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La leyenda de Arturito nació en Asturias

“Gambito de dama” y una biografía ponen de actualidad al niño prodigio del ajedrez que firmó tablas con el número 1 del mundo en Gijón

Arturo Pomar, disputando una partida en Gijón con el doctor José Salas Martínez, psiquiatra y padre de la investigadora Margarita Salas.

Esta jugada maestra en el tablero de la historia comienza a mediados de los años 40 en Asturias. El ajedrez era un deporte minoritario desterrado a las últimas páginas de los periódicos deportivos. Y entonces llegó Arturo Pomar, “Arturito”, un niño que logró hacer tablas en Gijón con el campeón del mundo, Alexander Alekhine.

Tenía solo 12 años.

La prensa general de aquella doliente España de posguerra no dejó escapar la ocasión y Arturito terminó saliendo en las fotos con Francisco Franco. Ahora, Pomar vuelve a la actualidad. “El peón”, delicado libro del valenciano Paco Cerdà (Pepitas de Calabaza) que recupera la figura del niño prodigio, ha generado un inusitado interés por la fiebre ajedrecística despertada por la miniserie “Gambito de dama”. La obra acaba de recibir el prestigioso premio “Cálamo”.

La documentada crónica construida con materiales literarios se estructura a partir de los 77 movimientos de la partida en la que Pomar, treintañero y perdida ya su prometedora aura, se enfrentó en Estocolmo a un adolescente norteamericano engreído y excéntrico llamado Bobby Fisher. Era 1962. Esa fecha le sirve al autor para establecer un metafórico tablero político, en el que Pomar, pero también Fisher fueron meros peones.

Pero vayamos a los orígenes del fenómeno Arturo, o mejor dicho “Arturito”, Pomar, un chico de familia humilde mallorquín, callado, diligente y manipulable que se convirtió a mediados de los años 40 en el primero de esos niños prodigio que tanto gustaron al franquismo, llámense Joselito, Pablito Calvo o Marisol.

Arturito posa junto a Francisco Franco.

Fue tan famoso que todavía no había cumplido 15 años y ya se publicó una biografía suya que “hasta el linotipista, el carpintero y el sereno querían conocer”, como rezaba la publicidad de la época. “El éxito de Arturito, que llegó incluso a las páginas del ‘Times’, distorsionaba la realidad en blanco y negro de la época y ayudaba a tapar las evidentes carencias del país de una forma muy efectiva. Era pan y circo, aunque la verdad es que pan había más bien poco”, contextualiza Cerdà.

Todo empezó en Gijón

Era un 16 de julio de 1944. Domingo. Alexander Alekhine, de 51 años, campeón del mundo por aquel entonces y uno de los mejores ajedrecistas de la historia, se sienta frente a “Arturito” durante el primer Torneo Internacional de Ajedrez de Gijón. Lugar: el Club Astur de Regatas.

Tal y como informó LA NUEVA ESPAÑA, Alekhine, aún reputado e intimidante, se lanza a la carga con una apertura española. “Arturito”, que mueve negras, elige la Defensa Steinitz Diferida. Termina la historia y empieza la histeria: tras ocho horas de batalla sin tregua, Pomar firmó tablas con el número 1. Kotov, entonces entrenador de ajedrez en la Unión Soviética, dijo que, de haber nacido en su país, Pomar habría luchado por el título mundial. Fue varias veces campeón de España pero el régimen, que adoraba a los niños y niñas prodigio, no tenía interés por el ajedrez. El genio se quedó encerrado en la lámpara.

En Estocolmo, un Arturo de 31 años, gris funcionario de Correos, tiene que pedir días de permiso sin sueldo para acudir al torneo “con un libro básico de 15 pesetas sobre aperturas y se enfrenta a gigantes con preparadores”, cuenta Cerdà. Pomar, el hombre sin ambición, se instaló en Sant Cugat del Vallès, donde vivió el resto de su vida y trabajó en la Diputación de Barcelona. “Quizás algunos vean un defecto en esa falta de ambición, pero a mí”, cuenta Cerdà, “me cautiva su resignación”. Pomar falleció en mayo de 2016 a los 84 años.

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