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Alberto Hidalgo Tuñón | Filósofo y profesor jubilado

“Soy filósofo por Gustavo Bueno, con quien no reñí tras la ruptura por Irak”

“Fuimos a estudiar Filosofía a Valencia cuatro de aquí, que compartimos piso, y nos comportamos como todo asturiano dinamitero”

Alberto Hidalgo Tuñón, profesor jubilado de Filosofía, en Oviedo. | Irma Collín

Alberto Hidalgo Tuñón (Oviedo, 1946), filósofo y profesor jubilado de la Universidad de Oviedo, presidió la Sociedad Asturiana de Filosofía de 1981 a 2000 y fundó la organización Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad en Asturias. Hijo de un albañil y de una ama de casa, mediano de tres hermanos, entró a los 10 años en el internado de los Misioneros del Sagrado Corazón de Valladolid y salió, sin vocación e intelectualmente decepcionado, del Seminario de Logroño once años después.

–Al salir del Seminario mi objetivo era ventilar los dos cursos comunes en uno. Quería estudiar Literatura en Barcelona, pero fui de oyente con Gustavo Bueno en 1967. Había estudiado la filosofía escolástica hasta Heidegger, pero ignoraba completamente el estructuralismo francés y Gustavo entraba por la mañana peleándose con Foucault y Levi-Strauss.

–Dicen que el primer día no se entendía nada.

–Le entendí desde la primera palabra, por mente y preparación. Tomaba apuntes y mis compañeras me preguntaban cómo lo hacía. Cuando das clases de Filosofía te das cuenta de que hay un enorme déficit de vocabulario y que la gente entra en pánico cuando ven un símbolo con una flechita.

–Hizo Filosofía en Valencia.

–Por indicación de Bueno. Solo había especialidad de Filosofía en Madrid, donde imperaba la escolástica; Barcelona, más modernita, y Valencia, donde estaban Carlos París; Montero, con la Fenomenología, y, sobre todo, Manuel Garrido en lógica matemática.

–¿Bueno sabía de su capacidad para las matemáticas?

–No sé. Bueno era muy peculiar. Te mandaba hacer un vocabulario filosófico y que expresases tu visión. Yo decía lo que pensaba. De Oviedo fuimos cuatro a estudiar y compartimos piso: Martínez Cossens, Bernando Martínez Llanos, uno que no recuerdo y yo.

–¿Cómo le fue en Valencia?

–Como a todo asturiano dinamitero. Íbamos de banda, muy conjuntados, e hicimos amigos, uno de ellos, José Vicente Peña Calvo, que se vino a Asturias por nosotros. Tuvimos el apoyo de su madre, que nos hizo la compra alguna vez.

–¿Quedaba algo del fraile que casi fue?

–No, conocía a mi novia, hoy mi mujer, desde la verbena de San José de 1968, en Bello, Aller. Se llama Blanca García Cifuentes. El conocimiento se afianzó porque tuvo la deferencia de venir al funeral de mi padre.

–Un noviazgo postal.

–Dos cartas por semana. Saqué en cuatro años una carrera de cinco. En clase era de los espabilados.

–¿Cómo era la Universidad de Valencia?

–Como las de 1968. Ya me había encerrado en la Universidad en Oviedo, con lo que le di un disgusto a mi padre, que me dijo, angustiado, cuando llegué por la mañana: “No te metas, que no tienes quién te proteja”. Era lanzadín.

–¿Algún profesor especial?

–Intimamos con un profesor de Historia Antigua, Fernando Cubells, que sabía mucho y estaba medio alcoholizado. Le acompañábamos porque vivíamos cerca. Su decepción eclesiástica era la de un canónigo que había hecho todo el recorrido en honor de la Santa Madre Iglesia y solo había recibido no promociones.

–Volvió a Oviedo en 1972.

–Con buen expediente. Bueno me promocionó a una beca de investigación en Ciencias Sociales.

–No había perdido contacto.

