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Un año de pandemia

El virus frena a los jóvenes asturianos: “Es como haber perdido un año de vida”

La crisis dispara al 37,49% la tasa de paro juvenil, detiene la mejora del ritmo de emancipación y deja secuelas psicológicas entre la juventud

De izquierda a derecha, Sofía García, Abel Fernández, Natalia Montes Marqués y Daniel Sierra.

El felguerino Abel Fernández González tiene la impresión de haber vivido siempre en crisis. La anterior –la que comenzó en 2008– le pilló con la mayoría de edad recién estrenada. De aquella, entró en la Universidad con la intención de hacer una ingeniería, pero no la llegó a acabar. Tuvo varios empleos a tiempo parcial, pero nada fijo. Y, ahora, la del coronavirus le cogió, aún sin haberse asentado, trabajando a media jornada en una pastelería. Se fue directo a engrosar las listas de los trabajadores afectados por un expediente de regulación de empleo (ERTE). Harto de su situación se lanzó a buscar otro empleo, y en verano encontró un nuevo trabajo en hostelería. Ahora estudia Filosofía, una carrera que empezó hace unos años, trabaja unas horas y hace prácticas en el Consejo de la Mocedá de Asturias elaborando un plan sobre ocio alternativo. “Así es mejor, tengo muchas cosas que hacer y estoy entretenido, tengo la cabeza ocupada”, asegura.

Él, al menos, trabaja, porque en otros casos, que también reflejan cómo la pandemia ha impactado sobre la juventud asturiana, no es lo habitual. Como muestra, algunos datos. El último estudio del Consejo de la Juventud de España señala que tres de cada diez jóvenes asturianos se han visto afectados por una regulación de empleo (un ERTE). Pero es que hay cuatro de cada diez (un 40%) que no trabajó ni si quiera una hora durante el primer semestre del año pasado. Con esos porcentajes, la emancipación –que durante los últimos años había cogido algo de impulso en Asturias, tras años de penurias– se frenó en seco. Solo un 17,3% de los jóvenes de la región vive fuera del nido familiar. Una cifra pequeñísima.

Abel Fernández trabaja, pero no ha conseguido emanciparse. “Sigo viviendo con mi madre, con mi situación y mi trabajo es que ni siquiera me lo planteo. Es complicadísimo. Y con la incertidumbre que hay, aún más. Quizá pudiera compartir piso, pero no sé tampoco si me saldrían las cuentas”, asegura. Adaptarse a una vida universitaria a distancia tampoco ha sido sencillo. Más bien, todo lo contrario. “Hubo profesores que consiguieron reconvertirse, pero otros no. Fue un poco caos”, asegura. El sentimiento es compartido por los demás estudiantes que dan su testimonio. “He pasado por dos crisis. Bueno, creo que la primera no se había acabado todavía y, ahora, va y llega esta”, señala apesadumbrado.

El 30% de los jóvenes de la región se vieron afectados por un ERTE

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Las estadísticas también reflejan que las cifras del paro entre los jóvenes se han disparado desde que comenzó la pandemia. La tasa de desempleo de los menores de 25 años es ahora del 37,49%, según las últimas cifras de la Encuesta de Población Activa (EPA) que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE). Llegó a ser del 63% en el primer trimestre de 2013, pero que ahora esté más baja no es consuelo para los jóvenes de la región.

Natalia Montes Marqués, una ovetense que vive en Gijón, donde estudia en la Escuela de Marina Civil, explica su experiencia: “Estoy acabando ya los estudios. Lo único que ahora las clases son online y es mucho peor, no es lo mismo que ir a la Facultad. Es más complicado seguirlo todo y más difícil de entender”, explica. No es lo único que ha cambiado en su vida. Cada año solía buscarse trabajos esporádicos en tiendas de ropa para poder ir pagándose el piso y hacer frente a sus gastos, pero desde que comenzó la pandemia no hubo manera. No había nada de nada. El mercado laboral se cerró a cal y canto. “Lo he intentado, pero está la cosa bastante complicada, no hay muchas opciones. Otras veces sí que es bastante más fácil, solamente con tener un poco de experiencia sale algo”, asegura. Con el pago del alquiler le ayuda la familia, y también asegura que su casero se ha portado “muy bien” durante estos meses. “Ha sido bastante comprensivo, una de las pocas cosas buenas que ha traído la pandemia es la solidaridad”, argumenta.

No obstante, a entender de Montes Marqués, “la situación la veo mal. Este es un año que no va a volver, es como si nos lo hubiéramos perdido, la juventud está fastidiada de verdad. El cansancio es generalizado”. El impacto psicológico y emocional que esta crisis ha tenido sobre los jóvenes (aquellos que tienen entre 18 y 24 años) lo reflejaba recientemente una encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Sorprendentemente, el informe asegura que este grupo de población es el que tiene más miedo a contagiarse; son los que confiesan que han llorado con mayor frecuencia, y son los que más a menudo se han sentido sin interés por hacer cosas, deprimidos, ansiosos e incapaces de controlar sus preocupaciones. Es decir, que han tenido serios problemas con la gestión de las emociones durante estos últimos meses.

La juventud, la que peor gestionó sus emociones este año, dice el CIS

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Daniel Sierra, natural de Castrillón, de 19 años y estudiante de Historia, asegura que “no salgo de casa, prácticamente, desde hace un año. Hace que no quedo con alguien... ni me acuerdo”. Para matar el tiempo, además de los estudios, está involucrado con la Confederación Estatal de Asociaciones de Estudiantes (Canae), donde es vocal del área de incidencia política. “Hago estudios para ellos, y en verano estuve trabajando en el programa de intercambio de libros que se puso en marcha en Gijón”, explica. Lo de emanciparse ni siquiera se le pasa por la cabeza. Imposible. “Lo único, estoy ahorrando para poder irme a estudiar un máster fuera”, explica. No tiene claro aún en qué sentido. Probablemente, algo relacionado con estudios orientales y la geopolítica. Está madurándolo. “Bueno, y el verano volveré a intentar trabajar”, agrega.

El golpe de la pandemia sobre los jóvenes ha sido brutal, asegura. También sobre el frágil movimiento del asociacionista juvenil. “España nunca tuvo un gran movimiento de asociaciones de jóvenes, pero la pandemia ha sido superdura. Existe un desánimo total”, agrega. Tan negra está la cosa que algunos están pensando en marchar de la región, en busca de lugares más dinámicos, especialmente desde el punto de vista laboral. El éxodo no se frena.

La ovetense Sofía García, de 22 años, estudió para ser técnica en iluminación y tiene estudios de realización. Es, también, la vicepresidenta de la Asociación de Profesionales Técnicos del Espectáculo de Asturias (Aptaea), desde donde lucha para que su sector gane en visibilidad. “He visto cómo muchos compañeros se han ido fuera de la región para poder trabajar”, asegura. En el Principado tienen las puertas prácticamente cerradas. “Antes había trabajo para nosotros, pero ahora ya no es como antes”, agrega. No hay espectáculos. “El futuro me lo tomo con calma porque esto va para largo, nuestro sector está muy invisibilizado y tenemos que ir pasito a pasito”, asegura. La idea de García era la de haberse independizado el año pasado. “Fue imposible”, resalta. Ahora incluso se plantea salir fuera de la región para seguir formándose.

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