La fauna marina puede ser un aliado en la lucha contra el cambio climático más importante de lo que hasta ahora se pensaba. Una investigación en la que participa la Universidad de Oviedo certifica que la biomasa animal situada en aguas muy profundas es más numerosa de lo que hasta ahora se creía, por lo que juega un papel mucho más relevante en el transporte de carbono hacia el océano profundo, donde queda capturado.

Hace más de 60 años, el biólogo marino ruso Mikail E. Vinogradov planteó una hipótesis: los animales que se alimentan en las capas superiores de los océanos durante la noche migran a capas más profundas durante el día. En ese proceso terminan transfiriendo energía y materia orgánica a las llamadas poblaciones mesopelágicas y batipelágicas, que son las que se encuentran en los niveles más profundos del océano.

Esa hipótesis, que Vinogradov denominó la “escalera de las migraciones” no había sido certificada. Ahora, un estudio en el que participa el catedrático José Luis Acuña, del departamento de Biología de Organismos y Sistemas de la Universidad de Oviedo, ha constatado que esa fauna migrante es más numerosa de lo que hasta ahora se creía, por lo que su papel en la captura de carbono procedente de la atmósfera hacia el fondo del océano es más relevante. Los investigadores de la Expedición de Circunnavegación Malaspina, liderada por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, han comprobado que ese proceso de transferencia de carbono atmosférico hacia las profundidades oceánicas contribuye más de lo previsto a atenuar el cambio climático.

El estudio ha permitido cuantificar por primera vez, a escala global, la biomasa de zooplancton desde la superficie marina hasta los 3.000 o 4.000 metros de profundidad. Durante la expedición Malaspina se pudo comprobar que la biomasa de animales en el océano profundo “es muy superior a la estimada hasta ahora”, sostiene el investigador Xabier Irigoien, del centro tecnológico vasco AZTI.

“El aumento de la productividad primaria conduce a una mayor biomasa de zooplancton en aguas profundas y, por lo tanto, a la transferencia de carbono orgánico a la zona batipelágica, lo que fomenta la captura de carbono durante cientos de años en océano”, añade Irigoien.

El carbono orgánico que se produce por la fotosíntesis (proceso en el que se emplea dióxido de carbono) en la zona iluminada del océano y que no se consume termina sedimentando en la denominada zona mesopelágica (entre 200 y 1.000 metros de profundidad), donde permanece durante décadas. Sin embargo, el carbono que sedimenta en el océano profundo, por debajo de los 1.000 metros, puede permanecer capturado cientos de años.

El proceso para que se carbono llegue a las capas más profundas del océano se denomina “bomba biológica”. Las migraciones hacia la profundidad durante el día de los animales que se alimentan por la noche en capa superiores (mayoritariamente pequeños crustáceos, peces y cefalópodos) permite que el carbono ingerido termine depositándose en las profundidades.

La Expedición Malaspina se propuso cuantificar por primera vez a escala global la biomasa de zooplancton desde la superficie hasta los 3.000 o 4.000 metros de profundidad, para poder estimar el flujo activo de carbono y completar esos datos con la escasa información disponible en la literatura científica. La investigación ha visto la luz en la revista “Nature Communications” y tiene como primer firmante a Santiago Hernández-León, catedrático de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.