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La dura jornada de un ganadero de Onís para cuidar de sus animales en la boca del lobo

Marcos Remis inicia, antes del amanecer de un día de perros, un largo periplo de tareas con el ganado que tiene repartido por Onís: “¿Sabes lo que es llegar al monte y ver algunos animales con tripas fuera y otros con patas colgando?”

La dura jornada de un ganadero de Onís para cuidar de sus animales en la boca del lobo

La dura jornada de un ganadero de Onís para cuidar de sus animales en la boca del lobo Miki López

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La dura jornada de un ganadero de Onís para cuidar de sus animales en la boca del lobo Eva San Román

Llueve a mares en el concejo de Onís. Y es de noche todavía. Aún no son las siete de la mañana y Marcos Remis Tomás, un ganadero de 30 años, ya va camino de la cuadra. En casa deja a su mujer, embarazada de su segundo hijo, y a Marco, el primogénito, de 3 años.

Remis sale a la calle con botas de goma. “No está el día pa playeros”. Pero al menos no hace demasiado frío, ni hay que luchar contra la nieve, el granizo o el hielo, como la semana pasada. Cada día es casi igual, aunque ahora es época de partos y las noches no permiten un sueño del tirón. “Esta nació a las tres de la mañana”, dice mientras amamanta a una xata que aún no ha cumplido dos días. Acaricia su lomo al tiempo que piensa en el futuro de esa ternera, de la raza casina. “No hace mucho el lobo mató aquí al lado una oveja”, dice apuntando a escasos metros de la cuadra, y de su propia casa, en el pueblo de Castru. “Lo que nos acaban de hacer ahora es la estocada que nos faltaba”, asume sin dejar de dirigir la boca el animal a las ubres de su madre, y refiriéndose a la última decisión del Gobierno: incluir al cánido en el listado de especies de especial protección y prohibir su caza. “El lobo protegido en toda España, y las vacas, las ovejas y las cabras sin defensa ninguna; yo, por más que lo pienso, no puedo entenderlo”, lamenta con la mirada fija, hastiado.

Y con esa idea en la cabeza, que ha dejado al sector entre triste e indignado, Remis continúa la tarea. Ceba las vacas que tiene estabuladas en esta primera cuadra. Las otras, hasta 200, están repartidas por once pequeñas cuadras y unas 50, al aire libre “porque no hay sitio pa todas”. Quita el cucho para dejarles una cama despejada y continúa ruta. La lluvia no ha cesado y el frío parece que va en aumento. Sube a su todoterreno pick up y se dirige a la segunda y tercera cuadras, las dos en la Juncada. “Hay que amamantar, que muchas nacen y no cogen la teta bien”, dice mientras busca a la madre de un cordero para ponerle a mamar. Es como buscar una aguja en un pajar, pero Marcos la encuentra, con la única luz del frontal que lleva en su cabeza, en menos de dos minutos. En total, suman 120 las ovejas y las conoce todas. “Es que me gusta muchu esto”, dice sonriendo. Amamantadas las pequeñas, suelta a las grandes por el prau. “Más tarde tengo que venir a recogerlas”, señala. Como ha hecho cada atardecer desde hace años para evitar daños en la cabaña. “Aun así, no quita que el lobo baje aquí, que no sería la primera vez, y entre a comer alguna” en una finca cercada. Pero hay que arriesgarse porque los animales “tienen que correr y comer en prau”. Y el ganadero tiene que seguir las labores. “No podemos quedarnos todo el día mirando pa ellas, como dicen que tenemos que hacer, porque aquí hay mucha tarea, ojalá fuera nada más cuidarlas…”, evidencia.

Marcos Remis con dos alpacas de hierba para repartir al ganado que pasta en la calle.

Marcos Remis con dos alpacas de hierba para repartir al ganado que pasta en la calle.

