Uno de los principales problemas de las víctimas del maltrato es detectar que lo están padeciendo. En muchos casos, la violencia –tanto física como psicológica– se va aplicando de manera tan progresiva que cuesta detectarla, ya que llega el punto en el que se considera como algo normal. Estas son, según la Guía para la prevención y actuación ante la violencia de género elaborada por el Instituto Asturiano de la Mujer, algunas de las claves que pueden ayudar a detectarlo en adolescentes.

Control

Es, sin lugar a dudas, uno de los primeros síntomas y con el que deberían saltar las alarmas. Cuando el chico comienza a controlar los mensajes, entradas y salidas y aficiones de su pareja, ya está ejerciendo una forma de maltrato. Esta faceta llega a su culmen cuando, incluso, se instala la necesidad de que la mujer pida permiso para realizar algún tipo de actividad a su pareja.

Aislamiento

En parte, una consecuencia del control. La intención del agresor es alejarla de sus amigos y familiares con la intención de que ella tenga sensación de soledad. Ahí es cuando el maltratador trata de hacerse fuerte tratando de asumir un rol de único apoyo para ella. 

Chantaje y culpabilización

Clara estrategia ante las confrontaciones o revelaciones ante los primer signos de control y aislamiento. En un primer momento se empieza por el chantaje. Para buscar la reconciliación, él pide perdón: “No volverá a ocurrir”, “todo ha sido porque he tenido un mal día”... Frases de este estilo. Cuando se agota esta vía, el paso natural es la culpabilización. “Lo hago porque tú me obligas”, “no me has dejado otra opción”, “es que si tú haces esto...”.

Agresión sexual por falso consentimiento

Otro tipo de violencia habitual en la adolescencia son las agresiones sexuales por falso consentimiento. Las coacciones o amenazas para practicarlas es habitual en los maltratadores

Humillaciones y degradaciones

Pasadas todas o parte de las etapas anteriormente mentadas, estamos ante una joven que, muy probablemente, tenga más que minada su autoestima. Es el momento que aprovecha el agresor para seguir haciendo mella al aspecto psicológico de su víctima, haciéndole pensar que “no vale para nada”.

Intimidación

Tras la violencia psicológica no es raro esperar que llegue la física. La intimidación es, precisamente, el puente que cruza de una a otra. Pegar puñetazos a un pared o patas a mobiliario en medio de una discusión es un claro ejemplo de ello. Con esta actitud, el agresor está lanzando un aviso de manera indirecta a la víctima de que cualquier superficie que él golpee podría ser ella.

Inicio de las agresiones físicas

Todavía no estamos hablando de palizas. Los primeros signos de agresiones físicas se manifiesta con tirones de pelo, fuertes empujones o agarrones en extremidades... Lo más peligroso de este estadio es que, poco a poco, la víctima va asumiéndolos como habituales y no llega a considerarlo como un caso de violencia.

Amenazas

Las amenazas pueden hacerse tanto hacia el propio agresor como hacia la víctima. Van desde el “como me dejes me tiro por un puente” hasta el “como no hagas esto te doy dos hostias”. También son habituales las amenazas a familiares o seres queridos de la víctima.

Agresión sexual por la fuerza

Es, sin paños calientes, la violación. Difiere de la agresión sexual por falso consentimiento en que aquí el agresor sí utiliza la fuera física para consumar la relación sexual pese a la negativa de la víctima.

Violencia física severa

Es el último peldaño de esta escalera de acontecimientos y, quizás la más visible y la que socialmente se asocia ya, sin ninguna duda, al maltrato. Son las palizas y golpes que, en ocasiones, acaban en asesinato

En caso de reconocerse a uno mismo o a cualquier conocido en cualquiera de estas situaciones es fundamental denunciar. Para ello, lo más efectivo es comunicarse con el 016, el teléfono abierto a las víctimas de violencia de género. La llamada es gratuita y no queda registrada en la factura del teléfono.