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“Ojalá no lleguemos a tener que negar una cama de UCI a nadie”, alertan los sanitarios

“La gente tiene que asustarse: no lo está lo suficiente ni hay conciencia de lo que vivimos en los hospitales”, advierten los profesionales

Un paciente con coronavirus en una UCI del HUCA.

Desesperación e impotencia. Es la sensación generalizada entre el personal sanitario asturiano que está en la primera línea de la batalla contra la segunda ola del coronavirus. Porque “no se ve horizonte ni sabemos ni cómo ni cuándo vamos a salir de esta”. Porque “se abren plantas y plantas, unidades de críticos, más y más camas que se llenan en horas y la saturación no cesa”. Porque “estamos exhaustos, con miedo a romper nosotros y a que lo haga el propio sistema de salud”. Porque “los picos de 600, 700 o más contagios que estamos teniendo ahora tendrán su reflejo en los ingresos hospitalarios en el plazo de ocho, diez o quince días y no sabemos cómo podremos afrontarlo”. Porque la situación es tan “espeluznante” como “la pregunta que a diario, al finalizar el turno, nos hacemos muchos compañeros y no queremos contestar: si llegará un momento en que tengamos que decidir a quién se elige o a quién se descarta para una plaza en la unidad de cuidados intensivos”.

Todas son reflexiones de médicos o personal de enfermería del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) y de facultativos del Servicio de Asistencia Médica Urgente (SAMU). Realizadas entre el pasado jueves y este último domingo, jornadas en las que las cifras de contagios subieron a niveles más que preocupantes. Coincidentes en una “angustia” que mencionan explícitamente y que se percibe al otro lado del teléfono, cuando, por momentos, detienen la conversación con un largo suspiro o porque la voz se quiebra ante la dureza del propio relato.

“El sábado (7 de noviembre), a las cuatro de la mañana se abrió otra planta del HUCA para pacientes covid. El lunes por la mañana estaba llena. Con 43 enfermos. Impresionante. Esto hay que vivirlo. No sé dónde va a parar. Duermo muy mal. Llego a casa y no pego ojo. La sensación que tengo en el hospital es de guerra total. Está todo al borde del colapso. La presión con la que trabaja la gente es brutal. Equipada de esa manera durante tantísimas horas, con esas sudadas por los epis: salimos pingando de las habitaciones. Estoy aterrada. Y quiero que nos confinen ya. No hay otra solución que el encierro domiciliario. Si no, esto no va a acabar”, cuenta una enfermera, tan temerosa “como todos” ante lo que pueda pasar en las próximas semanas y “si no llega para todo con los recursos disponibles”. “No quiero ni pensarlo. Estamos para salvar vidas, ojalá nunca lleguemos a otro tipo de situaciones”, sentencia.

Y están “los cuadros que vemos a diario”. “Hay mucha gente joven. Ingresan chavales con veinte y pocos años. Y sin patologías previas. Pero que llegan muy mal. Los ves intubados y te pones en el lugar de las familias. De todas. De los mayores también. Está muriendo gente de cincuenta y pico, sesenta. De todas las edades. Cuando entras en las UCI te cae el alma a los pies”, relata otra enfermera que en casi 20 años de profesión nunca había trabajado en cuidados intensivos.

La “sacaron” del servicio del hospital en el que trabajaba, “como a otras muchísimas compañeras sin experiencia en esto”. “Vamos presionados porque tenemos mucho miedo a cometer errores, a ponerte mal o bien el Epi, a hacer todo correctamente para los pacientes y para nosotros, que también tenemos familia y no sabes si lo vas a llevar a casa”, explica.

Lo “peor” es que “no veo el final”. Y que “el pico de la ola de contagios no es el de los ingresos hospitalarios, que están por llegar en diez o en quince días”. Y, entonces, “¿qué vamos a hacer”, dice. “No cabe otra que el confinamiento. Hay que reducir la saturación. Entiendo el daño a la economía y que la gente tiene que comer. Pero para comer tenemos que estar vivos. No estamos concienzados de la gravedad de la situación. La gente necesita asustarse. No lo está suficiente”, concluye.

Otra de sus compañeras en una planta covid confiesa que muchos días “está rota” al llegar a casa. “Es terrible. Y a mí me mata la soledad del paciente. Tenemos unas cámaras para ver continuamente a los enfermos. Y miro a la gente mayor tan solina y se me parte el alma”.

Un facultativo incide en la situación de los afectados por otras patologías que no son covid. “La gente sigue enfermando, teniendo eventos de salud graves y agudos que hay que tratar. Que a lo mejor también van a necesitar un ingreso en una cama de críticos. Hay personas que me han contado que le han diagnosticado un tumor, pero que no le van a poder hacer la primera consulta hasta dentro de un tiempo porque solo se está operando lo imprescindible”, lamenta.

Una cama UCI en el HUCA.

Otro comparte los que, explica, han sido sus pensamientos cotidianos tras las jornadas extenuantes de los últimos días. “Tengo angustia permanente. Más que el cansancio físico me puede la impotencia: ver cómo se nos llenan los recursos y no tenemos muy claro qué va a pasar dentro de dos semanas. O de tres. Cuando todos estos positivos de 600, 700, 800 casos diarios casi que ha habido empiecen a ingresar. Dónde los vamos a meter y en qué posición nos vamos a ver nosotros”, cuenta.

Porque “al final de mi día, está esa pregunta que surge siempre”: “¿Nos veremos obligados a negar camas de UCI a algún paciente que en cualquier otra circunstancia hubiese sido un buen candidato a cuidados intensivos? ¿Será Asturias en las próximas semanas el Madrid de la primera ola de marzo?”.

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