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Juan Fueyo Margareto | Investigador y profesor de Neurooncología en Houston, publica su nuevo libro, “Viral”

“Esta pandemia seguro que ha inspirado a los malos: es posible que resurja el bioterrorismo”

“Esta vacuna de ARN haría enormemente feliz a Severo Ochoa, que seguro que recomendaría que nos la pusiésemos sin miedo”

Juan Fueyo, con su libro “Viral”.

Juan Fueyo Margareto (Oviedo, 1957), profesor de Neurooncología del MD Anderson Cancer Center de Houston, publica su tercer libro, “Viral” (Ediciones B), con afirmaciones tan contundentes como la que pronostica un apocalipsis por un virus asesino que mataría a 3.500 millones de personas en los próximos diez años. Fueyo, emocionado tras haberse vacunado contra el covid, asegura que conseguir una vacuna en un año es una proeza científica descomunal.  

–Dice que la peor pandemia es la que vendrá. ¿Visión apocalíptica o conclusión científica?

–Profecía pura y dura. Un don, por cierto, extinguido (risas). Pero también especulación con base. El ritmo de aparición de las pandemias se ha acelerado en los últimos diez años. Si la cosa no cambia, esta aceleración viral acabará en un choque letal entre el siguiente virus y la humanidad. ¿Está usted lista para regresar a la Edad de Piedra? (risas).

–Creo que no... ¿Qué quiere contar en este libro?

–Decía Picasso que los malos artistas copian y los buenos roban. He intentado robarle la idea a Carl Sagan. En su libro “Cosmos” intentó contarnos el universo viajando en una nave imaginaria y en “Viral” he intentado contar la historia de la vida en la Tierra desde el punto de vista de un virus.

–¿Hemos minusvalorado la presencia de los virus en nuestra vida, igual que despreciamos todo lo que no se ve?

–Los enemigos son más peligrosos cuando son invisibles. No es que despreciemos lo que no se ve, es que no nos damos cuenta de que existe. Hay un universo enorme hacia arriba, del que somos conscientes, pero hay también un microcosmos inmenso ahí abajo y algo más peligroso que el nanotamaño de los virus, la ignorancia, que puede hacerlos aún más invisibles y más poderosos.

–Las vacunas de ARN mensajero generan desconfianza. ¿Cuál es la razón?

–La novedad y que parecen una cosa de manipulación genética. No hay nada que temer el ARN, no va a cambiar nuestro genoma. Es una tecnología fantástica y que podrá ser aplicada para otras enfermedades. De hecho, ya utilizamos tecnologías basadas en el ARN en el estudio y el tratamiento del cáncer. Conseguir una vacuna en un año es una proeza científica descomunal. Ciencia significa conocimiento y hay que confiar en los expertos. Me pusieron la primera dosis de Moderna hace unos días. Y aquí estoy tan campante, hablando con usted.

–Escribió un libro sobre Severo Ochoa, descubridor del ARN. ¿Qué actitud tomaría él en estos momentos?

–Esta vacuna haría enormemente feliz al genio de Luarca. Imagínese, él, que siempre pensó que sus descubrimientos ayudarían a entender los virus y ahora además sirven para combatirlos. En esa nube donde viven los genios, Severo recomienda que nos vacunemos sin miedo. Y que así, ARN contra ARN, acabemos de una vez por todas con esta pandemia.

–¿Estamos más cerca de la curación del cáncer?

–A los oncólogos no les gusta usar la palabra curación, pero el ritmo del progreso ha sido espectacular durante la pasada década, tanto en los tratamientos basados en la medicina de precisión o personalizada como en la inmunoterapia. Por primera vez se ha dado un premio Nobel de Medicina a un tratamiento contra el cáncer. Estamos más cerca de convertirlo en una enfermedad crónica y controlable.

–Por favor, alguna lección esperanzadora que nos deje la pandemia.

