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Investigación, divino tesoro

Cuando la tesis se vuelve un duro parto

Sonia Otero, que estudia la obesidad desde el punto de vista social, tuvo que trabajar de dependienta para sacar cinco años de investigación solo con uno de beca: “Seguí por amor a la ciencia y no me arrepiento”

Por la izquierda, Cecilia Díaz Méndez, Sonia Otero Estévez e Isabel García Espejo, del grupo de investigación de Sociología de la Alimentación. | Irma Collín | IRMA COLLÍN

Sonia Otero Estévez, cántabra de 28 años, dice que la tesis doctoral que está a punto de defender es su “niño”. Y es que el “parto” fue muy duro: tuvo que trabajar de dependienta en una tienda de regalos y tirar de ahorros para “sobrevivir” a cinco años de investigación. Durante este tiempo solo obtuvo una beca de un año de la Universidad de Oviedo de 966 euros mensuales. Su caso refleja a la perfección el camino de obstáculos que tienen que superar muchos jóvenes investigadores para iniciarse en la carrera académica. “Sé que mucha gente en mi situación hubiese abandonado. Yo seguí por amor a la ciencia de verdad, porque creo realmente en esto. Soy perseverante y no me arrepiento de nada. Pero es cierto que hay mucho que mejorar a nivel de gestión”, afirma.

Otero, que es graduada en Trabajo Social, presentará este viernes una tesis que estudia, como pocas veces, la obesidad infantil desde el punto de vista social y demuestra que este problema de salud es “multifactorial” y “no se reduce a que si eres pobre, comes mal”. Uno de esos factores, y que juegan a favor de los hábitos saludables, es la transmisión de habilidades culinarias de generación en generación. Dicho con otras palabras, en las casas donde se cocinan las recetas de la abuela rara vez hay obesidad.

En su estudio, Otero llega a la conclusión de que, en el fondo, los hogares con niños con y sin obesidad no son tan diferentes entre sí. “Todos saben darte una definición correcta de lo que es alimentación saludable y todos en un determinado momento van al McDonalds o al Burger King”, detalla. El problema está cuando comer una hamburguesa se convierte en una rutina y cuando las familias asumen que su obesidad es una cuestión genética. “Hacen dietas, pero no conciben comer saludable como un continuo, sino como algo temporal. Y cuando engordan se frustran y acaban asumiendo que lo suyo es genético, cuando hay estudios, por ejemplo de Harvard, que demuestran lo contrario”, explica la investigadora del grupo de Sociología de la Alimentación, que pertenece a la Facultad de Ciencias Sociales “Jovellanos” de Gijón y a la Facultad de Economía y Empresa de Oviedo.

En su tesis, titulada “La obesidad como problema social: un análisis de las prácticas alimentarias y de actividad física en hogares con y sin obesidad infantil”, Sonia Otero hace un estudio cualitativo, en el que pone de manifiesto que el nivel de ingresos no siempre es un factor determinante para que haya obesidad. “También hay altos directivos con sobrepeso”, pone como ejemplo. El tipo de trabajo y la corresponsabilidad en el hogar también influyen para llevar una peor o mejor alimentación.

Sonia Otero, con su tesis en la Facultad de Economía y Empresa. |

Cecilia Díaz Méndez, una de las directoras de la tesis junto a Isabel García Espejo, asegura que el trabajo de Sonia Otero realiza “dos aportaciones de especial interés”. Por un lado, indica, “estudia los aspectos sociales de la obesidad”; una perspectiva “que no se trata habitualmente a pesar de ser un problema con raíz social y que está mostrando las desigualdades alimentarias en las sociedades modernas”. En este sentido, el trabajo puede ofrecer, según afirma, “claves para el diseño de políticas alimentarias orientadas a reducir el impacto de la obesidad y a tratar los grupos de riesgo”. Y el otro punto de interés es hacer un estudio “desde la perspectiva teórica de las practicas sociales, que permite una aproximación a un fenómeno complejo, multicausal, que se produce en el ámbito micro social que no suele ser fácil de abordar empíricamente”.

Pero para llegar hasta aquí, la torrelaveguense ha tenido que pelear mucho. “Desde que estaba en la carrera ya pensaba en hacer una tesis. Y el máster (en Políticas Sociales y Bienestar) me lo confirmó. Pero yo estaba acostumbrada a que si me esforzaba, obtenía buenas notas y becas. Cuando empecé el doctorado en 2015 me encontré con un escenario totalmente diferente”, relata. La primera piedra en el camino fue el retraso de las ayudas Severo Ochoa, o también llamadas “becas tortuga”. Otero optó a una de ellas, pero justo ese año no salió la convocatoria. Al siguiente ya sí, sin embargo la resolución se retrasó hasta 2017. Para al final quedar la novena en la lista de espera. No le quedó otra, por tanto, que acceder a una ayuda de la Universidad de Oviedo, con la sustancial diferencia de que esta no cubría todo el doctorado, sino solo un año. Tuvo tan mala suerte (de nuevo) que si la resolución salió en marzo de 2018, no le contrataron hasta abril de 2019 y no cobró por primera vez hasta junio. La beca finalizó justo cuando empezó la pandemia y Otero tiró del paro hasta septiembre. Desde ahí hasta ahora sobrevivió a base de ahorros personales y del apoyo de la familia.

A pesar de tanta lucha, a esta casi doctora le gustaría continuar con su carrera académica. “No he invertido diez años de mi vida para dedicarme a otra cosa”, asegura. Y la investigadora Cecilia Díaz dice que es “imprescindible el rejuvenecimiento de plantilla en una universidad envejecida como la nuestra”. Pero Otero se pregunta y se contesta ella misma: “¿Qué va a ser de mí No lo sé, no tengo una certeza. Está claro que no puedo vivir del aire y que si no encuentro aquí mi sitio, tendré que salir al mundo laboral”.

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