noticia. "En Madrid estamos peor, aquí no hay prácticamente casos. Solamente hay que ser responsables", explicaba Ana Merello, una sanitaria que disfruta de sus vacaciones en Asturias. Su hermana, Teresa, era más clara: "Para que no venga tienen que cerrar las Comunidades". Un escenario que se contempla como el siguiente nivel de esta declaración de alarma naranja.

Justo lo que temen los hosteleros. A la puerta de su restarutante en el centro de Ribadesella, brazos en jarras y rictus serio, Calano Bulnes hablaba de "persecución". Bulnes cree ver, más allá de la medida, el objetivo de los políticos: "Quieren acabar con la temporada antes de tiempo, quieren que cada uno se vaya a su casa". Algo que califica de "vergonzoso". En Ribadesella el sentimiento de desconcierto por las medidas era absoluto. Entre los restaurantes de la ría, los camareros comentaban el alcance de la declaración de alerta naranja y algunos soñaban -en formato pesadillesco- con un bloqueo policial a la altura de Llovio.

En las mesas, los turistas disfrutaban de la comida. Bromeando, incluso, con la turismofobia. Como Sergio Izquierdo, un madrileño que dejaba flotar sobre su cachopo una sola frase tras conocer la noticia: "Putos madrileños..."

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