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La lucha del doctor Asensi, el neurólogo que convive con un cáncer incurable: "No pensé en lo bien que me ha tratado la vida hasta que me lo detectaron. Uno se cree inmortal pero no lo es"

"Estoy contra la eutanasia por mi religión, pero entiendo que a una persona que quiera suicidarse no se le puede impedir"

El testimonio del neurólogo José María Asensi que padece un tumor cerebral incurable: "No pensé en lo bien que me había tratado la vida hasta que detectaron un cáncer"

El testimonio del neurólogo José María Asensi que padece un tumor cerebral incurable: "No pensé en lo bien que me había tratado la vida hasta que detectaron un cáncer" Amor Domínguez

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El testimonio del neurólogo José María Asensi que padece un tumor cerebral incurable: "No pensé en lo bien que me había tratado la vida hasta que detectaron un cáncer" Pablo Álvarez

En enero de 2020 estaba en el gimnasio de La Fresneda haciendo bicicleta elíptica, y empecé a notar un olor químico. Cogí y me fui. Y llamé por teléfono al club para decirlo. Bajaron y me dijeron: “Aquí no huele a nada”. Eso fue un miércoles. Volví el viernes, y lo mismo. Pero ese día fue un olor a colonia. Yo ya estaba mosca. Y el sábado, otra vez olor a colonia. Me di cuenta de que lo que tenía eran crisis uncinadas, crisis olorosas. –¿Y qué pasó?–Al lunes siguiente me fui a trabajar al hospital, como siempre. Hablé con la radióloga a primera hora, me hizo una resonancia y se confirmó. Tenía un glioblastoma, un tipo de tumor cerebral incurable. Ya digo que era un lunes. Con el problema de que mi hijo José se examinaba del MIR al sábado siguiente. Si decía algo podía destrozarle el examen. Conclusión: tenía que callar y seguir trabajando como si nada hubiera pasado. Pues nada. Se examinó el sábado y al día siguiente yo canté lo que había.

¿A su mujer se lo dijo antes?

–A nadie.

Ha pasado un año y una semana desde que el médico José María Asensi Álvarez –Chema para los más cercanos– (Oviedo, 1959) supo que padecía un tumor incurable. Es nieto, sobrino y hermano de médicos, y padre de dos médicos residentes (un varón y una mujer) y de una estudiante de segundo de Medicina. Se casó en 1992 con Isabel Miranda. Tienen cinco hijos nacidos en un intervalo de poco más de cinco años. Uno de ellos, con el doble grado de Física y Matemáticas, acaba de encontrar trabajo y se marcha a Bilbao. Otro, ingeniero de telecomunicaciones, realiza un máster en mecatrónica. La entrevista con LA NUEVA ESPAÑA se desarrolla en su domicilio (una casona de la familia de su esposa) emplazada en Fonciello, justo en la frontera entre Llanera y Siero. Nos acompañan sus perros “Boss” y “Pulga”. También Isabel, quien apenas interviene. El 2 de febrero de 2020, el doctor Asensi fue operado por el neurocirujano del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) Julio César Gutiérrez. Aunque la enfermedad le obligó a jubilarse, en el tiempo transcurrido desde entonces ha superado su torpeza con la informática y ha elaborado un blog (“asensineurologo.es”) con consejos para enfermos de Párkinson, patología a la que ha dedicado buena parte de su carrera. Difícil encontrar una persona con tal combinación de inteligencia, ternura, pasión, sentido del humor y crudeza. Él lo atribuye, en parte, a que el tumor le producía un edema en el lóbulo frontal del cerebro y que, como consecuencia, ha quedado desinhibido. Bendita desinhibición.

¿Cómo surgió lo del blog?

Tenía enfermos a los que no iba a volver a ver, y pensé qué forma tendría de ayudarles en algo. Sobre la enfermedad de Párkinson hay muchas cosas escritas, pero casi siempre a nivel médico. Y me decidí a escribir catorce artículos: en qué consiste, síntomas... Todo el mundo cree que la enfermedad de Párkinson es temblor, pero es muchísimo más complicada: estreñimiento, depresión, apatía, pérdida del olfato, dolores de tripa, alteraciones visuales, dolores difusos por todo el cuerpo... Explico todas estas complicaciones para que los enfermos que las sufran vayan al blog y vean las recomendaciones para ese tipo de problemas. No sé si la gente entra mucho o poco, pero hay gente a la que ayuda. He colaborado con la Asociación de Párkinson Jovellanos, de Gijón. La llevan muy bien dos ingenieros, Covarrubias y Obeso, que padecen la enfermedad.

