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De pastelerías que venden café a mercadillos con flores pero sin ropa: las contradicciones del cierre comercial en Asturias

Un recorrido por establecimientos de todo tipo en las primeras horas de las restricciones aprobadas para frenar la pandemia

Una pastelería sacando a la calle su mercancía en Oviedo

Las cafeterías (en principio) están cerradas, pero las mañanas siguen oliendo a café. Las abundantes confiterías de la capital asturiana –abiertas por ser consideradas tiendas de alimentación y, por tanto, esenciales– lo despachan en vasos de cartón. Siempre hay un roto para un descosido. O más o menos. Porque, al llenar el BOPA de excepciones, los asturianos viven una confusión excepcional. Se pueden comprar flores, pero no joyas. Gominolas sí. Zapatos no. Electrónica sí. Electrodomésticos no. Lotería sí. Ropa no. Estética sí. Juguetes no. Los negocios asturianos se han convertido en una yincana.

La cosa se complica con aquellos que hacen un poco de todo. En unos “chinos” del centro de Oviedo, la ropa situada a la entrada del local está tapada improvisadamente con unas lonas de plástico; pero se sigue vendiendo parte del textil. Una bandera de Asturias destaca sobre una colección de bufandas disponibles. Al fondo del local, los adornos navideños se confunden con los juguetes. Unos metros más arriba de la misma calle, una juguetería tiene sus puertas cerradas. La mujer tras el mostrador se defiende diciendo que no, “que no se puede comprar ropa”, pero los juguetes no parecen suponer ningún problema porque una clienta sale con unos coches “para su nieto”.

Y el laberinto del comercio vuelve a complicarse con los centros comerciales. Del céntrico “Salesas” salen y entran clientes como si fuese un día normal. En su interior cada comercio es un mundo, y se aplican los cierres igual que en las calles. No como en la desescalada, cuando se cerraron establecimientos en razón de su tamaño. Pero lo más curioso ocurre al llegar a los pisos ocupados por una gran superficie. La mitad del espacio está precintado y con las luces apagadas. La librería y la electrónica, en cambio, siguen funcionando. Así, un cliente puede comprar una pluma, pero no un juguete. Productos separados por unos cincuenta centímetros y una cinta con el logo de la empresa.

–Pero ¿qué sentido tiene que se pueda comprar una cosa sí y otra no? –se queja una mujer de avanzada edad ante uno de los dependientes.

–Señora, nosotros qué más quisiéramos. No somos nosotros quienes hemos puesto las normas... –responde el empleado.

–Ya lo sé hijo, ya lo sé. Pero de verdad que no se entiende nada. No voy a contagiarme más aquí que allí –termina señalando a la zona de decoración a la que no conseguiría llegar. Por lo menos en este centro comercial.

Fontán

Fontán

En otros establecimientos similares, durante estos primeros días de restricciones se aprovecha el vender elementos de primera necesidad para despachar otros que no están recogidos como tal. Lo que despierta las iras de aquellos que se dedican a lo mismo y se han visto obligados a echar el cierre.

En una tienda oriental se siguen vendiendo juguetes, con una juguetería cerrada en la misma calle

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Mientras los ovetenses degustan por la calle pasteles de primera necesidad y su café para llevar, un comerciante explica que él también puede hacer lo mismo. Dueño de una zapatería, le cuenta a un cliente que el local no lo puede abrir, pero que el producto se lo puede entregar en la calle. “Dime la talla y quedamos en el Campo San Francisco”, le despide.

La última coletilla de las excepciones del BOPA, la que traslada las restricciones destinadas al comercio en locales a quienes desarrollan su actividad al aire libre, lo complica aún más. O, por lo menos, pone aún más en duda los criterios sanitarios de las últimas medidas. Así, en el mercado del Fontán se pueden vender flores, pero no ropa. “El virus no piensa”, rezan los carteles del Principado que ocupan las marquesinas de la ciudad. Pero parece bastante selecto.

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