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“Necesito el cambio, es mi manera de ser; repetirme me aburre solemnemente”

“La Escuela de Arte de Oviedo sigue siendo hoy un referente en Grabado y Diseño Gráfico a nivel nacional, por profesorado y recursos”

Ricardo Mojardín, en el porche de su casa, la antigua rectoral de Loriana. | Irma Collín

Poco antes de cumplir los 30 años Ricardo Mojardín (El Rebollal, Boal; 1956) llegó a una encrucijada vital. Renunció a la seguridad y la comodidad de un trabajo en la empresa pública y eligió el camino del arte, asumiendo un alto riesgo.

En dos años hice los cinco cursos en la Escuela de Arte de Oviedo. Cambiaba los turnos en Ensidesa para ir a las clases y me llevaba la fiambrera cuando tenía el turno de noche. Tuve buenos compañeros y conocí al profesorado que había entonces: Magín Berenguer, la visión más clásica del arte; Fernando Alba; Bernardo Sanjurjo… Conseguí el título de graduado en Artes aplicadas y lo tengo ahí –nunca se sabe–. Seguí trabajando de técnico electrónico. Yo, desde el primer día que entré a trabajar en Ensidesa, con 16 años, me dije: “Esto no es lo mío, esto no puede ser para siempre, yo quiero hacer cosas que me motiven más, en las que pueda implicarme más a fondo, en las que desenvuelva más la creatividad”. Cada día estaba más incómodo. Buscaba la forma de salir de aquello. Tenía claro que del arte no se podía vivir porque eso siempre me lo metió mi padre en la cabeza: “El arte no da de comer, olvídate del arte, búscate un oficio del que puedas vivir y luego pintas”. Pero llegó un momento en que entré en depresión, tenía ansiedad, trabajaba muchísimo entre una cosa y otra...

Estaba en esa encrucijada intentado buscar una salida. Vivir del arte contemporáneo era imposible y no estaba dispuesto a renunciar a hacer lo que me daba la gana. Años más tarde, por curiosidad, hice números y llegué a la conclusión de que en toda la década de los 80, en la que pude haber hecho, entre obra pictórica en lienzo y formato grande y en papel, mil y pico o dos mil obras, había vendido tres. De repente, dos años después de haber terminado la escuela, recibí una llamada de María Álvarez, que había sido profesora mía durante un trimestre, era más joven que yo y teníamos muy buena relación. Me dice: “Sanjurjo quiere poner la especialidad de Grabado y se va a convocar una plaza de maestro de taller, ¿podría interesarte?”. “Hombre, por supuesto”, contesté. Pero yo lo que sabía de grabado era muy rudimentario. Pedí permiso en Ensidesa, marché a Madrid al Círculo de Bellas Artes y a los talleres de Brita Prinz, donde daban cursos de Grabado y Litografía; me compré toda la bibliografía que había en castellano sobre grabado y me puse las pilas a tope. Lo que me hubiera llevado uno o dos años me lo chapé en un mes. Saqué la plaza como profesor de Calcografía y Xilografía. Al día siguiente fui a las oficinas de Ensidesa a pedir la excedencia, la empresa estaba en reestructuración y acabé con la liquidación. Como había cogido vacaciones y permisos y marchaba antes del año, debía días a la empresa. “Debes 16.000 pesetas”, me dijeron. “Nada, nada, lo pago”, y me fui. Era el momento de arriesgar. A mi padre le di el mayor disgusto de su vida.

Yo no tenía tablas, no había dado clase jamás y me faltaba mucho que aprender de grabado. Al verano siguiente se convocó la plaza. La oposición era en Madrid, aparecimos veintipico, había gente que llevaba años dando clase, que trabajaba de profesor auxiliar en la Facultad de Bellas Artes de Madrid, que tenía el culo pelado con talleres propios, exponiendo... Empecé bastante desanimado, pero saqué la plaza, y podía optar entre Oviedo y Madrid. Casualmente, en aquel momento mi mujer (Beatriz Reigada) estaba trabajando en Madrid, pero yo ya tenía claro que las ciudades grandes no eran lo mío y estaba muy a gusto en Oviedo. Mi padre por fin respiró, ya era funcionario. Mis padres, pese a todo, siempre tuvieron confianza en mí, mi madre sobre todo, que fue una mujer ambiciosa, echada para adelante y muy emprendedora.

Empecé a dar clase en la Escuela de Arte, y pasaron 30 años. El perfil del alumnado cambió mucho, sobre todo cuando se empezó a impartir el Bachillerato Artístico y la edad bajó. Llegó un alumnado menos maduro, con las ideas menos claras y al final eso se nota. La Escuela de Arte de Oviedo sigue siendo hoy un referente en Grabado y Diseño Gráfico a nivel nacional, por profesorado y recursos. No nos favoreció para nada que se creara la Escuela Superior de Arte de Avilés. Hubo bastante malestar porque Oviedo aspiraba a convertirse en Escuela Superior de Arte, y por decisiones políticas se creó la de Avilés. La enseñanza a mí nunca me quemó, para nada. Nunca me arrepentí de haber tomado esa decisión. Sí me planteaba a veces qué hubiera pasado si hubiera elegido Madrid, donde se mueven más las cosas y todo trasciende más, pero creo que no me hubiera compensado. He tenido la suerte de vivir del arte y tener libertad absoluta para hacer lo que me pedía el instinto creativo. Si hice 40 o 50 exposiciones individuales, cada una es formalmente un mundo distinto. Esa es mi manera de ser, me aburre solemnemente repetirme, necesito cambiar, aunque esté contando lo mismo necesito hacerlo de distintas maneras. En los 80 no seguir la corriente de moda era un sacrilegio, pero yo estaba dispuesto a ser un sacrílego total, a jugármela en lo artístico, igual que hice en lo laboral.

Me jubilé hace cuatro años, cuando cumplí los 60. No me lo pensé dos veces, aunque estaba muy contento con la docencia, pero quería disfrutar de mi tiempo en cualquier época del año, sobre todo para viajar, que es mi gran vicio y el de Bea. Por viajar liberamos todo tipo de impedimentos y ataduras. El año pasado estuvimos en Croacia y Eslovenia, el anterior en Islandia un mes Beatriz y yo, luego ella se fue y me quedé otro mes con Adrián, nuestro hijo, que vive en Barcelona.

Cuando dejé las clases pasé unos meses mal. Tenía tantas cosas por hacer que las quería hacer todas y no hacía nada. Ahora abro la ventana y miro, es inédito para mí permitirme estas pausas y estos tiempos de contemplación. Estoy disfrutando de eso. No conseguí todavía tener la pausa necesaria para leer poesía, me encantó siempre, pero no encontré nunca el tiempo que necesita. Ahora creo que me falta menos. En el fondo soy un vago frustrado, me hubiera gustado llevar esa vida contemplativa, pero nunca pude permitírmelo.

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