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Batalla en el epicentro de un seísmo que marchita el cerebro

Los avilesinos Ana Fernández e Ignacio Valdés consideran que la vida les ha dado una segunda oportunidad tras sufrir microinfartos

Ignacio Valdés en la avenida San Agustín de Avilés. M. Villamuza

Ictus significa golpe, ataque. Es un terremoto que marchita el cerebro. Ana María Fernández estuvo un día en el epicentro del seísmo: tenía 44 años cuando sufrió un derrame cerebral por causas desconocidas, aunque en aquel momento su vida la dominaba el estrés. Cartera de profesión, Fernández compaginaba el trabajo con la preparación de oposiciones y el cuidado de su familia. “Fumaba mucho, tomaba café… vivía en tensión”, reconoce esta mujer a la que la vida le cambió en un cine. En segundos. “Aquel día noté algo raro cuando estaba en la tienda de chuches, como si me entrara algo por el pelo, una sensación rara. En la sala pisé a todos y cada uno de los que estaban sentados para llegar a mi butaca, ya no coordinaba, pero no le di importancia. Del resto no recuerdo nada”, explica esta mujer bilbaína de nacimiento y avilesina de adopción que pasa estos tiempos de covid en un pequeño pueblo de León. Del cine, al Hospital Universitario Central de Asturias.

Ana María Fernández pasó dos meses y medio en coma inducido. El terremoto sacudió con fuerza su cerebro. Le dejó secuelas de las que se recupera con ahínco. Tuvo que aprender a caminar. Y lo logró. También reaprendió a escribir y, aunque habla con voz ronca, consiguió que la cuerda vocal que le quedó intacta volviera a sonar. También sufrió hemiparesia (parálisis) en la parte izquierda del cuerpo, perdió el cincuenta por ciento del campo visual… “Cuando salí del hospital estaba muy, muy lenta. No me dieron ningún tipo de rehabilitación y tuve que pedir un crédito. Me pagué yo un año de rehabilitación en una clínica de Gijón y espabilé muchísimo”. Ana María Fernández está jubilada a día de hoy.

Dice que valora cada día como un regalo. “Me gusta mucho disfrutar cuidándome. Camino diez kilómetros a buen ritmo a diario, practico yoga y meditación. Y me relaciono, a poder ser todos los días, con cada uno de mis hijos, que es lo mejor que me ha dado la vida”. También cuida la alimentación. “Solo me privo del chocolate”, confiesa esta mujer vinculada a “SOS ictus” que reconoce que la vida le ha dado una segunda oportunidad, y no la quiere desaprovechar. Hoy los enfermos de ictus celebran su Día mundial.

Ana María Fernández, hace dos años en la nieve en los Lagos. M. Villamuza

El ictus sucede en concreto cuando el flujo de sangre a una parte del cerebro se detiene. Hay dos tipos: los isquémicos (por obstrucción y se deben a trombosis o embolias) y los hemorrágicos por rotura, los comúnmente conocidos por derrame cerebral. En Asturias se detectan unos 3.500 al año. El ictus juega además contra el reloj. Es imprescindible, según los expertos, que se atiendan estos casos de forma urgente, antes siempre de cuatro horas: cada hora de retraso en la atención de un ictus el cerebro envejece cuatro años. Esto lo sabe bien el también avilesino Ignacio Valdés, ahora de 51 años. Hace tres sufrió un ictus. Trabajaba como docente en el instituto de Tapia de Casariego y de lunes a viernes vivía en el occidente asturiano, solo. Un día no se presentó a su puesto de trabajo, y eso no era ni de lejos habitual en él.

“Al ver que no llegaba, mis compañeros me fueron a buscar, ¡y menos mal!”, reconoce este hombre que había sufrido un ictus pese a no tener ningún factor de riesgo. El “golpe” fue imprevisto. “Según el neurólogo fue por un movimiento brusco, parece que por taparme la nariz con un fuerte estornudo se rompió una artería, y ahí empezó todo”, explica. Del resto no tiene conocimiento. De Tapia fue derivado al HUCA, en Oviedo. “Me afectó al lado izquierdo, a la movilidad”, explica. Es por esto que este profesor de música ya no puede tocar instrumentos. Pero no es hora de lamentos, apunta: “El oído lo tengo intacto, puedo escuchar música y me gusta toda”.

Valdés agradece el trabajo breve pero “excelente” de los rehabilitadores del Hospital. “Las cosas funcionan más que por la institución, por el buen hacer de los profesionales”, señala este hombre ya jubilado que añora la relación con los alumnos y que vive cada segundo del día sin pensar en mañana. “Si me preguntas cuál es el mejor momento de mi vida te digo que este: no tengo otro”, concluye.

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