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Arquitectura persona (y2) | LINO VÁZQUEZ | CIRUJANO

“El día de mi retiro todo fue bien, pero no tenía nada preparado para el siguiente”

“Pese a las equivocaciones que haya podido cometer en mi vida personal y profesional, no tengo conciencia de haber sido castigado”

El cirujano jubilado Lino Vázquez, en Oviedo. | Julián Rus

Lino Vázquez (Ujo, 1953) se crio en Sama, creció en Oviedo, pertenece a la tercera promoción de la Facultad de Medicina y se jubiló hace dos años como jefe del servicio de Cirugía General y Digestiva del HUCA.

–¿Cuándo supo qué médico quería ser?

–Me decidí por la cirugía como forma ideal de aproximarse a la función médica por las explicaciones de Enrique Martínez, cuando aún no era catedrático. Además del conocimiento de la fisiología y de la enfermedad, la acción quirúrgica, la implicación manual, tiene un atractivo enorme. Con García Morán se era cirujano con fonendo porque era una cirugía general que estudiaba mucho al paciente.

–¿Cómo fue su vida personal en la Universidad?

–Tuve alguna novia de facultad. Ya había muchas chicas, quizás el 40%. Hoy casi son el 75%.

–Acabó la carrera en 1977.

–Hice el MIR, en el servicio de Luis Estrada, y luego el primer o segundo examen nacional. Entonces se pedían la especialidad y el hospital cuando te matriculabas, no cuando sabías la nota. Podías escoger diez hospitales y tres especialidades. Yo no quería Oviedo.

–¿Por qué?

–Aspiraba a un gran hospital de Madrid y Barcelona. Cometí un error de cálculo. Puse primero lo que no me interesaba, Oviedo, porque pensé que me faltaría nota y camuflé abajo mis preferencias.

–¿Cuál fue el error?

–Saqué un número excelente y me dieron la primera opción: Cirugía en la residencia en Oviedo. A Luis Barneo le pasó lo mismo y me dijo que en Madrid habían quedado plazas. Fuimos allí, pasamos dos días por los despachos de los ministerios y del Primero de Octubre (hoy 12 de Octubre). Había vacantes y yo tenía mejor nota que el primero, pero no pude quedar.

–Cuando acabó el MIR no había problemas de trabajo.

–Firmé una docena de oposiciones para salir de Asturias. Llegué a Badajoz en 1979 y era una España que no conocía, de años atrás, con el hospital lleno de mujeres jóvenes vestidas de negro y con los niños en manteo. Hice la oposición y no la saqué. La segunda oposición que se convocó fue la de Oviedo.

–Y la sacó.

–Contra todo pronóstico, porque hasta en mi familia sabían que había un candidato para ella. Pero un examen es un examen.

–Plaza en propiedad en el servicio de Cirugía de la residencia Nuestra Señora de Covadonga con 27 años. Ya llegó.

–El funcionariado tiene muchas ventajas, pero es una invitación al sueño.

–¿Se dejó dormir?

–No. Saqué la plaza de adjunto, me casé con una compañera que había venido de Madrid a hacer la residencia y volví a un sitio al que quería regresar para ver la cirugía que me interesaba.

–¿Dónde?

–Cuando yo era residente, García Morán, en el hospital, me había buscado una recomendación para ir en verano a La Pitié, uno de los grandes hospitales de París. Me deslumbró el modo de hacer, la tecnología, las discusiones inacabables sobre los problemas de los pacientes y encontré nombres que había estudiado: Mercadier, Lerut, Fequeté, dioses en la aristocrática cirugía francesa.

–¿Volvió a La Pitié?

–No, a Bourgeon y Colombes, dos estancias que sumaron un año.

–¿Qué tal París?

–No tenía un duro e hice una vida rayando la marginalidad. Entre una estancia y otra de París estuve cuatro meses en el Hospital Primero de Octubre de Madrid.

–¿Y eso?

–El cirujano estrella naciente en España era Enrique Moreno, que hacía estragos con una actividad nunca vista: quirófano full time, capacidad técnica deslumbrante y conexión con lo que se cocía en el mundo. Era muy atractivo para los jóvenes y criticadísimo por el establishment. Le pedí una estancia y aceptó. Fue un posgrado a mi medida. Me dejó ver en primera fila una cantidad de cirugía que, en mi ambiente, habría necesitado años.

