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El crudo testimonio de una asturiana que rozó la muerte por Covid tras mes y medio ingresada: “No sabéis el infierno que hay en la UCI”

La gijonesa María Santa Álvarez, de 67 años, relata su calvario como advertencia: No puedo mover las piernas, apenas puedo dar unos pasos y de momento voy en silla de ruedas. Tardé mucho en mover las manos aunque de eso ahora estoy mejor. Pero aún tengo lagunas mentales, tengo que tomar mucha medicación y me fatigo

María Santa Álvarez mira por la ventana de la casa donde vive ahora en Gijón. | Juan Plaza

Cada tarde, una mujer observa desde el octavo piso de un edificio en la calle Carlos Marx de Gijón un trajín de gente de paseo, con niños, con perros, con la mascarilla bajada, fumando, demasiado juntos, demasiados grupos. Los contempla primero con sorpresa, después con una indignación que hace que destile rabia, impotencia. Porque María Santa Álvarez Paredes, así se llama la mujer, es a sus 67 años una de las supervivientes maltrechas del covid-19. Mes y medio ingresada, 15 días en la UCI, desahuciada varias veces y, contra todo pronóstico, viva aún.

En silla de ruedas, fatigada y cabreada, eso sí, cada vez que ve cómo la gente sigue juntándose sin precauciones, cada vez que los jóvenes se van de botellón, cada vez que la policía desaloja una fiesta ilegal, cada vez que ve a demasiada gente demasiado junta en la calle. “Vosotros no sabéis el infierno que hay en la UCI, es imposible hasta que no pasas por ello”, masculla mientras trata de recuperarse de una enfermedad devastadora, que acabó con su energía en cuestión de horas y de la que aún tardará mucho en salir en condiciones. “Ya veremos”, apunta.

Su historia de enfermedad y dolor arranca a finales de septiembre, cuando se contagió al ayudar a una amiga a asear a una anciana. En la primera prueba PCR dio negativo, pero la enfermedad se dejó ver pronto. “Me empecé a sentir mal y ya di positivo. Enseguida empeoré y me tuvieron que llevar a Cabueñes. Estuve mucho tiempo esperando a ser atendida, todo saturado, y de allí, en vista de mi gravedad, me trasladaron al HUCA”. Ingresó directa en la UCI con el diagnóstico ya tristemente conocido: neumonía bilateral y afectación de otros órganos. “Hígado, riñones… todo mal. Estuve dos semanas así, intubada, con muy mal pronóstico. A mi hermana la llamaron varias veces para decirle que no acababa el día, pero gracias al plasma que me pusieron salí adelante”, relata ahora desde casa de su familia, donde está recuperándose de unas secuelas devastadoras. “No puedo mover las piernas, apenas puedo dar unos pasos y de momento voy en silla de ruedas. Tardé mucho en mover las manos aunque de eso ahora estoy mejor. Pero aún tengo lagunas mentales, tengo que tomar mucha medicación y me fatigo”, cuenta con la tristeza inmensa de ver que “la gente no se lo cree, no se lo toman en serio y siguen sin tener cuidado. Yo era una mujer muy enérgica, siempre haciendo cosas. Y mira ahora”.

María Santa Álvarez

A su lado, en la habitación del HUCA, vio fallecer a una mujer de 60 años, y otra chica de 42 “estuvo muy malina, como yo. Ya no es una enfermedad de ancianos, esto da a todo el mundo y allí vi de todo, gente muy joven muy mal y que incluso murió”. A cambio, entre tanta desolación, “el trato fue estupendo, pero hay que ver cómo trabajan los médicos, enfermeras y celadores. Si no lo ves no lo crees”, afirma, tras comprobar durante largas semanas “cómo se protegen, cómo sudan, cómo se entregan al máximo, cómo dan todo cuando ya no les queda nada. En la séptima planta del HUCA había tres auxiliares y un celador para atender a 43 personas ingresadas, todas con grandísimas dificultades por el covid. Es cambiar camas, asear a la gente, darles de comer… y faltan manos. No hay derecho a que estén trabajando así por la irresponsabilidad de la gente que se contagia, por la falta de medios y contrataciones cuando hay bolsa de trabajo de sobra”, lamenta María Santa Álvarez.

El paso por la UCI es, como para todos los enfermos, una niebla difusa amortiguada por la sedación. Pero queda “el dolor de garganta de los tubos, las heridas en la boca, la sed cuando aún tienes respirador y no puedes beber”, cuenta la gijonesa. “Las noches se hacen eternas, nadie sabe cuánto hasta que no pasa por ello, y en mi caso fue más de un mes. Algunos mucho más”, explica, temerosa aún de recordar cuando la desintubaron. “En aquel momento supe que o moría o vivía. Afortunadamente fue lo segundo”.

Estuve dos semanas intubada; a mi hermana la llamaron varias veces para decirle que no acababa el día

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El calvario para ella aún no ha terminado, porque tras recibir el alta “de aquella manera porque soy consciente de que se necesitan camas para toda la gente que ingresa”, ahora se ha topado de lleno con la soledad del convaleciente. “Tengo una médica y una enfermera de primaria en Gijón que son maravillosas, pero tras pasar por esto te sientes un poco abandonado. Necesito cuidados, fisioterapia, apoyo constante, y todo eso si estás en casa no lo tienes”, constata. En su caso, además, con el añadido de haberse trasladado a casa de su hermana “que tiene una hija de 12 años con una enfermedad rara; todo se complica mucho”. Por no hablar de “la falta de apoyo económico cuando te ves así. Tuve que comprarme una cama adaptada porque no puedo moverme y me costó 1.300 euros, no hay apoyos ni ayudas para esto ni siquiera en Cruz Roja, y muy pocos se pueden permitir estos gastos en esta situación”, reflexiona.

Lo que más le duele, aun con todo, es “ver a la gente que niega la enfermedad, que reniega de las mascarillas, que no se cuida”. Y tampoco entiende “tanta protesta de la hostelería; yo tuve negocios hosteleros muchos años y sé de lo que hablo. Más vale cerrar un par de meses, todo se recupera, menos la vida”.

En la planta del HUCA había tres auxiliares y un celador para atender a 43 personas con grandes dificultades

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A todos los que obvian las medidas de seguridad y reniegan de las restricciones “los mandaría un par de días a la UCI del HUCA. No digo que se pongan enfermos, porque no se lo deseo ni a mi peor enemigo; solo lo digo para que vean cuánto sufrimiento hay allí, cómo es aquella batalla y se conciencien de una vez por todas de que esto no es ninguna broma”. Ella, al menos, vive para contarlo. Por muy poco.

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