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Nueve meses sin gusto ni olfato por el covid: “Sólo saboreo la mostaza y el alcohol me sabe a hidrogel”

Adrián González, de 40 años, arrastra las secuelas del virus desde marzo, cuando le contagió su jefe y le tocó pasar la cuarentena aislado en una habitación de su casa de Somao para no infectar a su novia

Adrián González, nueve meses sin gusto ni olfato por el covid

Hace nueve meses que Adrián González no percibe el sabor de un filete de carne, del chorizo o del jamón. La culpa la tiene el covid-19. Todos los alimentos se reducen a su mínima expresión: sabe sin son dulces, salados, ácidos o amargos. Tampoco huele nada. “No sabría si la casa se me quema o si dejo abierto el gas”, ironiza. Se toma con humor una situación que, en el fondo, le preocupa. Ha perdido 12 kilos porque el virus le ha robado el apetito y espera ansioso a que los médicos le den una solución. “Los que arrastramos las secuelas del covid estamos un poco a la mano de Dios”, apunta. Su Navidades no tienen grandes manjares porque sólo percibe el sabor a mostaza y el alcohol le sabe a hidrogel. 

Todo comenzó una semana antes de que se decretase el estado de alarma, el pasado mes de marzo. Adrián, un ingeniero cántabro de 40 años que trabaja para la empresa de ascensores Schindler como delegado de zona en Gijón, recibió una visita de su jefe de Madrid. A los diez días empezó a encontrarse mal. Tenía congestión nasal y un fuerte dolor de espalda. Perdió el gusto y el olfato, pero lo achacó al resfriado. Entonces no se hablaba de la pérdida de esos sentidos como síntoma de covid. En pleno estado de alarma, con el país confinado, se enteró que su jefe había dado positivo. Se lo notificó al centro de Salud de Pravia y desde allí se desplazaron a hacerle una PCR a Somao, donde vive hace casi dos años cuando la empresa lo trasladó desde Salamanca. Dio negativo. 

A pesar del resultado del test, su salud no mejoraba y se recluyó en una habitación de su casa, por prevención, para no contagiar a su novia. En total, pasaron un mes separados. Por entonces sufría fuertes dolores de cabeza, pero no tenía  fiebre ni problemas respiratorios por lo que no era un paciente prioritario para hacerle un nuevo test. Lo metieron en una lista de pacientes a estudiar por ser casos “raros”, pero nunca llegó a saber nada más. 

Le dolía la cabeza y la espalda, pero nunca tuvo fiebre ni problemas respiratorios; le metieron en una lista de pacientes "raros" para seguir su caso de la que no supo nada más

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Pero Adrián tenía anticuerpos. Lo descubrió meses después en las pruebas que hizo su empresa para valorar el nivel de contagios en la compañía. Los análisis revelaron una importante carga viral en el mes de junio. Su pareja no se llegó a contagiar, a pesar de que nunca supieron a ciencia cierta cuándo pasó él la enfermedad. 

El misterio de los sabores

El covid es caprichoso y juega con los sabores de los alimentos que ingiere Adrián. “Si cierro los ojos y me das una patata, no sé distinguir qué es. Me sabe dulce porque su base es dulce si no le echas sal”, explica. La mostaza es lo único que conserva su sabor original. Se la pone a todo. Las berzas, por ejemplo, cuanto más compango y más reposadas estén, mejor. “Si están aguadas no percibo ningún tipo de sabor”, detalla. Con los callos, lo mismo: con mucho pimentón y fuertes de sabor. El jamón “lo detecto mejor si es del malo porque tiende a estar más salado”. En resumen, solo nota los sabores más potentes. Son por los que se decanta cuando le toca comer fuera de casa y no puede aderezar todo con mostaza.

"El jamón lo detecto mejor si es del malo porque tiende a estar más salado”

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Con el olor, más de lo mismo. Huele “dos o tres cosas”. Todo le recuerda al tufo del gel hidroalcohólico. “El alcohol me sabe a hidrogel; es lo mismo que beber una botella de colonia”, cuenta. 

Ha perdido el apetito y come “por necesidad; a veces por debilidad”. Cuando se siente lleno, para. La gula por ingerir algo que le gusta ha desaparecido. La comida, por buena pinta que tenga, acaba por decepcionarle porque no logra saborearla. 

Con este panorama y 12 kilos menos, Adrián se ha tomado la Navidad con filosofía: “a la hora de decidir el menú, comemos lo que mi pareja quiera, a mi me da igual”. Aunque mira recetas y por las fotos le apetece todo, “luego no sabe a lo que tiene que saber”. Su esperanza es que alguien le de una solución pronto. Aunque en el centro de Salud de Pravia le dijeron que lo metían en una lista de “casos atípicos” para estudiar su evolución, desde junio no recibe ninguna llamada. No reclama “por no saturar más la Sanidad en plena segunda ola”. Le toca comerse el turrón sin disfrutarlo y pedir al 2021 una solución para las secuelas que le dejó el covid. 

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