–Se fue a Mieres en 1988.

–En el Hospital Covadonga tenía estatus de singularidad y trabajaba mucho, pero mi horizonte no iba a cambiar porque me rodeaba gente valiosa en buena edad. El gerente de Mieres, Juan Cosén, tenía un proyecto de renovar el hospital al completo aprovechando las jubilaciones. Dio el primer paso con Sánchez de Río en ginecología y le salió bien; el segundo era cirugía. Luis Estrada me dijo que era una equivocación, que quedara en Oviedo para preparar el trasplante hepático. Me fui por el proyecto hospitalario. Estuve dos años.

–¿Qué pasó?

–La resistencia al cambio era tan brutal que no se iba a cumplir el plan ni parte de las promesas y me enteré de que en Oviedo se estaba fraguando, por fin, el trasplante hepático. Me reincorporé a mi plaza. Se tardaron dos años en hacer el primer trasplante, pero participé desde el principio en la puesta en marcha y en el trasplante.

–Llega a jefe de servicio...

–Cuando se jubiló Enrique Martínez hubo un periodo de estupor y, como la política está muy metida en la sanidad, no se cubrió la plaza. Me exploraron para ofrecerme una jefatura por encargo sin plaza y dije que no, que sacaran la plaza. Otros también se negaron. Alguien dijo que sí y la plaza quedó sin sacar años, hasta que gobernó Foro. Me presenté y la saqué.

–¿Tiene hijos?

–Elisa, de 37 años, y Lino, de 33. Los tuve con mi primera mujer, de la que me divorcié hace quince años.

–¿Fue un padre presente?

–Mucho menos de lo que sé ahora que debiera de haber estado. Afortunadamente, son estupendos. Elisa hizo diseño gráfico y se dedica al arte y al videomapping. Es un espíritu muy libre, se encasilla mal y tiene un concepto del trabajo como instrumento para la supervivencia. Lino hizo informática. Después de una etapa desesperante para un padre porque, recién licenciado y en plena crisis laboral, cambiaba de un trabajo a otro, ahora está encantado en el CERN, en Ginebra.

–Dijo que era partidario de la jubilación. ¿Piensa lo mismo dos años después?

–No. Tenía un discurso muy elaborado sobre lo buena que es la renovación para el sistema, lo que pienso, pero que, al día siguiente de mi cumpleaños, no tuviera ninguna obligación en una tarea que me había ocupado muchas horas de actividad física e intelectual resultó dificilísimo.

–¿Lo llevó mal?

–No, pero no es un paso intrascendente. El día de mi retiro fue bien porque estaba muy entrenado porque había visto mucha jubilación patética, pero no tenía nada preparado para el día siguiente.

–Pescar no da para tanto.

–No. Empecé a pescar en la Facultad. Me alié con dos amigos de más conocimiento y la suerte del principiante obró prodigio. Iban a pesca mosca y, por no estorbar, quedé mirando hasta que un paisanín me dijo que había río y salmones para todos y que fuera a pescar más allá de la curva, donde ni me verían. El primer señuelo que cayó al agua cogió un salmón que saqué en lucha cuerpo a cuerpo, porque no sabía cómo se hacía. Pesó 6 kilos y 800 gramos. Me interesa la pesca en su dimensión histórica y leo mucho sobre ella. También leo una dosis diaria justa de filosofía.

–¿Qué la marca?

–Paro cuando no he entendido los seis últimos renglones. Conecto alguna clase de física de Bachillera en internet y hago algún problemilla. Como por una de mis incongruencias soy capitán de yate sin haber navegado más que el cruce a Inglaterra en transbordador, resuelvo problemas en la carta náutica que tengo en mi mesa de trabajo.

–¿Qué tal cree que le ha tratado la vida hasta ahora?

–Muy bien. Pese a las equivocaciones que haya podido cometer en mi vida personal, profesional, familiar, no tengo conciencia de haber sido castigado. Interpreto la vida como una cadena de acontecimientos y, cisnes negros aparte, es caótica pero lineal. Las cosas no suelen pasar porque sí.

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