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Músico y administrativo retirado

Florentino García Fombona: “A la política venía a hacer cosas, no a estar riñendo y discutiendo en los plenos”

“Pienso que nunca supe negarme a nada: eso puede ser una virtud o un defecto, pero por atender todo lo que me ponían delante dejé de dedicar tiempo a los míos”

Tino Fombona, en una imagen reciente. | Ángel González Franco TORRE

Florentino García Fombona (Noreña, 1931) es una leyenda de la música asturiana. Ha formado parte de más de una decena de conocidos grupos y orquestas. Además, desempeñó su actividad profesional como administrativo en diversas empresas y para la Administración pública en el Inem. Su vida no acaba ahí: llegó a tener contrato como futbolista profesional y hasta fue alcalde en funciones de Noreña, además de esposo y padre de seis hijos.

Pasión por la pelota. “El Condal había desaparecido. En el año 1950 habíamos formado un equipo, pero hubo un grupo de personas que lo refundaron, empezando en Tercera regional. Subimos a segunda ese mismo año. En la temporada 1953-1954, me fichó el Vetusta, el filial del Real Oviedo, y llegué a compartir equipo con Lalo, que fue internacional, y con Valentín: los dos pasaron al primer equipo. Después volví otra vez al Condal, en Segunda regional, y en dos años llegamos a Tercera División. Me fichó el Siero y allí estuve una temporada antes de volver a regresar al Condal. Bajamos a Primera regional y yo no podía seguir allí porque había tenido ficha profesional con el Vetusta. Me quiso fichar el Siero otra vez, pero no me convencieron las condiciones y lo dejé en 1958. La verdad que nunca me vi jugando en Segunda o en Primera. Yo ya estaba casado, tenía hijos, un trabajo fijo; lo otro era una aventura, como la música. Éramos un grupo de amigos, lo pasábamos muy bien jugando y hasta ahí”.

Alcalde con mucha bronca. “Cuando vine al Centro de Formación Profesional de Noreña a trabajar me engancharon como delegado familiar y luego como concejal. Había elecciones y me eligieron. Me nombraron concejal de Hacienda. Cuando vino la democracia me presenté por UCD, después de que me hubiera venido a buscar Alianza Popular. Salí de número dos y cuando dimitió el alcalde, por luchas internas, quedé en funciones. Lo acabé dejando porque no iba con mi forma de pensar. En la política quería hacer cosas. También lo dejé por razones familiares: mi mujer estaba disgustada por los líos que se organizaban”.

De Hacienda a Festejos. “Como no me dejaban nunca en paz (ríe), me nombraron presidente de la Sociedad Noreñense de Festejos (Sonofe). Estuve tres años. En aquella época se rotaba la directiva cada dos, pero el segundo nos llovió y fuimos a la ruina. Entonces seguí hasta que la levantamos. En mi época de presidente dimos un vuelco al colectivo. Pillé un equipo de chavales y gente de edad mediana que eran muy trabajadores. Entonces, donde estaba la relojería Rato había un lagar que estaba vacío y no funcionaba hacía muchos años. Allí organizábamos espichas a lo largo del año y en el prao que había detrás organizábamos veladas de boxeo. Era una fuente de ingresos tremenda, y no solo para Sonofe. Venía mucha gente de fuera y llenaban todos los bares de Noreña. Todo esto pasó entre 1975 y 1977”.

Su esposa, un pilar. “A mi mujer la conocí de crío, pero la cosa se puso seria cuando acabé el servicio militar. Cuando me licencié, en octubre de 1954, ya habíamos previsto casarnos. Por entonces trabajaba en la granja-escuela de Lastres y estaba solo. No daba clases, ya que únicamente se daban cursos a los ganaderos y agricultores. Luego hicieron un convenio para establecerse como granja-escuela de capataces ganaderos. Allí estuve veinte años. En esa época nacieron mis hijos y lo combinaba con la música. Tenia una Vespa con la que me desplazaba por Asturias e incluso fuera. Esos meses estaba más tiempo subido en la moto que en casa. Mi mujer, la pobre, soportó muchísimas ausencias; estaba con todos los hijos en casa y yo por ahí. El domingo, cuando libraba de mis responsabilidades en la granja, cogía las otras, las musicales. Nos veíamos muy poco, pero lo suficiente para tener seis hijos (ríe). Vivíamos en la granja, me dieron una vivienda allí. Estábamos parte del personal obrero y 50 alumnos internos, que eran hijos de agricultores y ganaderos. Esto fue desde el 1954 hasta el 1974”.

Los hijos, su debilidad. “Eran unos benditos de Dios mis hijos. Los podía tener poco, porque estaba mucho tiempo fuera de casa, pero no hacía falta usar mano dura porque eran muy buenos. Fueron seis: la mayor, maestra; la segunda, pediatra; el tercero, maestro industrial; otro, agente de seguros; otro, informático en el Insalud, haciendo sus pinitos en la música, y el que murió, que era profesor del Conservatorio. Hizo todos sus estudios en Alemania y tenía una proyección tremenda. De un disco que tengo, menos la guitarra y la trompeta hizo todas las instrumentaciones. Hacía coros, hizo los arreglos... Teníamos preparada una nueva grabación con dieciséis canciones, que quedó en la nada porque murió, pero era un fenómeno. Nunca me dieron la lata. En Lastres estábamos de vacaciones todo el verano. Cuando dejé la granja de Luces compré una casa allí y vamos todos los veranos. Nunca perdimos el contacto con Lastres. Tengo una hija y un hijo casados allí y vinculación con el coro ‘San Roque’, que sigue. Con esta localidad tengo una relación especial, tanto laboral, como musical y familiar”.

Y ahora, ¿qué? “Los 90 años que acabo de cumplir se me han hecho muy cortos. Pienso que nunca supe negarme a nada; eso puede ser una virtud, pero también un problema. Por atender todas las cosas que se me presentaban por delante nunca dediqué el tiempo que debía a otras, aunque no descuidé a la familia. Tengo que insistir en la paciencia que tuvo mi mujer. Lo que era, por ejemplo, tocar en Valencia de Don Juan, yendo con el Dos Caballos, a través del Fitu, el Pontón, pasar las tardes del fin de semana y coger y dar vuelta el domingo de noche porque el lunes tenía clase en la granja por la mañana. Ahora ya va un montón de años que sí que tengo tiempo para ellos, pero cuando estábamos en Luces... era otra historia. La llevé muchas veces conmigo. En el internado había una cocinera muy mayor que a veces se quedaba con los críos y entonces mi mujer se venía a mis conciertos. Ahora, además de estar con ella, lo que más disfruto es escuchar música y ver cómo matan indios en las pelis de vaqueros. También leo. Canto en los funerales. Estoy en el coro ‘San Roque’, soy uno de los cuatro solistas que hay, y aquí en la iglesia en los entierros suelo actuar. Desde marzo habré cantado en siete u ocho y solo con la organista. Es lo que nos toca”.

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