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Cuarenta años desde que Sotres vio la luz

Los vecinos rememoran cómo cambió su vida cuando dejaron de alumbrarse con velas, faroles y candiles: “Ver encenderse una bombilla al pulsar un interruptor parecía magia”

Tomás Fernández observa un viejo camping gas de la época en la que no había luz eléctrica en Sotres. | Ramón Díaz

El 12 de diciembre de 1981 hacía ya doce años y medio que el ser humano había pisado la Luna, pero aún no había sido capaz de llevar la luz eléctrica (inventada oficialmente 102 años atrás) al pueblo de Sotres, en Cabrales. Todo cambiaría para los sotrianos al día siguiente, cuando, por fin, sin necesidad de aceite, grasa, carburo, gasóleo, velas, gas o grupos electrógenos, simplemente al pulsar un interruptor se hizo la luz. “Parecía magia”, rememora Valentina Sánchez, que tenía entonces 38 años. Se cumplen este año cuarenta de la llegada de la luz eléctrica a Sotres. Y con ella, un auténtico “boom” de televisores, lavadoras, neveras... Un mundo nuevo, “un cambio total”, señala la ahora septuagenaria. “No sé cómo hacíamos tantas cosas con tan poco. Ahora nos quejamos de vicio”, añade.

Su hija Raquel López, de 58 años, recuerda aquella primera lavadora eléctrica y cómo, junto a tres de sus hermanas, se sentaba delante del aparato a ver cómo la ropa daba vueltas y vueltas. “Estábamos allí como idiotas, viendo la novedad”, señala. Y, acostumbradas a lavar a mano, frota que frota, en el lavadero público –y antes en una riega–, de cuando en cuando alguna rompía el silencio y susurraba: ‘Pues vaya si tarda’”.

Ana María Moradiellos, con una antigua lámpara de mina o lámpara sapo, cuatro “candilexas”, un candil de carburo, un farol, un candelabro y una palmatoria sobre la barra de su establecimiento de Sotres, todos ellos utilizados antes de la llegada de la luz eléctrica. | Ramón Díaz

Tomás Fernández tenía 22 años cuando en Sotres se hizo la luz. Antes había que utilizar “candilexas” de grasa, petróleo o aceite, faroles, candiles de carburo o velas colocadas sobre candelabros o palmatorias. Así que “pulsar la llave y encenderse la luz fue tremendo, como pasar de la noche al día”, rememora el guía del refugio de Urriellu. La luz fue “el remate” que completó la llegada de la carretera en 1965 (“otro flash”, resalta), y el agua en 1967. Fueron tres “revoluciones”, que trajeron consigo “muchas comodidades”, pero también “auténticos desastres urbanísticos y atentados contra el buen gusto”; cosas del “desarrollismo y del modernismo con poca cabeza”, comenta Manuel Ángel Fernández, de 57 años. La mayoría de los dislates ya se ha corregido.

Es verdad que ya antes había televisiones en los bares, minúsculas y en blanco y negro, que funcionaban con baterías, e incluso neveras que rulaban con bombonas de gas. Pero eso de no tener que cargar combustible, de dejar de oír el ruido infernal de los generadores, de no depender del butano... Fue como alcanzar el paraíso.

Manuel Ángel Fernández recuerda, de niño, las risas que se echaba junto a una de sus hermanas cuando la madre de unos amigos suyos que vivían en Oviedo, de visita en Sotres, los llamaba a media tarde: “Nenos, nenos, a cenar que aquí no hay luz”. “¿Cenar porque no hay luz? Nos parecía absurdo”. La sorpresa llegó cuando devolvieron la visita. En Oviedo había luz, sí, “pero no tenían nada que comer en casa. Nosotros no tendríamos chocolate, ni verduras, ni fruta, pero teníamos carne, quesos, leche... Aunque pisaban asfalto, nosotros teníamos más que ellos”, subraya.

Manuel Marcos López –izquierda– y Esteban Fernández, en el establecimiento del primero en Sotres, ayer. | Ramón Díaz

Porque, como apunta Tomás Fernández, al no haber neveras ni congeladores, los vecinos curaban las carnes y las ahumaban, como los esquimales, para que se conservaran todo el año, ya que lo de matar cabritos o corderos era “solo para los días de fiesta”.

