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El aislamiento de mayores con discapacidad alarma a las familias

Consideran necesario un protocolo específico que sea más adecuado a su situación: “No se ha hecho pensando en ellos”

El confinamiento prolongado de mayores con discapacidad, por ser contacto de un caso positivo, alarma a algunas familias, que temen que esa situación suponga mayores perjuicios que beneficios. Aseguran que el aislamiento prolongado de la primera ola ya supuso una situación de deterioro. “Llueve sobre mojado, porque aquello ya fue difícil para ellos. Y ahora se les aplica el mismo protocolo que al resto de personas, sin tener en cuenta las peculiaridades de su situación”, aseguró a este periódico la hija de una de las afectadas.

El protocolo que se pone en marcha con una persona con discapacidad que ha sido contacto estrecho de un caso positivo es idéntico al de cualquier otra persona en una situación similar: aislamiento durante casi dos semanas antes de descartar, mediante una prueba PCR, que esté contagiada. El problema, apuntan las familias, está en el retroceso que supone para estas personas una situación de aislamiento. “El protocolo no se ha hecho pensando en estas personas. Puede entenderse que en la primera ola, sin experiencias previas, se optase por el confinamiento sin más. Pero ahora, después de más de siete meses de experiencia, debía haberse afinado mucho más”, plantea la hija de una de las afectadas.

“El perjuicio que supone el aislamiento total y absoluto para estas personas es tremendo. El confinamiento ya es duro de por sí para cualquiera, pero para estas personas, que no tienen plena comprensión de la situación, todavía resulta bastante peor”, añade. La consecuencia de ese aislamiento supone “estar encerrada entre cuatro paredes, de la cama al sillón y del sillón a la cama y, encima, sin entender qué pasa”, describe la hija de una mujer que permanece interna en una residencia de Oviedo. Como ya ocurrió en la primera ola, el aislamiento también entraña dejar en suspenso toda actividad ligada a la movilidad, ejercicios con el fisioterapeuta y otras terapias que venían recibiendo, explican las familias, preocupadas por el impacto que esta medida tiene para sus mayores. “En el caso de mi madre, permaneció cuatro meses sin ejercicios de rehabilitación”, afirma.

La restricción de las visitas es otra de las medidas que ya se adoptó en la primera ola y que ahora se ha reactivado ante el recrudecimiento de la pandemia. “No tenemos ninguna queja del personal que atiende a nuestros mayores, que tienen una total dependencia y necesitan que les den de comer, que les aseen y hasta que les laven los dientes. El personal hace lo que puede”, exponen las familias, que reclaman un cambio de los protocolos, que combine tanto la seguridad de los internos y el personal como su bienestar. “No somos expertos, pero parece que resulta más fácil confirnar a determinada gente. Estas personas son como bebés, la mayor diferencia es la edad. ¿A alguien se le ocurriría dejar encerrado en una habitación a un bebé?”, plantean las familias inmersas en esta situación.

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