“No pensé en lo bien que me ha tratado la vida hasta que me detectaron un cáncer”

Hagamos repaso de su vida.

Mi abuelo Celso Álvarez fue médico de Belmonte de Miranda. Curiosamente, su primer destino fue en La Mancha, porque cuando pidió plaza dijo que quería una al lado de Belmonte, y lo mandaron al lado del Belmonte que hay en Cuenca. Y allí estuvo un año, y después ya se vino para acá. Tuvo tres hijos: dos mujeres y un varón. El varón es mi tío, también Celso Álvarez, que fue jefe del servicio de Medicina Interna en la Residencia Sanitaria Nuestra Señora de Covadonga, en Oviedo. Y la rama paterna de mi familia eran militares. Hasta donde yo sé, vivieron la primera república, la independencia de Cuba y Filipinas, la guerra de Marruecos, guerra civil española...

¿Cuándo decidió ser médico?

Quise ser militar, pero mi padre me lo prohibió. Mi padre era militar, pero después hizo Químicas y Farmacia. Tres carreras, fíjate tú. Y me dijo que no, que yo no tenía temperamento para ser militar y que iba a acabar mal seguro. Con lo cual, hice Medicina y tuve la enorme suerte de aprobar el MIR en la primera convocatoria.

¿Y qué pasó?

Que fui a la mili... Voy a contarlo, porque cada vez que lo toco me parece irritante. Me presenté al MIR y lo saqué con el número 462. Y me marché a la mili, obligado, por supuesto, como todos en aquellos tiempos. Era 1982, hubo un cambio político y estaban despistados del todo. Y no se les ocurrió mejor cosa que mandarnos a la mili sin antes escoger plaza. ¿Qué ocurrió? Que no me conservaron el número del MIR, y del 462 pasé al 510. Perdí 50 puestos. Nos habíamos examinado por 1.800 plazas, y cuando fuimos a elegir había 1.300. Tuve compañeros que aprobaron el MIR, fueron a la mili, y cuando volvieron ya no la tenían. ¡Y no pasó nada! Es increíble...

No dimitió nadie, ¿no?

Ni hubo dimisiones ni nadie fue a protestar a Madrid. Nada de nada.

¿Por qué eligió neurología?

Mi idea era hacer medicina interna. Por mi tío y por mi hermano, que eran internistas. Pero justo antes de mí, Arturo Solano, un internista que está en Cabueñes, eligió la última plaza que había, y mi segunda opción era neurología. Le he dicho varias veces a Arturo que nunca le estaré suficientemente agradecido. La medicina interna de entonces era una gran especialidad; ahora, como hay muchas subespecialidades y muchos métodos diagnósticos, la mayoría de los pacientes son gente mayor con diversos problemas de salud. Pienso que es una especialidad que ha perdido mucho.

Y fue neurólogo...

Hice la especialidad en la Residencia Sanitaria de Oviedo. Nada más terminar, saqué plaza en el Hospital de Jarrio. Pero me reclamaron de Oviedo, volví y estuve diez años. Después me fui para el Hospital San Agustín, de Avilés, y en 2005 me trasladé al Hospital de Cabueñes. Tuve la oportunidad de volver a Oviedo, al HUCA, pero no, estaba a gusto en Gijón. Me dediqué fundamentalmente a la enfermedad de Párkinson, primero en Avilés y después ya en Gijón.

¿Por qué el Párkinson?

