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La enésima crisis de las Cuencas

Juan Prado, ayer, bajando la persiana de su tienda 1984 British Shop, en Oviedo. | Miki López

Christian Valle Antolín escancia un culín ayer en su sidrería de El Llano. | J. P.

Rubén García, “Rubi”, cierra la persiana de su gimnasio en Avilés. | R. S.

Arancha Royo baja la persiana de la zapatería en Caudalia. | Jandro Rodríguez

Juan Prado esperó ayer a las ocho de la tarde en punto para bajar la persiana. Se planteó hacerlo a mediodía, pero la posibilidad que entrase algún cliente a última hora que mejorase los últimos balances de ventas le hizo cambiar de opinión. Hace siete años abrió en régimen de alquiler una pequeña tienda de ropa y complementos de estilo británico, en la calle Cimadevilla de Oviedo, 1984 British Shop, cerca del Ayuntamiento. Con experiencia previa, gusto y conocimiento de las tendencias, se apañó para llevarla él solo, sin ayuda en el local. “El último mes de ventas fue catastrófico. En realidad, septiembre y octubre. La peor época desde que inauguré la tienda”, explica. Al margen de las restricciones y el temor por el covid-19, Prado achaca la precariedad del sector, especialmente del pequeño comercio, a los precios desorbitados de algunos alquileres. No es su caso. Su arrendador le ha facilitado el pago perdonándole parte de los meses del confinamiento que ya estuvo cerrado y flexibilizando el abono de la renta: “Aún así, voy minimizando los gastos porque me doy cuenta de que los tiempos pueden ir a peor y tengo que mantener el negocio. Quizás ahora estemos más concienzados que en la primera ola, pero la incertidumbre es la misma o mayor”. También echa en falta más ayudas estatales, regionales y locales para salir adelante: “Más allá de la ayuda a los autónomos, poco hay para que las personas al frente de un negocio no se vean abocadas a cerrarlo o acabar en la ruina por el coronavirus”.

Cae el ocaso en el barrio de El Llano, en Gijón. En la sidrería Nueva Uría, en la calle Santiago Carrillo, Dani Martín canta en el hilo musical del local. Faltan apenas unas horas para el segundo cierre de la hostelería, cuando el exvocalista de “El Canto del Loco” entona eso de “quiero que todo vuelva a empezar”. Christian Valle, el dueño del local, escancia un culín a un solitario cliente en su terraza. La cosa está poco animada, a pesar de que durante el puente hubo mucho movimiento. Espera que, por la noche, sus clientes apuren el último cartucho antes de cerrar la puerta. Que acudan, en masa, pero respetando las distancias, para beber el último culín que él, o los seis camareros que tiene contratados, le escancien antes del parón de 15 días impuesto por el Principado. Valle es futbolero. Tiene su negocio decorado con motivos del Sporting. Lo que le sale decir bien podría cantarlo la afición rojiblanca o cualquiera que haya pasado por el drama de un descenso. Aquello de “volveremos otra vez”. “Ya cerramos una vez y lo logramos. Podemos volver a hacerlo”, explica el dueño de la sidrería. Valle es optimista, pero no ingenuo. Sabe que el sector entre el que él se cuenta lo está pasando mal. “Yo tengo un colchón y dos meses puedo tirar, pero hay muchos compañeros que viven al día”, razona. El hostelero aprueba el toque de queda. Siempre que sirva para poner coto a las fiestas ilegales en los pisos, que, a su juicio, están intrínsecamente relacionadas con la mala situación sanitaria. “El virus no está en la hostelería. Si en una mesa te sientas con seis personas, pero luego vas a un piso con diez, ahí es donde está el problema”, zanja.

“Esto es una lucha que tenemos que ganar entre todos”, afirma Rubén García Fernández, “Rubi”, entrenador de boxeo y de kickboxing, que desde hace dieciséis años cumplió su sueño al abrir un gimnasio en la avilesina calle de La Magdalena. Su objetivo era el mismo que en la actualidad: “Mostrar que el deporte son valores y salud”. Ha invertido más de 4.000 euros en adaptar su local al protocolo para evitar los contagios de covid y cuando se enteró de que tenía que cerrar sus puertas durante, al menos, los próximos quince días, se le vino el mundo encima. “Estoy muy triste, ayer –por anteayer– lloré, se me cayó alguna lágrima, este es mi sueño y quiero seguir luchando por él porque si no...”, apunta el avilesino. “Rubi” García reclama ayudas para “por lo menos, poder quitar la cuota de autónomos” porque remontar esta situación “va a ser difícil”. Habló del confinamiento de la primavera y su rostro se entristecía. Espera que los contagios vayan en descenso y la normalidad vuelva cuanto antes.

Su centro deportivo es un gimnasio de barrio y sus usuarios tienen claro que el espacio deportivo “se levanta entre todos”. Aún sabiendo que el Gimnasio Toa cerrará hoy sus puertas hasta nuevo aviso, Ignacio Artime, uno de los jóvenes que acude al centro a ponerse en forma, iba a pagar su cuota a media mañana. “Si vengo hoy es para ayudar a ‘Rubi’, vengo por él”, señaló el joven, concienciado, como el resto de sus compañeros, de que “esto es una lucha que tenemos que ganar entre todos”.

Parece un centro comercial fantasma. Las diferentes crisis por las que han pasado las Cuencas ha hecho que el centro comercial Caudalia de Mieres haya ido viendo como se cerraban tiendas una detrás de otra. Ahora, además del gran supermercado y de una cadena de comida rápida, apenas quedan una óptica, una administración de loterías, dos peluquerías, una joyería, una cafetería, una tienda de ropa deportiva y una zapatería. Precisamente en este último establecimiento, Merkal, su encargada, Arancha Royo, se mostraba ayer “disgustada” ante el nuevo cierre al que le obligan las medidas impuestas por el Principado. “Estamos disgustados, porque al final al sector comercial nos ponen al nivel de otros como la hostelería, y la clientela y el consumo no es el mismo, ni hay los mismos riesgos ni aglomeraciones”, señalaba. “Estamos fastididados, porque creo que se podía haber escalonado el cierre, primero sectores con más riesgo y si no da resultado, pues ya el resto”, agregaba esta empleada, cuya situación está en el aire. “Supongo que nos iremos a un ERTE, pero con la amenaza de cierre presente, porque es muy difícil aguantar dos situaciones como esta”, valoraba Royo.

Lo hacía mientras miraba las colas que se formaban para entrar en el supermercado del centro comercial. “Los colegios siguen abiertos y la gente buscará el calzado en a través de internet o en los grandes supermercados, que son los que salen ganando”, apuntaba. “Están hundiendo al pequeño comercio”, agregó.

Mientras habla, cobra a una clienta unos zapatos. El deseo es que no fueran los últimos de la tienda.

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