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El ansia de libertad vacía los geriátricos asturianos: “Salir sabe a gloria”

De compras, a tomar un café, a sentarse al banco o dar un paseo, los mayores de las residencias disfrutan de su tiempo por fuera: “Es una bendición, aunque el bicho no acaba de irse”

El ansia de libertad vacía los geriátricos asturianos: “Salir sabe a gloria”

El ansia de libertad vacía los geriátricos asturianos: “Salir sabe a gloria” IRMA COLLÍN

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El ansia de libertad vacía los geriátricos asturianos: “Salir sabe a gloria” Mariola Riera

Después de un año sin poder salir a sus cosas y libremente de la residencia de mayores en la que vive en Oviedo, ¿a dónde fue en cuanto pudo hacerlo María Cienfuegos? “A tomar un café descafeinado de máquina. Lo pedí doble y todo. ¡Quité el ansia!”.

¿Y de dónde volvía feliz como una perdiz –cantando para más señas– su compañera Consuelo Fernández? “De los chinos, fui a por cosas para mis manualidades. ¡Mira, mira, voy cargada!”, exclamó abriendo la bolsa de su compra. Es una de las muchas que cuelgan del manillar del vehículo para personas de movilidad reducida que Consuelo pilota no sin cierta complicación. No porque esta octogenaria no tenga salero y práctica para conducir, sino porque aparte de facilitarle los traslados por la ciudad, su scooter eléctrico rojo es una especie de casa y mercadillo ambulante en el que lleva de todo: el bolso, abanicos, fulares, chaquetas y una gran saca con los broches que hace y que regala a todo el que se pone a tiro.

Consuelo Fernández, llegando al geriátrico Santa Teresa en su scooter, tras una mañana de compras.

Este sábado repartió unos cuantos. Y es que Consuelo estaba de celebración. Ella y el resto de compañeros de la residencia de Santa Teresa, y del resto de Asturias, que más de un año después de que el coronavirus –“ese bicho que no acaba de irse”– les confinase entre cuatro paredes y, en algunos casos, sin poder salir siquiera de sus habitaciones hasta las zonas comunes, han podido liberarse e iniciar una nueva etapa en la que todo “sabe a gloria y se disfruta como nunca”.

Fátima Iglesias, directora de la residencia Santa Teresa, en Oviedo. Irma Collín

Para dar fe de ello allí estuvo Fátima Iglesias, la directora del geriátrico, que si bien libra los fines de semana, este no ha querido faltar a su puesto de trabajo para estudiarse y revisar todo el nuevo protocolo establecido por la Consejería de Derechos Sociales y Bienestar para esa “nueva normalidad” tan ansiada.

“Es algo muy importante, esperado y nada debe dejarse en el aire”, asume Iglesias, preocupada por hacer llegar de forma correcta y clara la información a usuarios, familiares y a todo su equipo. También está, sobre todo, contenta por alcanzar una situación que, en líneas generales, relaja la visitas a los residentes, permite a estos (los vacunados y no de riesgo) salir libres a la calle y abre la lista de ingresos en los geriátricos (el de Santa Teresa, por ejemplo, con habituales listas de espera, tiene 289 plazas de las que actualmente solo 152 están ocupadas).

El trámite burocrático ha llegado con la devolución del mando sobre las residencias a la Consejería de Derechos Sociales por parte de la de Salud. Y Fátima Iglesias quiso simbolizar tal traspaso competencial colgando la bata blanca de sanitaria que ha lucido durante todos estos meses y paseando por la residencia en ropa de calle. Tanto caló la bata blanca entre los usuarios que muchos se sorprendieron de ver a su directora sin ella. “Hasta ahora éramos centros más bien sanitarios, pero por fin recuperamos la faceta social, volvemos a nuestra esencia”, explicaba Iglesias a todo el que le preguntó por ese cambio de atuendo a las puertas de geriátrico, donde fue imposible no ser partícipe del ambiente de fiesta y de celebración de todo el mundo.

María Cienfuegos, Damiana Robles, Manuel Cordera y María Pilar López, sentados a la puerta del geriátrico Santa Teresa de Oviedo Irma Collín

Hasta los termómetros se portaron, pues las temperaturas durante toda la mañana fueron suaves y facilitaron salir a la calle. Entre los que lo hizo, Manuel Cordera, de los primeros en hacerse con un hueco en los bancos que flanquean la entrada de la residencia. Hizo bien en apurarse, pues en torno al mediodía fue difícil encontrar asiento. Aún así algunos como Guadalupe no tenían muy claro si ya podía o no salir a la calle, algo que le aclaró sobre la marcha la directora cuando la vio sentada en el salón. “¿Ya? Esta tarde lo haré, no sabes bien lo que lo agradeceré”, relató esta mujer, a la que una operación del corazón ha obligado a cumplir, si cabe, más restricciones para proteger su salud.

El que más y el que menos quiso disfrutar fuera del primer día de esta nueva etapa en los geriátricos, de una bocanada de aire fresco, nunca mejor dicho, de la que les privó el puñetero covid. “Era una cárcel, un aburrimiento, sin poder salir, solo para ir al hospital si tocaba y poco más”, describieron Damiana Robles y María del Pilar López, que emplearon su tiempo propio en irse de compras. “Volvemos con el carro de Manolo Escobar cargado”, contaron con humor a Fátima Iglesias, afanada en dar cuenta de las nuevas normas y cuidar que se respetase la distancia de seguridad.

Cayeron cuatro gotas y nadie se dio por enterado. La directora apremió a entrar. Pero ellos pidieron y lograron, como no podía ser de otra forma, cierta benevolencia: “Que llueva lo que quiera, después del covid esto es una bendición”.

Marisa Fulgencio, paseando a su hermano Pepe en Avilés.

Alivio entre las familias: "Es impagable"

Avilés/ Langreo, Saúl FERNÁNDEZ/ L. M. D.

En el resto de centros residenciales de Asturias la situación fue similar, de alegría y celebración. Lo mismo entre los familiares de los usuarios. Marisa Fulgencio sonríe un poco al fin. “Me llamaron, me dijeron que podía sacar a mi hermano Pepe a dar una vuelta”. Fue toda rápida a la residencia del Nodo de Avilés que es donde está internado Pepe Fulgencio desde hace un par de años. Es joven –tiene 65 años–, pero sufre de alzhéimer desde los 56. “Este último año encerrado se ha ido apagando poco a poco: ahora está encamado. Lo levantan los martes, los jueves y los sábados. Hasta ahora lo podía ver, nada, un rato, media hora… y desde muy lejos”, relata. La sensación “de poder dar un paseo, de subirlo a un taxi y llevarlo a Salinas” ahora es “impagable. No pudo contactar con el taxista que tiene el coche adaptado a la silla de su hermano porque estaba ocupado. “Así que salí a dar una vuelta alrededor de la residencia”. Está convencida de que a su hermano le hubiera venido mejor más contacto con ella, con la gente.

En Langreo, Mari Paz Álvarez pasó a ver a su hijo Lucas Piniella, que vive en la residencia Mentalia, especializada en personas con discapacidad. “Por la ventana ve a su padre, aquí está conmigo y le pongo videollamada con el móvil para ver a su hermana. Estamos toda la familia viéndolo”. En este centro diseñaron una sala especial –con ventilación permanente, que Salud aprobó– y hace ya unas semanas que las visitas son posibles.

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