Y para fiesta, la de aquel 13 de diciembre. Los bares y algunos vecinos prepararon comida abundante y bebidas, acudieron autoridades, dirigentes de la eléctrica, y hubo hasta música y baile en el garaje de una casa en construcción, por supuesto, repleto para la ocasión de bombillas encendidas.

Sonia López tenía 7 años entonces y sus recuerdos son muy difusos. Sí acierta a recordar que tanto los niños como los mayores andaban aquel día desatados, nerviosos, felices. “No era para menos”. Lo que no recuerda es aquel Sotres anterior en tinieblas.

El presidente de la Diputación Agustín Antuña –segundo por la izquierda– y Eugenio Carbajal, miembro del Consejo Regional –segundo por la derecha–, junto a varios vecinos de Sotres, el 3 de octubre de 1980, cuando anunciaron el inicio de las obras para llevar la luz eléctrica al pueblo. | Cedida por A. M. Moradiellos

La luz posibilitó la apertura de queserías, y el despegue definitivo del cabrales. Llegó a haber más de veinte queserías en el pueblo. Quedan tres. Claro que en 1981 había más de 300 habitantes en Sotres y ahora queda un centenar. La luz no frenó el despoblamiento, al que contribuyó el cierre de las minas de blenda de la zona, en las que llegaron a trabajar más de 40 vecinos. Uno de ellos, Esteban Fernández, comenta con gracia que lo primero que hizo tras llegar la luz fue comprar una televisión “tan grande que no entraba en casa”.

Manuel Marcos López, de 63 años, dice que el tiempo anterior a la llegada de la luz fue “el más feliz” de su vida. “Era joven, no tenía problemas y no echaba de menos la luz porque no la conocía”. Subraya que en muy pocos años la vida dio un vuelco en Sotres: “Pasamos del Tercer Mundo a la vida moderna”. Pero aquella etapa “en blanco y negro” también tenía encanto: “Era más bucólico, había más relación entre la gente, más tertulias... Me gustaría volver a estar en esa situación seis meses; más, no”, añade con sorna.

Sonia López y su nieto David Carrera, ayer, delante del garaje en el que, el 13 de diciembre de 1981, tuvo lugar la fiesta para celebrar la llegada de la luz a Sotres. | R. D.

La llegada de la luz un 13 de diciembre no fue casualidad, asegura Ana María Moradiellos, de 58 años. El ingeniero Alejandro San Vicente, “hombre serio y de muy pocas palabras, pero muy observador, eligió el 13 de diciembre porque es el día de Santa Lucía, patrona de los ciegos”.

Moradiellos recuerda a turistas bajando al bar por la noche a preguntar dónde estaba la llave de la luz en la habitación. Tuvieron que empezar a darles palmatorias con vela. En la escuela, un camping gas colgado del techo alumbraba (es un decir) una clase con 45 críos. “Los de detrás escribíamos a bulto”, relata con gracia. La empresaria destaca la mucha presión que hicieron los turistas y los montañeros para dotar de luz a Sotres. Y cómo, finalmente, las obras empezaron en mayo de 1981. Siete meses después, Sotres vio la luz.

La “suerte” de Tresviso y la “fábrica de energía” de Tielve

Todos los sotrianos consultados ayer subrayaron que antes de que llegara la luz eléctrica no la echaban de menos, porque la mayoría no la conocía o no había tenido tiempo a saborear las comodidades que posibilita. Pero algunos envidiaban la “suerte” de sus vecinos de Tresviso, en Cantabria, a donde la luz eléctrica había llegado en los años cincuenta. Una compañía dijo a los vecinos que llevaría la luz si subían por su cuenta los postes y las torres. Dicho y hecho. En el vecino Tielve, mientras tanto, la mayoría de los lugareños tuvo luz años antes que los de Sotres porque allí una empresa local había montado una “fábrica de energía”, junto al puente Saleras, una dinamo que generaba luz a 125 voltios; daba para bombillas y poco más. La luz “de verdad” llegó a Tielve el mismo día que a Sotres. A Bulnes aún tardaría seis años en llegar. Fue el 12 de diciembre de 1987.

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