Porque es una enfermedad con un tratamiento que mejora a los pacientes. Y es muy gratificante que se note que mi trabajo sirve para algo. Llega un momento en el que la enfermedad se hace inabordable, pero antes hay unos diez años en los que el tratamiento mejora la calidad de vida del paciente de manera sustancial. El paciente está muy contento y yo también. –En esta misma casa usted mantuvo hace justo veinte años una entrevista con LA NUEVA ESPAÑA sobre la enfermedad de las “vacas locas”.–Eso es. En el año 2000 o 2001 me nombraron coordinador clínico en Asturias para la variante humana del mal de las “vacas locas”. Y me llamaron para los cursos de... ay, desde la intervención tengo problemas para encontrar nombres propios... ¡La Granda! Me llamaron para un curso de La Granda sobre las vacas locas. Creo que fue mi momento más glorioso, porque además de los mejores neurólogos de España allí estaba también Santiago Grisolía, discípulo de Severo Ochoa. Comí y hablé con él varias veces, y aquello me produjo una satisfacción tremenda. Y no te digo nada cuando, después de dar mi charla, se acercó y me dijo que le había gustado mucho. También he sido profesor asociado de la Facultad de Medicina.

Ha formado una familia numerosa.

Isabel y yo queríamos casarnos el 12 de octubre de 1992, a los 500 años del descubrimiento de América. Estupendo. Pero como en mi casa somos muy originales, poco después de pensarlo así llegó mi hermano y dijo que también quería casarse el 12 de octubre. Mi madre dijo: pues ahora, ninguno de los dos. Y yo me casé el 3 de octubre y mi hermano tres semanas después, el 24 de octubre.

Antes dejamos el relato de su tumor en el momento del diagnóstico. ¿Cómo reaccionó usted?

Bueno, sorprendido. Vamos a morirnos todos. Pensé que con 60 años estaba en la cresta de la ola y que a partir de entonces empezaba la cuesta abajo. Y pensé: pues si te vas te ahorras la cuesta abajo. Hasta los 70 sí, pero más allá no. Es una calidad de vida en declive. Lo decía mi abuelo: “La muerte ni la quiero ni la temo”. Y es lo que yo pienso: no quiero morirme, pero no temo la muerte. –¿Nada?–Mi mujer es la culpable de que mi pensamiento no sea totalmente plano y no tenga disgusto alguno. Me importa más la situación de mi familia que la mía propia. Sé que me voy a morir, y usted también se va a morir. Pero es que no se piensa nunca en ello. Uno se cree inmortal, pero no es así. Además, los años de joven duran un montón. Según va pasando el tiempo se hacen más cortos. Los 365 días yo creo que se convierten en 100 nada más. La vida va mucho más deprisa. Y verme caer no me apetece nada.

Tomo prestada una pregunta que siempre hace un colega mío, maestro de la entrevista. ¿Cómo siente que le ha tratado la vida?

¡Ja! Es curioso. No lo sabes hasta que no recibes una bofetada de este calibre. ¡No lo sabes! De repente me puse a pensar y dije: “Joder, ¡qué suerte has tenido en la vida!”. Nunca lo había pensado. Me casé con una mujer que conmigo siempre se ha portado extraordinariamente... y hasta me quiere. Tengo cinco hijos extraordinarios como personas y como estudiantes. Sabía que mi suerte en la vida había sido mucha, pero no me enteré del todo hasta ese momento. Siempre consideré que el hecho de que te vaya bien en la vida era lo normal. Y ni mucho menos... Y el irte bien no te garantiza la felicidad. He visto gente que les fue muy bien en la vida y, sin embargo, han sido infelices, y gente a la que le ha ido mal por diferentes motivos y los ves sonreír y te da la sensación de que son felices.

¿Que pasó cuando contó a su familia la situación?

Se comportaron como si no hubiera pasado nada. Lo hicieron para evitarme un mal trago. Pensaron: “Ya lloraremos cuando toque. Ahora no toca”. Estoy muy orgulloso de ellos.

¿Su estado de salud ahora?

Hace un año habría firmado estar así. Cuando me dieron el alta de la operación, hice la locura de las locuras: convoqué en mi casa una comida con cincuenta y pico amigos de Navarra, de Madrid, de Mallorca... Incluso cociné algo. Fue una comida extraordinaria. Antes de empezar a comer les di una charla larga sobre el concepto que tenía de cada uno de ellos. Eran gente a la que tenía y tengo un gran aprecio. Les dije el aprecio que les tenía y por qué. Estoy seguro de que si no llego a tener afectado el lóbulo frontal del cerebro no hubiera dicho lo que dije. Y lo que hice fue alabarlos y decirles lo que de verdad pensaba.

Eso está bien.

