“Afrontar el declive demográfico y el despoblamiento de las áreas rurales es el reto socioeconómico más prioritario para el Principado”. El consejo, formulado con todas las alarmas encendidas, encabeza un diagnóstico económico, el análisis de las perspectivas de Asturias recién publicado por Caixabank Research. Queda lastimosamente sentenciado, por si lo dicho hasta ahora no hubiera sido suficiente, que la aguda y larga tendencia de Asturias a vaciarse de brazos y cerebros útiles, a envejecer, a menguar y a perder población potencialmente activa es el primer problema irresuelto que condiciona la transformación y el desarrollo del tejido productivo asturiano.
El problema lleva planteado ininterrumpidamente al menos desde los primeros ochenta, pero el estudio enfoca el análisis hacia la preocupante aceleración de su deterioro en este siglo y hacia el negro panorama que adelanta la proyección de las tendencias actuales: si no se revierten, la región se arriesga a perder hasta 2033 un 40 por ciento de su población de 35 a 49 años: serían unas 92.400 personas menos.
No extraña pues que el análisis estratégico del futuro de Asturias empiece el diagnóstico por la demografía, por la penuria de la natalidad y la escasa capacidad atractiva de la economía asturiana, por la “pirámide de población invertida” y los efectos de las crecientes divergencias entre “la Asturias conurbada del centro” y “las áreas de interior despobladas”. Se vuelve a observar que el Principado presenta “el peor balance demográfico de las últimas décadas”. Se resalta que en España sólo Castilla y León y Asturias, y Asturias más que ninguna, han perdido población en lo que va de siglo. El recuento da una pérdida del 4,3 por ciento, cerca de 50.000 habitantes menos que darían para llenar el quinto concejo. Y aquí no hay mal de muchos. Todo el resto de España percibe al menos algún “brote verde” en el periodo, e incluso las baqueteadas regiones del Cantábrico, consideradas en su conjunto, y hasta el eje interior de la llamada “España vacía”, han crecido, si se lo mira en bloque, de 2001 a 2021.
Asturias no. El declive asturiano, sostenido desde 1981, emite señales de que el Principado vivió al margen del “baby boom” demográfico del resto del país en la primera década del siglo XXI, la de la bonanza, y tocó el techo histórico de su retroceso, un 5,3 por ciento, en la siguiente, la de la crisis. Todo esto se gesta, constata el diagnóstico, en las dificultades de Asturias para asimilar su cambio de modelo productivo, el duro tránsito de la crisis industrial de los ochenta y noventa “hacia una economía de servicios”: ha sido “complejo y dilatado en el tiempo” y ha prolongado las tendencias regresivas de la población asturiana. En los cincuenta, el censo del Principado crecía más que el de España, en los sesenta y setenta aún progresaba, pero menos que el del conjunto del país y a partir de los ochenta, ya ininterrumpidamente, Asturias retrocede mientras España crece…
“Los flujos migratorios se invirtieron y los saldos positivos con otras regiones pasaron a ser negativos por la salida de jóvenes en busca de mejores oportunidades”, resaltan. Se contrajo el dinamismo, a su estela fue decreciendo la población y los dos fenómenos cruzados dieron forma al fantasma cada vez más amenazante del envejecimiento.
Hace tiempo que se percibe, pero puede ser mucho peor. La Asturias que empezó 2020 contaba 155.974 efectivos menos que la de 2000 en la franja de entre 15 y 39 años, que ha menguado en este siglo en un 40 por ciento a cambio de incrementar en un apreciable cincuenta (más de 40.500 residentes más) el volumen del grupo de 40 a 59, el de las generaciones del “baby boom”, los nacidos en los sesenta y los setenta, y en un 21 por ciento los mayores de 60, cuyo peso en la población total ha crecido hasta representar más de un tercio de los asturianos y triplicar el escaso diez por ciento que suponen ya los menores de quince años.
El problema de sostenibilidad que se esconde detrás de una estructura demográfica de este tipo promete acrecentarse si nada remedia que se cumplan las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística, una hipótesis elaborada simulando lo que sucederá si las tendencias demográficas actuales se prolongan y que concluye que la región bajará del millón de habitantes en 2023 y, sobre todo, que menguarán significativamente algunas de las generaciones básicas para hacer viable la Asturias del largo plazo. De acuerdo con estos cálculos, además de a perder otros 7.000 menores de quince años, Asturias se arriesga sobre todo a restar habitantes de entre 35 y 49. De aquí a 2033, el oráculo estadístico le quita 92.400, un 39 por ciento –pasando de más de 230.000 a apenas 140.000–, y la consecuencia inmediata confirma el ascenso del Principado a la condición de la región española con menos habitantes activos para mantener a los inactivos.
La tasa de dependencia, que relaciona los considerados consumidores pasivos con los productores activos, ronda el 60 por ciento, pero amenaza con crecer hasta el 78 en 2035. Quiere esto decir que por cada diez asturianos en edad teórica de trabajar hay seis potencialmente inactivos –menores de 16 o mayores de 64–, pero en catorce años, si nada lo remedia, ese valor habrá crecido hasta cerca de ocho. Es un nivel poco soportable para la economía y complicado para el sistema de pensiones, más si se considera que en Asturias el bloque de los inactivos está profundamente desequilibrado: en 2035, los mayores cuadruplicarían a los niños.
El estudio de Caixabank destaca además la magra inmigración extranjera como insuficiente factor corrector de un declive en el que además de la merma de natalidad tiene algo que ver el saldo migratorio negativo con el resto de España: estos intercambios han restado a la región 14.876 habitantes entre 1999 y 2019, mientras el resultado de los movimientos con el extranjero proporcionó una ganancia de 67.592. Se constata asimismo que de 2013 a 2018, en lo peor de la crisis, “los más inclinados a emigrar fueron los jóvenes de 25 a 34 años: 18.509 emigrantes y un saldo negativo de 4.946”.
Es por todo ello que el problema demográfico encabeza las preocupaciones de los redactores del análisis, que piden acción “además de un diagnóstico compartido de las administraciones y agentes socioeconómicos”. A su juicio, “es preciso redoblar los esfuerzos conjuntos para materializar soluciones más eficaces e iniciativas de adaptación que preparen a la sociedad asturiana a los cambios venideros”.