–No solo eso. En el congreso de 1971 era delegado de curso y ojito derecho de Manuel Garrido, que tenía un 360, un ordenador que nos dejaba mirar y tocar un poquito. En el congreso perdí su favor al tomar partido por Gustavo Bueno. Elegí el tema de licenciatura con Garrido, sobre “El principio de racionalidad limitado” de Herbert Alexander Simon y me puso todos los obstáculos habidos por aquello. No me prestó un libro, “Administrative Behavior”, que solo tenía él. Saqué sobresaliente igual.

–¿Y lo siguiente?

–Un doble destino. La beca y, como me casé en diciembre, las clases de amigos. Había hecho el primer curso de capacitación en Valencia, pero el segundo me tocó Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina, que estaba en el Instituto Femenino y era el encargado de curso con Bueno y estaba en el gran proyecto del cierre categorial. Expedientaron a Carlos Iglesias Fueyo y di sus clases para guardarle el sitio.

–Usted tuvo participación político-social.

–Por adscripción ideológica de izquierda no confesional nos metimos en la Liga Española por la Educación y la Cultura Popular, en 1976. Estaba Luis Gómez Llorente, del que era muy amigo.

–¿Militó en algún partido?

–Nunca. Inicié mi navegación hacia la izquierda en Valencia, flirteando con el Felipe (Frente de Liberación Popular), pero vi gente que se arrogaba acciones que se hacían espontáneamente y no me gustó.

–Fundó el Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad en Asturias.

–Consecuencia del movimiento “OTAN, no: bases fuera”, en el que estaba Paquita Sauquillo, había muy fuerte entrismo de ORT y un poco de MC, pero la idea era luchar contra las armas nucleares.

–¿Qué opinaba Bueno?

–Entonces Gustavo era socialista. Siempre lo vi como un contestatario, de izquierdas. Su gran amigo era José María Laso Prieto, del comité central del Partido Comunista, que nos menciona a Cepedal y a mí en sus memorias como más afines a su tendencia. Entonces la URSS jugaba, interesadamente, la baza del pacifismo. Con la guerra de Irak fue la ruptura, pero nunca quise reñir con Bueno ni participar en ninguna matanza del padre. No te puedes meter en los cariños animales y evité la confrontación, pese a los intentos de zarpazo que me lanzaba.

–¿Tiene hijos?

–Tres. La primera, Loreto, nació en 1976 cuando acababa de sacar la cátedra de Filosofía de instituto, que fui al Virgen de la Luz en Avilés. Hizo Inglés de primera carrera y de segunda, Traducción e Interpretación. Trabaja en una empresa de Informática en Avilés y tiene tres hijos.

–La segunda.

–Tres años después vino Elena, que es fisioterapeuta. El último es Alberto Carlos, de 1983, que nació cuando yo presentaba el segundo congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias. Es ingeniero electrónico, máster en Mecatrónica y desde hace seis años trabaja para Volvo en Göteborg (Suecia).

–¿Fue un padre presente?

–Según mi esposa, no, porque delegué la educación y crianza en ella. Mi hija mayor, que me ha dado los nietos, siente que ha contado siempre conmigo, pero el pequeño tiene más sensación de ausencia.

–¿Porque necesitaba una figura paterna o porque usted estuvo muy ocupado?

–Es difícil de evaluar. Es más listo que yo. Soy un abuelo más presente que el padre que fui, sobre todo desde mi jubilación, en 2017.

–¿Qué tal siente que le ha tratado la vida hasta ahora?

–No mal del todo. Me ha permitido vivir desahogadamente. He salvado el pellejo a dos infartos, el primero en 1992, cuando murió Alberto Cardín.

–Con quien tuvo relación.

–Sí. A través de Cristina Piris. Cuando le diagnosticaron el sida le invité a venir al congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias y quedó eternamente agradecido. Era el tipo más listo y con mayor capacidad de lectura y relato que me he encontrado en mi vida.

–¿El segundo infarto?

–Fue en 2004, después de que el Opus me quitara la cátedra de Historia de la Filosofía en La Coruña. El director, miembro excelente de la organización, no me dejó tomar posesión. Me lo confirmó Ramón Punset.

–¿Pasó miedo?

–Respeto... Pasé más miedo cuando tuve el aneurisma aórtico abdominal, que puede explotar en cualquier momento, del que me operé en 2014. De eso murió Einstein, que no se quiso operar.

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