Es que al ser humano le cuesta mucho decirle al que tiene enfrente: eres un tío estupendo. Y como estaba desinhibido lo dije con toda la normalidad del mundo. Y si hay algo que no te gusta tampoco tienes ningún problema. Esa zona del cerebro lo que hace es inhibirte, y no sé si eso es bueno o malo. Desde luego, evita guerras. Hablando en serio, estoy muy agradecido a mucha gente, pero de manera muy especial a Miguel y Justo y a sus mujeres, Cuca y Concha.

¿Cómo ve su futuro?

(Instantes de silencio) No pienso en él.

¿Vive al día?

Sí. Me hacen resonancias, y desde unos días antes estoy un poco inquieto, evidentemente. Pero en el momento que salgo de la resonancia y me dicen que no hay mayor novedad, encantado de la vida. Otros meses de duración. ¿Qué voy a hacer? Ya he escrito esos artículos para los pacientes. Y ahora disfrutar de mis hijos y de mi mujer es lo que me toca.

Se le ve muy bien.

Muchas veces pienso que me gustaría volver a trabajar. Con un glioblastoma sería un caso único en el mundo, probablemente. Pero aunque mantengo una conversación sin mayores problemas, desde la operación me olvido de nombres propios, y en concreto de nombres de fármacos, aunque los utilicé miles de veces. Me planteé volver, y estar acompañado de un residente. Mi relación con los residentes ha sido muy buena. Me han querido mucho y han llorado por mi enfermedad. Hasta me he emocionado de ver el aprecio que me tenían.

Hay gente que prefiere no enseñar mucho, no vaya a ser que el discípulo le supere...

Hay que ser un rata. Para nada. Me gustaba la docencia, y además los residentes ponían mucho interés y quedaban muy agradecidos. Pienso que no soy nada extraordinario en cuanto a conocimiento de datos, pero sí que he entendido bien la neurología, que es una especialidad complicada. Aunque soy disléxico y de pequeño llegaron a tomarme por medio tonto porque leía mal. A una hija mía le pasó lo mismo y ahora está estudiando Medicina después de sacar un 12,82 en la EBAU.

Su diagnóstico llegó casi al mismo tiempo que la pandemia de covid-19. ¿Cómo la ve?

Uf, sí. Creo que en España no se tomaron las medidas adecuadas, y por eso hemos tenido este desastre. Pero hay otra cosa. Pienso que no hay mejor cosa que un técnico. Si yo soy el ministro de Sanidad, cojo a cinco epidemiólogos, cinco internistas, cinco microbiólogos... Los meto a todos en una habitación y les digo: “Cuando tengáis soluciones, salís de ahí y me las decís”. Mi única misión en esto es deciros si hay dinero para ello o no hay dinero. ¿Pero quién es un filósofo para estar tomando decisiones sanitarias? Y esto a todos los niveles: dejar las decisiones en manos de los técnicos. El país funcionaría con más sentido. Y añado: los técnicos españoles, cuando salen fuera, triunfan casi siempre. Tenemos nuestros defectos, pero el español no es tonto en absoluto. No sé si será por el porcentaje tan grande de sangre judía que tenemos.

¿Se ha planteado solicitar la eutanasia?

Pienso que es mucho peor el aborto. ¿Cuándo empieza la vida? No creo que haya ningún médico que se atreva a decirlo y, por lo tanto, la duda de si se hace un asesinato, te impide hacerlo. Sobre la eutanasia, estoy contra ella por mi religión, pero entiendo que a una persona que quiera suicidarse no se le puede impedir. Pero no vale lo que opinen los familiares: debe ser el paciente. Y habrá médicos que no quieran realizarla.

Dice que es creyente.

Sí, y eso significa que uno sabe que no se va a debajo de la tierra, sino que a lo mejor se va al cielo. Ha sido curioso la cantidad de amigos que me han escrito mensajes diciendo que estaban rezando por mí. Muchos. Uno siempre suele ser benevolente con uno mismo, y piensa que Dios valorará exclusivamente las cosas buenas y no hará mucho caso a las malas. Creer en Dios suaviza las cosas y también te ayuda a llevar mejor la idea de que la muerte está ahí. No te vas a la nada. Voy a ver a mis padres. Y es diferente. Es diferente, sí...

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