Mar Rotaeche regenta un bar en el centro de Luarca y vive “con resignación” el cierre perimetral del concejo y la imposibilidad de servir consumiciones en el interior de su local. ¿Cómo se lleva esta realidad tan pesada? “Con ansiedad, con miedo, con incertidumbre”, señala.
“Te levantas y un día puedes abrir, pero dentro de dos meses tienes que cerrar y quedarte solo con las mesas de la terraza; es un poco desesperante”, confiesa. Ahora solo mira al cielo por si la meteorología da tregua suficiente para poder facturar con las diez mesas del exterior. Ayer, hubo “relativa” suerte.
A primera hora de la mañana, en Luarca se palpaba el desánimo. Salomé López suele salir a pasear temprano. “Cada vez estamos peor; yo siento apatía, y creo que estamos todos muy tocados”, confiesa. El cansancio va calando en la sociedad, atenta a las medidas de prevención y muy pendiente de si enferma el vecino.
Begoña López es propietaria de una tienda de cosmética. Asegura que los vecinos “se portan de cine porque compran como nunca en el pequeño comercio”, pero considera que la pandemia “empieza a ser un aburrimiento”. “Estamos cansados, y eso que el comercio no se lleva la peor parte porque, por lo menos, podemos abrir”, señala. En Luarca, algunos hosteleros optan por el cierre. Es el caso de Alejandro Guerra. Tiene 34 años y hace dos abrió con toda la ilusión un bar en una de las calles peatonales más transitadas. Hoy, este local, fuente principal de sus ingresos, permanece cerrado al público. “Con tres mesas en la terraza no puedo abrir”, advierte. “Es más caro abrir que estar cerrado”, concreta. Guerra tendría que encender cada mañana los interruptores de dos congeladores, tres neveras, la cafetera y la luz. “Lo que gastas y lo que ingresas no cuadra”, calcula. En todo caso, no se rinde. Estos días de cierre prefiere “desconectar y no pensar mucho en lo que viene”. También “tratar de hacer las cosas bien y pensar en un futuro mejor”.
En otra calle peatonal de Luarca Quinto de la Uz vende cupones. “No lo parece, pero el cierre perimetral nos afecta bastante. La gente de las ciudades del centro de Asturias ya no viene a pasar las tardes del fin de semana y eso se nota en el pueblo”, apunta. No se vende como antes y tampoco la gente que sale de casa “está tan animada”.
Otra hostelera que prefiere preservar el anonimato asegura que la situación “es límite: hay que decir a los empleados que vuelven al expediente temporal de regulación de empleo cuando no cobraron las ayudas del anterior”. Y añade con pesar que “todo se hace duro, pero si quieres seguir abierto, toca sufrir y decidir”.
En la capital valdesana la gente hace recados matutinos pendiente de colas, largas esperas y espacios desinfectados. Alfonso Alberto Baliela es un naviego que ayer estaba citado a primera hora de la mañana en el centro de salud de Luarca para un análisis de sangre. Pasó el control de la Guardia Civil que supervisaba el acceso a la localidad. Más tarde optó por tomar un café en la terraza de su cafetería habitual. “Vivo más o menos tranquilo; es verdad que no tengo miedo por mí, pero sí por mi familia”, apunta.
En otra cafetería cercana y céntrica su propietaria, Marta Pérez, sirve cafés. Su caso es particular porque solo dispone de tres mesas en su pequeña terraza. El negocio tiene 43 años, pero ni con la solera que dan la experiencia y el buen nombre se sobrevive. “Está fastidiado”, explica. “Se nota que la gente tiene miedo, que está más retraída, y eso a la hostelería le afecta mucho”, subraya. Además, es muy difícil gestionar bien un negocio que cierra y abre por periodos, víctima de una pandemia. “No sabes si hacer pedidos o no, no sabes qué hacer con los empleados, no sabes cuánto va a durar este cierre... un lío”, detalla. No solo confía en el buen tiempo, también en la vacuna y sus resultados.
Entre tanto, seguirá día a día al pie de su negocio, intentando salvar una economía familiar que siente la crisis. “Pero hay que seguir, hay que aguantar”, se anima.