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Fermina supo ponerse firme

La mujer moscona que no dudó en tomar el mando de una empresa de transporte en 1958 tras enviudar: “Tenía carácter y sabía hacerlo”

Fermina González

“Los chóferes nunca jamás me dijeron nada, siempre obedecieron; pero algunos vecinos sí, me decían que a qué andaba yo metida entre camiones”, cuenta Fermina González, propietaria de Transportes Coalla, en Grado, una empresa que dirigió tras quedar viuda con 33 años, en 1958, hasta su jubilación. Y en aquellos tiempos no era habitual que una mujer fuese empresaria y mucho menos en “un mundo de hombres”. Ahora, con 94 años, mira atrás y se siente orgullosa de lo que consiguió.

González, natural de Peñaflor, destacó ya con 15 años por sus capacidades, motivo por el que un tío que tenía en La Habana (Cuba) le pagó la carrera de Magisterio. “Era rico y mandó el dinero para que yo estudiara. La maestra fue un día a ver a mi madre a ver si podían pagar los estudios porque era muy inteligente”, dice. Se casó y daba clases en Peñaflor. Después de tener tres hijos se quedó. Pero nada amilanó a esta mujer.

Eran tres camiones, uno de cada color, que se marchaban hacia el sur de España cargados de ganado de las explotaciones de la comarca y volvían con fruta y frutos secos. Se pesaban en la salida y llegada del viaje por lo que si faltaba algún kilo de alguno de los productos “salía de sus bolsillos”. González controlaba la logística, la contabilidad e, incluso, arrimaba el hombro para dar un manguerazo a los vehículos “porque al estar del ganado se podían oxidar”. A los cuarenta años tenía la empresa totalmente consolidada y había generado beneficios. Animada por un cliente, compró un camión más grande para aumentar la productividad. “Vino un tratante que me dijo que si compraba un camión mayor me aseguraba más viajes”, comenta. Como el cliente estaba muy contento con la puntualidad y rigor de Transportes Coalla, se ofreció a ayudar el pago del vehículo. Pero González prefirió no deber nada a nadie. Cogió sus ahorros y compró un Pegaso.

Y si había algún problema, ella siempre estaba pendiente. Una noche, un camión se averió subiendo La Cabruñana y hubo que mover todo el ganado a otro vehículo. Allí estaba ella. “No fue complicado dirigir a los trabajadores, porque eran formales, además yo tenía carácter y sabía lo que tenía que hacer”, cuenta. Siempre fue reconocida por buena patrona y buena pagadora, algo que convirtió en su máxima: “Eran sueldos curiosos para que vivieran bien, yo controlaba y vigilaba pero me portaba bien con ellos”.

Independiente y autónoma. Así es como se ve al mirar atrás. Llevó con éxito el negocio y también su casa, crio tres hijos con la ayuda de su madre, Olvido, y consiguió que ninguno se dedicase a los camiones, uno de sus principales objetivos. “El mayor tenía el carné y le gustaba, pero yo no quería que anduvieran por la carretera”, asegura. Así, cuando le llegó la edad, se jubiló y vendió los camiones. “El Pegaso se lo quedó un trabajador y anduvo muchos años con él”.

Ahora vive en la residencia de ancianos y este 2021 hará 95 años. Espera poder hacerlo rodeada de su familia, de sus hijos, nietos y el tataranieto, del que se acuerda todos los días. Y reconoce que la familia ha sido el verdadero motor de su vida, que le hizo continuar al frente del negocio de transportes de su marido y ser jefa en un mundo de hombres.

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