“También nos aconsejan los ecologistas que tenemos que recoger cada día el ganau, poner mastines… Ya guardamos a diariu. Y ya tenemos perros. Pero no se dan cuenta de que la orografía de Asturias no es la de Castilla. Que el rebaño no siempre está juntu en el monte y que cuando un mastín cuida a una parte, y otru cuida a otra, igual parte de ellas están más lejos, que ni se ven, y las ataca. Ni los ecologistas ni los políticos que aprueban estas normas ven el esfuerzo que ya hacemos, no ven que eso no es suficiente, que nosotros solos no podemos luchar por una convivencia del ganado con el lobo y que protegiéndolo ahora así sólo conseguirán acabar con nosotros. Porque el lobo no está en extinción, está aumentando. Aquí hace tiempo que la gestión está parada, que no hay batidas, que se protege sin hacerlo oficialmente. Pero al menos teníamos la esperanza de que se reactivara el plan regional de controles; pero no, ahora nos vienen a decir que hay que protegerlo más”, cuenta, cada vez más enfadado, mientras abre, otra vez, la puerta izquierda delantera de su coche. “Resulta que hay más de dos mil lobos en esti país y los van a proteger a todos, sin importar la zona, y hay 100 en Nueva Zelanda y están hablando de hacer más controles. Igual es aquí donde no se está haciendo bien algo. Los que teníamos que estar protegidos somos nosotros, los ganaderos, que seguimos apostando por esto pero no hacen más que ponernos zancadillas. Y mira, a las normativas te vas adaptando, mejor o peor, invirtiendo más o menos capital, te adaptas y haces lo que te piden pa meter el cuchu o pa separar el purín, lo que sea. Pero al lobo no te puedes adaptar, ¿o no lo ven?”, dice en un año en el que los ganaderos de toda la comarca oriental, tanto los que pastan con sus reses en zonas libres como los que lo hacen en el Parque Nacional de los Picos de Europa, han registrado daños históricos.

Soltando una xata para llevarla a amamantar.

“Vamos a la nave”, apunta aminorando el tono. “Te pones de mal humor porque no ves salida. Trabajas sin parar mañana, tarde y noche, y ahora nos pagan con esto”, cuenta en ruta. Al bajar del coche, pisa el barro que, mezclado con la lluvia, va dejando las rodadas del tractor. “Esto es un patatal”, balbucea dirigiéndose al portón de la nave. El terreno en el que se trabaja tampoco es cómodo, “pero es lo que hay”. Le esperan ahora 70 vacas perfectamente prendidas en dos hileras paralelas. A los lados de ambas, varias estancias con el suelo cubierto de hierba seca. “Es el área de maternidad”, cuenta riendo y abriendo las puertas para enseñar, orgulloso, a algunas madres con sus terneros, los más pequeños. Los acaricia. Y los mira con cariño. “¿Tú sabes lo que es llegar al monte y ver cómo están las tripas de unos fuera, la pata de otros arrancada, colgando, y otros muertos, deshechos completamente? Lo peor es que ya nos estamos acostumbrando a eso. Nosotros queremos a los animales, los daños son mucho más que la muerte de ellos”, apunta sin parar de trabajar, haciendo las mismas tareas que en las otras cuadras. Amamantar, ir a por la ceba, echarles el pienso, luego el silo, mirar que todo esté en orden –con las paridas y con las que están a punto de parir–, limpiar el cucho y sacarlo fuera. Y a la siguiente.

Las labores empiezan en el mismo pueblo, pero los animales se reparten en “las cuadras con las que fue haciéndose la familia, son pequeñas, pero hay que caltenelas, si no se van a caer” y con ellas se irá parte del principio de la historia ganadera de los Remis. En La Collada están otro puñado de novillas. Cinco alpacas de hierba seca, de la que se acopia durante parte de la primavera y todo el verano, y algunos tacos para las que están en el pequeño establo. Y otros tres fardos para las que pacen libres y unos cuantos tacos para otras apartadas en una finca cerrada. Todo bajo el agua. “Y debajo de lo que venga, claru”, porque no hay día que los animales no coman ni necesiten atención. Han pasado ya seis horas y Marcos aún no ha parado un solo segundo en la rutina diaria. Faltan las cabras, 60 en total. “Y hoy vamos bien porque como un día se complique por algo esto se alarga mucho más”, reconoce. Por la tarde, el proceso es similar. Y al día siguiente, vuelta a empezar. “No sé cuántas horas echamos, me dan igual, a mí me gusta mi trabaju, muchu. Yo me dedico a esto porque es lo que quiero. Tengo formación y podría dedicarme a otra cosa, tener un sueldu mensual y quitarme de problemas, pero no quiero que me echen ni que me quiten de hacer algo en lo que creo”, sentencia.

Marcos Remis en la nave con su padre, Ramón, y su hijo Marco.

