María José Campomanes García, la mujer cuyo relato sobre su proceso tumoral, publicado en LA NUEVA ESPAÑA hace justamente un mes, impactó a millares de lectores, falleció hoy en su domicilio de Oviedo. Tenía 56 años, una edad que llegó a pensar que no cumpliría, pero que sí había alcanzado el pasado 13 de septiembre. Tras unas semanas de deterioro progresivo, el domingo fue sedada por el equipo de cuidados paliativos que solía atenderla en su casa. Tenía una hija y un hijo, y la han sobrevivido también sus padres y una hermana.

En sus últimas semanas de vida, María José Campomanes mantuvo intactas su entereza, su frialdad ante un desenlace inevitable y la socarronería que siempre la caracterizó. Ayudó a su hija Andrea a elegir el vestido de su boda, ya próxima. Escuchar música, en especial algunas canciones de “Queen”, la ayudaban a evadirse. “Con alguna canción que me gusta se me mueven solos los pies”, confesaba.

Fue previsora hasta el último momento. “No me gusta dejar cabos sueltos ni cosas a medias”, decía. Por eso quiso dejar claro cómo quería que se la describiese si se escribía algo sobre ella después de su muerte: “No me gustaría que me retrataran ni como una heroína ni como una víctima. Nada edulcorado ni apastelado ni lacrimógeno... Solo soy una persona que hizo lo que le dijeron que debía hacer para sobrevivir y no salió todo lo bien que debería”.

Improvisado en un mensaje de “Whastapp”, este epitafio viene a completar el sobrecogedor relato de sus tres años de lucha contra el cáncer escrito a finales de agosto. Tuvo que teclearlo en el bloc de notas de su teléfono móvil, ante la imposibilidad de permanecer sentada ante la pantalla de su ordenador. María José Campomanes había insistido en que no hacía públicas sus vivencias para dar pena. Tampoco para “denunciar a ninguna persona, profesional o institución en concreto”, pese a que, de su narración, se desprendía claramente que consideraba faltos de acierto y de tacto humano algunos episodios de la atención médica que había recibido. “Es difícil demostrar unas simples sospechas”, señalaba. Por eso optó por no dar nombres de personas ni de instituciones. Lo que pretendía era compartir sus vivencias “con la única intención de ayudar” a quien pase por episodios similares.

Eso sí, quiso dejar clara una idea que plasmó con toda la crudeza que le permitía una facilidad de palabra de la que ya hacía gala en sus tiempos de alumna del colegio de las Dominicas de Oviedo: “Me siento un montón de huesos al que no le dieron mucha importancia y nunca escucharon”, subrayó en su testimonio de más de dos páginas publicado por este periódico el pasado 6 de septiembre.

Aunque vivió muchos años en Oviedo, María José Campomanes nació en Linares (Turón). “Era lo que se suele decir una ‘tía auténtica’, lo que veías. La típica persona con la que podías contar. Con ella hablaba de algunas niñas de clase que no nos parecían tan sinceras. Las detectaba enseguida, era muy sensible”, rememoraba ayer su compañera de clase Regina Buitrago, hoy periodista y guía turística.

En un gimnasio de La Corredoria ejerció como recepcionista y monitora de pilates, y también daba masajes. Disfrutó de buena salud hasta 2016, año en el que comenzó su calvario. Logró superar un cáncer de mama y después le surgió otro de ovarios que es el que acabó con su vida. Por el medio tuvo que sufrir varias intervenciones, una de las cuales obligó a colocarle una bolsa de colostomía. Acudió a Barcelona en busca de una cirugía a la desesperada que no fue posible.

Las últimas semanas fueron duras. Siempre estuvo plenamente informada de lo que le esperaba. No toleraba alimentos, por lo que sus 56 kilos habituales iban a menos día a día. Pese a todo, “mantuvo el sentido del humor hasta el final”, comenta su hija. “Ha sido un gran ejemplo de lucha y de vida, una mujer fuerte y brava que quiso dar testimonio público de lo que había pasado para que no se repita su historia”, destacó la periodista Azucena Vence, con quien coincidió en desfiles de moda protagonizados por mujeres con cáncer. Semanas atrás, María José Campomanes había enviado un mensaje a Azucena Vence, con motivo de su artículo en este periódico, en el que comentaba: “Ojalá los médicos tomen conciencia y empiecen a vernos como lo que somos, personas que sentimos y sufrimos...”. Dejó dicho que le gustaría que en su esquela figurara un dragón, ser mitológico que le encantaba. Finalmente, ha sido una paloma la que la ha acompañado en su último vuelo.