–El virus acabó con Trump, y con suerte causará estragos en los movimientos populistas. Los autócratas han sido otra pandemia dentro de la pandemia. Me gusta que la ciencia –produciendo resultados a la velocidad de la luz– haya triunfado, como no podía ser de otro modo, sobre las malas políticas, las teorías de la conspiración, la negación de la verdad. La vacuna nos devolverá a la normalidad. No a una nueva normalidad, sino a la de siempre, a la que nos permitirá disfrutar de la vida social con la familia, en el trabajo y en la calle. La pandemia ha demostrado qué importantes son los abrazos, ¿o no? (risas)

–El libro está prologado por María Neira, directora de Salud Pública y Medio Ambiente de la Organización Mundial de la Salud, otra asturiana en la cumbre de la ciencia, como usted. Seguro que le llena de orgullo.

–Solo por eso ya merece la pena el libro. Sabíamos que era una profesional con personalidad fantástica, comunicadora de aúpa y una líder mundial en medio ambiente y otras muchas áreas. ¡Directora del área de salud de la OMS, nada menos! También sabíamos que era asturiana, que no es poco. Ahora también sé que es una persona generosa, amable y afectuosa. ¡Y que escribe como los ángeles!

–¿Cuáles son los vínculos entre el cambio climático y la pérdida de biodiversidad con la proliferación de nuevos virus y enfermedades?

–Muchos vínculos. Podemos mencionar dos. María Neira nos ha mostrado que la polución, la contaminación del medio ambiente, produce enfermedades. Muchas de ellas son respiratorias. Y personas con enfermedades respiratorias de base son más susceptibles a sufrir infecciones graves por virus. El segundo aspecto es la deforestación que acerca al hombre a las junglas, que le pone en contacto con nuevos virus que causan zoonosis, enfermedades transmitidas por los animales, como el SARS, el sida o el ébola. Las estrategias dirigidas contra el cambio climático son estrategias antivirales “per se”.

–¿Pueden usarse los virus para causar daño?

–Existe la posibilidad de que el bioterrorismo resurja en los próximos años. Esta pandemia seguro que ha inspirado a los malos. Hay que tener en cuenta que las armas biológicas son el arsenal atómico de los países pobres. Con pocos medios se puede manipular y diseminar un virus. Hemos visto cómo una epidemia puede destruir una economía o prácticamente paralizar a un país. Seguro que los terroristas han tomado nota. Este podría ser uno de los problemas de esta década.

–¿Cómo será el mundo tras esta pandemia?

–¡Mejor que antes! La vacuna ha llegado tan pronto que impedirá que se establezcan cambios profundos en la sociedad. Y los políticos buenos habrán aprendido la lección. Nos hemos librado por un pelo de un futuro distópico. Imagínate que el virus infectase a los niños, como el de la viruela, que se cebaba en ellos. O que los supervivientes quedasen con parálisis, como los infectados por el virus de la polio. Pero hemos tenido suerte.

–¿Ve un final cercano a todo esto?

–Me gusta darle al virus un par de meses y luego apaga y vámonos. Eso sí, considerando que la población siga las normas y se vacune.

–¿Su día a día ha cambiado mucho?

–Tengo suerte y puedo teletrabajar. Así que, salvo que me he pasado más horas en casa que cuando era un bebé, he podido seguir adelante con la investigación, a un ritmo más lento, eso sí. Tengo ganas de volver al laboratorio con jornada laboral normal y empujar el carro con la intensidad con la que lo hacía antes. Pero no me puedo quejar. La pandemia ha dejado sin trabajo a muchos que han perdido la casa. Los desahucios son terribles en Estados Unidos ahora.

–¿Qué diría a quienes dudan de las vacunas?

–Les preguntaría: ¿Cuándo fue la última vez que visteis a alguien con polio, sarampión o paperas? Costó que los conductores se abrocharan el cinturón de seguridad, algo que ahora es un acto rutinario. También tardamos en convencer a los motoristas de que llevasen casco. Con la vacuna hacen falta campañas de información. ¿No le parece inaceptable que muera alguien de una enfermedad que se podía haber prevenido con un pinchacito en el brazo? Por experiencia le digo que, cuando te pones la vacuna, aunque sea la primera dosis, se te quita un gran peso de encima. ¿Vacunas? Sí, gracias.

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