La curva que dibuja el ascenso de la tercera oleada del coronavirus se eleva en Asturias con una pendiente sensiblemente más escarpada que la segunda. La acometida del virus en invierno se está propagando más deprisa que la del otoño, tan rápido que en apenas dos semanas se acerca al pico de incidencia que aquella alcanzó en un mes. La pared de la pandemia tiende ahora más a la verticalidad y a subir con menos descansos, en un crecimiento constante que hunde algunas raíces en las reuniones navideñas y que ha progresado a un ritmo más vivo. Asturias ya ronda el tope de incidencia que la gráfica tocó a mediados de noviembre con la notoria particularidad del tiempo que ha tardado en llegar hasta aquí y de una incidencia en mayores de 65 años que aún está lejos de su máximo otoñal.
La incidencia acumulada de casos no ha llegado a la cota más elevada de la ola anterior –los 650 positivos por 100.000 habitantes acumulados a catorce días y los 373 de la incidencia a siete notificados a mediados de noviembre–, pero se les ha acercado a más velocidad que entonces. Si en la segunda ola transcurrió aproximadamente un mes desde que los niveles entraron en riesgo alto hasta que se alcanzó el pico y empezó el descenso, ahora la curva ha cubierto un recorrido ascendente similar en poco más de quince días. El dato actualizado a fecha del sábado da tasas de 623 y 353, y ambos indicadores se han duplicado en apenas dos semanas antes de la leve tregua que la curva se ha dado en los últimos días en la región. Van cuatro seguidos de reducción del número de casos diarios y la curva ha entrado en un momento crucial que necesita más tiempo para saber si esta “meseta” de la curva es el principio de una desescalada.
La incidencia en personas de más de 65 años está lejos del máximo de la segunda ola y suma dos días en descenso
La hinchazón de la segunda mitad de enero. De la aceleración en la cadencia de aumento da fe la constancia de que en la segunda mitad del mes de enero los valores de incidencia acumulada ya se han duplicado tanto en su versión a siete como a catorce días. En la segunda ola, tomando como punto de partida el momento en el que Asturias entra en la zona roja de máxima alerta, esos indicadores tardaron tres semanas, una más, en multiplicarse por dos.
Los mayores. Las dos grandes hinchazones recientes y consecutivas de la curva epidémica presentan pues sus propias particularidades. Queda dicho que esta tercera se está elevando con más rapidez, pero se observan otras diferencias en el análisis su mecánica interna. La más evidente detecta que en su incremento tiene menos peso la incidencia sobre la población mayor de 65 años: mientras el valor general se aproxima ya al tope de la segunda ola, el indicador específico de esa franja etaria de especial riesgo aún está lejos de su máximo. Aunque también se ha elevado en enero a buen ritmo, la tasa de incidencia acumulada a siete días entre los mayores lleva dos seguidos en descenso por primera vez en esta fase de la pandemia. Y si la ola otoñal llegó a una tasa de 736 casos por 100.000 habitantes en catorce días, el último valor actualizado ahora ronda aún los 553. Y algo tiene que ver el otro dato que dice que mientras en la primera ola casi un tercio de los contagios se detectaba en residencias de mayores, ese porcentaje bajó al doce en la segunda y en ésta se limita al 4,2 por ciento.
La presión hospitalaria. Es sabido que la incidencia en los mayores tiene un impacto directo sobre la presión hospitalaria atribuible a la pandemia, que se está volviendo preocupante y cumple seis días en el máximo nivel de alerta, pero que todavía no se acerca a los topes que alcanzó en la segunda ola. Así, mientras la incidencia global está en valores similares a los del 12 de noviembre –y ya próximos al pico máximo de mediados de mes–, la presión asistencial todavía presenta cifras más parecidas a las del 28 de octubre.
El retraso. Cada oleada tiene sus mecanismos también si se contempla en perspectiva nacional. Asturias ha llegado a la tercera ola en algún sentido como a la segunda, con retraso. La curva del conjunto del país ya se empinaba el 23 de diciembre, y España entró en el nivel máximo de alerta en unas vísperas de fiestas navideñas que todavía pillaron al Principado en la última fase de la desescalada de la segunda ola, con una tasa de 143 casos por 100.000 habitantes y todavía bajando frente a los 253 y en ascenso de la media nacional.
Las “mesetas”. A partir de ese momento, el crecimiento de la ola asturiana ha ido por detrás del de la española, pero subiendo a un ritmo equiparable, muy vertical. En el conjunto del país, en este enero de propagación de la cepa británica del virus –más transmisible–, la incidencia se ha duplicado en diez días y ha entrado en las últimas jornadas computadas en una leve “meseta” de pequeña estabilización tras tocar techo el miércoles en una tasa de 899 casos. Más o menos igual, Asturias lleva cuatro días seguidos con los casos diarios en descenso y eso ha doblado muy mínimamente el ascenso de la curva de la incidencia a siete días, pero no aún la de catorce, un indicador que mide el impacto a largo plazo y es por tanto más conservador.
La ola homogénea. Asturias ha vuelto pues a llegar más tarde. También se demoró más en incorporarse y doblegar la curva de otoño, que tuvo una estructura menos homogénea que esta tercera por la que Asturias y España, y el resto de comunidades autónomas, están subiendo ahora más o menos a la vez. Será tal vez porque todo esto tiene un origen común en las reuniones navideñas, el caso es que los impactos se elevan ahora de forma sincrónica frente a la escalada más deslavazada de la oleada anterior, en la que Asturias llegó con retraso y estuvo creciendo quince días desde que la media nacional alcanzó su pico e inició la bajada.