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La Iglesia diversifica su plantilla

Los diáconos permanentes, especie de curas casados, son una figura en alza con muchas competencias que no incluyen oficiar misa ni confesar

Los seis ordenandos durante la ceremonia de anteayer, domingo, en la Catedral de Oviedo. Desde abajo: Arturo José Marías y Marcos Argüelles (diáconos transitorios), Miguel Vilariño (sacerdote), Antonio Huélamo, José Luis García y Alfredo Jesús García (diáconos permanentes). IRMA COLLÍN

La ceremonia de ordenación de sacerdotes y diáconos celebrada este pasado domingo en la Catedral de Oviedo requiere una visita sosegada al diccionario básico de la Iglesia católica. De lo contrario, el espectador no iniciado podría liarse un poco. Veamos. Teníamos ante el arzobispo ordenante, Jesús Sanz Montes, a media docena de señores de edades comprendidas entre 27 y 62 años. El más joven fue ordenado presbítero (también se dice sacerdote o cura). Otros dos salieron convertidos en diáconos transitorios, paso previo a ordenarse presbíteros el año próximo (el sacramento del orden sigue un proceso gradual). Y los otros tres son desde entonces diáconos permanentes. Y aquí hacemos un inciso.

Un diácono permanente no aspira a ser sacerdote, entre otras razones porque en muchos casos está casado y tiene hijos. Esto es lo que sucede con dos de los tres del domingo. El tercero -el más veterano del grupo- está soltero, hasta la fecha se supone que por iniciativa propia; en adelante, por obligación, porque un señor casado puede ser ordenado diácono permanente, pero un diácono permanente no puede casarse. Y un sacerdote tampoco, como ya es sabido y debatido. Aunque también se da el interesantísimo y poco conocido caso de curas casados.

¿Cómo? ¿Curas católicos? Así es. Por ejemplo, ministros de la Iglesia anglicana que se han convertido al catolicismo, estaban casados y la jerarquía católica ha determinado que ejerzan como presbíteros aún teniendo mujer e hijos. Los dos mil años de historia de la Iglesia requieren una cantidad de notas a pie de página que pocas instituciones podrán igualar. Y eso si no entras en lo que sucede con la Iglesia ortodoxa, que no es católica pero sí la más cercana a sus prácticas litúrgicas: en ella se ordenan presbíteros varones casados (para ser obispos han de estar solteros); sin embargo, un presbítero que esté soltero no puede casarse.

Así son las cosas en la Iglesia católica del año 2020. Los curas escasean. Y entonces llegan como refuerzos los diáconos permanentes, presentes en la Iglesia primitiva, luego desaparecidos y recuperados por el Concilio Vaticano II a mediados del siglo pasado. Están facultados para bautizar, presidir la celebración de matrimonios, proclamar el Evangelio, predicar... Lo que no entra en sus competencias es celebrar misa y recibir confesiones. Eso es cosa exclusiva de los presbíteros. Y todo apunta a que los curas del futuro deberán centrarse cada vez más en aquello que es competencia exclusiva suya, para dejar el resto de tareas a los diáconos permanentes y a los católicos de a pie. Porque la doctrina católica proclama que Iglesia -como Hacienda- "somos todos".

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