“Algunos dicen que estamos aquí por las subvenciones –cuenta mientras se quita la chaqueta, empapada por tercera vez en el día, y limpia las lentes de sus gafas- . A mí me gustaría que me lo vinieran a decir frente a frente y les enseño los números. Les enseño las ayudas que nos dan, y también lo que vale la carne que producimos, lo que vale el piensu y el gasoil, y lo que cuesta alimentar a lo grande y a lo chicu. Les cuento lo que pagan por un cabritu que hace 30 años valía 8.000 pesetas y ahora damos las gracias si los pagan a 30 euros. El que defienda que vivimos de las subvenciones es un ignorante. Y el que diga que los lobos deben estar más protegidos que las ganaderías extensivas no sabe qué es, cuánto cuesta y qué significa el sector primario”, expone. ¿Y de los pagos por los daños? “Ya qué te voy a contar, los últimos que tuve fueron de 12 cabras, solo pude certificar cuatro, así que serán las que cobre, y cuando las cobre”, lamenta.

Lo peor, asume, vendrá en primavera. Cuando toque soltar todas las vacas, las ovejas y las cabras para echarlas al monte alto. “Pues no sé cómo haremos, pero en el casu de las vacas subirán las hembras solas y que sea lo que tenga que ser. Las oveyas y las cabras ya las estamos guardando, esti añu habrá mucha más incertidumbre, no lo quiero ni pensar”, lamenta llegando a su casa. Y a la primera cuadra donde comenzó la mañana acariciando y amamantando a una xata de dos días que, cuando llegue la época, subirá a los montes altos de Onís, los que lindan con Cabrales, “a la suerte que corra”. Hasta ese momento Marcos criará a la ternera, que no tiene nombre aún, con cariño. Levantándose antes de que amanezca para darle de mamar porque ella sola no sabe hacerlo. “Luego sube allá arriba y encuéntrala muerta. Y mira alrededor. Todo es cotolla. Y lobos. No sé qué quieren hacer con nosotros, pero está claru que les importa más el lobo que la vida de las ganaderías y la nuestra propia”, sentencia.

Un joven que simboliza el futuro del campo

Marcos Remis es, a ojos de cualquier sociólogo, la esperanza del sector primario y de la zona rural: un hombre joven, que decide quedarse en el pueblo, formar una familia y continuar criando vacas, ovejas, cabras y yeguas, igual que hicieron sus padres, Ramón y Carmen, a quienes “les salieron los dientes en el puertu” haciendo queso Gamonéu. Después, muchos años más tarde, cuentan ellos, “nos echaron, porque no abandonamos, nos echaron” los políticos que gestionan “desde los despachos, sin saber lo que hay aquí”. Los mismos que “nunca aceptaron venir a pasar una semana a trabajar con nosotros y ver de primera mano para poder obrar en consecuencia, sabiendo lo que nos hacen. A nosotros no nos van a enseñar desde Oviedo, o desde Madrid, lo que hay en el monte”.

Tito Rojo en la cuadra de Castru.

Tito Rojo: “Es la guinda al pastel de una gestión pésima” 

“Cuando contamos en los años 90 que los lobos habían reaparecido en la zona, la entonces consejera María Luisa Carcedo lo celebró con champán. Ahí empezó la expansión y la colonización del cánido, que pasó de los Picos a la costa y no fue más allá porque no le dejó el mar”. Lo recuerda Tito Rojo, representante de los ganaderos en el Patronato del Parque Nacional de los Picos de Europa. Entonces, “entre el macizo de Cornión, el Cares y el Sella había censadas más de 40.000 cabezas de reciella que fueron desapareciendo al mismo tiempo que proliferaron los matorrales y disminuyó la renta per cápita del ganadero”, lamenta.

Las unidades ganaderas “puede que sean las mismas, pero hay más vacas que ovejas y cabras, porque a estas últimas el lobo se las comió, y las primeras no son capaces a hacer un aprovechamiento de los pastos como la reciella. La fauna silvestre baja y los ataques empiezan. Pero nadie hizo nada”, recuerda. “Todas las acciones que se fueron llevando a cabo sirvieron para desequilibrar la carga ganadera, para que el matorral creciera y con él los incendios descontrolados”. Rojo lo tiene claro: “Dotar de semejante protección al lobo es la guinda al pastel de una gestión pésima. Se va a acabar con la biodiversidad y será gracias a comunidades que han votado a favor en una cuestión que ni les va ni les viene, ni les afecta. Si supieran lo que es un lobo, lo que hace un lobo, no lo harían. Esperamos, sinceramente, que esto se acabe derogando y se tomen medidas porque si no, aquí comienza el fin del sector primario y el de los pueblos”.

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