Cuando la llamada Asociación de Parados y Precarios de Asturias comenzaba, tras muchas curvas en las gráficas de desempleados, a ver la luz al final del túnel llegó el coronavirus y les cegó la salida. “Viene cantidad de gente que está en ERTE a pedirnos comida”. El que habla es Alberto Corta, que se encarga de la gestión de la despensa de alimentos de esta agrupación, que ha servido de respaldo a los nuevos parados que ha traído la pandemia. Atiende a más de 400 personas, aunque las cifras dependen de los picos de la crisis, de los cierres y restricciones de negocios. Durante el confinamiento más duro llegaron a ser el doble.

En la anterior crisis económica –la de 2008–, que pasará a la historia como la Gran Recesión, un grupo de “parados y precarios”, como se autodenominan, comenzó a organizarse. Era el momento de hacer bueno el dicho de que la unión hace la fuerza. El desempleo andaba por aquella época desorbitado y había quien necesitaba una mano amiga que le ayudara a tirar para adelante. Con el paso del tiempo las listas de desempleados fueron relajándose. Había más alivio económico. Y a comienzos de 2020 esta asociación se planteó ya la opción de abandonar. Al menos, cerrar la despensa desde la que reparten comida. Las cosas habían mejorado, pero de repente todo explotó otra vez. Muy rápido. Se vieron desbordados de trabajadores en ERTE que necesitaban alimentos porque no les llegaba. El objetivo sigue siendo el mismo. Deshacer la asociación en cuanto se pueda. De momento, no se puede.

“Lo que buscábamos con la asociación era tener un punto de apoyo mutuo, muchas veces estás al paro o tienes un contrato de uno o dos días, pero no tienes ni idea de cuáles son tus derechos”, agrega Rubén Díaz, parado de larga duración y uno de los impulsores de la agrupación. “Empezamos a funcionar con una asesoría, se tramitan expedientes, reclamaciones, se resuelven dudas. Primero fueron asuntos laborales, ahora también tratamos temas de vivienda y hasta de violencia de género”, explica Díaz.

La desempleada Vanesa Pérez es una de las encargadas del servicio de asesoría. “Nos viene mucha gente rebotada de los servicios sociales, con muchísimas dudas”, argumenta, “y con el tema del salario mínimo vital vimos cómo crecían mucho las consultas”. Añade Segundo Álvarez, otro de los voluntarios de la asociación, que “hay muchas personas que con el tema telemático no se aclaran y vienen aquí para ver si les podemos solucionar los trámites. Hay gente que ni siquiera sabe pedir cita con la Administración por internet”. Y Pérez agrega: “La gente está desesperada”.

Ligada a la asesoría crearon también lo que llaman despensa de alimentos, que es uno de los servicios más demandados durante estos últimos meses, en los que las dificultades laborales han arreciado con fuerza. Ese almacén lo controla Alberto Corta, ahora prejubilado después de pasar un tiempo en el desempleo, que tiene contabilizada hasta la última caja de comida que entra en un pequeño almacén que tienen en una calle del centro de Gijón. Desde allí atienden a cientos de personas, no solo gijoneses. Su mano amiga llega hasta Grado o Llanes. “El tema de la despensa es algo que teníamos intención de que desapareciera. No somos nosotros los que tenemos que andar echando una mano a la gente que está en dificultades económicas”, asegura Alberto Corta. Y añade: “Eso tiene que ser cosa del Estado, pero no nosotros. La asesoría sí que tiene que seguir echando una mano mientras haya problemas”. A la despensa, para proveerse de comida, “viene gente de todo tipo, personas normales como tú y como yo, que por culpa de la crisis se quedaron en la calle y con un montón de gastos que afrontar”, asegura Rubén Díaz. “Todos los días llega alguien nuevo”, aporta Álvarez.

Por último, y apelando de nuevo a lo de que la unión hace la fuerza, la asociación –que nació al abrigo de la CSI pero que pronto voló de forma autónoma– trata de ser un punto de arranque para que los parados encuentren un empleo. Muchas veces, asociándose ya han surgido varias iniciativas relacionadas con las cooperativas agrícolas, el reciclaje o la industria textil.

“Hasta esta crisis la gente pensaba que los parados y precarios eran el vecino, pero esto ha afectado a todo el mundo”, dice Díaz. Y alerta: “Lo peor está por venir”. Mientras la asociación espera para poder echar el cierre, el paro continúa disparado. En febrero el número de desocupados superó los 85.000 en la región, su mayor cifra de los últimos cuatro años. “Afortunadamente hay mucha solidaridad, tenemos mucha gente que nos cede comida, incluso los hosteleros de la zona”, sostiene Díaz. Aun así, la asociación no quiere tener más vidas.