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¿Qué rastro dejan los whatsapps? Los mensajes, una prueba cada vez más habitual en juicios (como se vio en el de Carragal)

El servicio de mensajería en el móvil adquiere fuerza probatoria en los juicios, tal y como ocurrió en el de la muerte del profesor de Cudillero

Aplicación de WhatsApp en un móvil

El servicio de mensajería WhatsApp tuvo mucho predicamento entre todo tipo de delincuentes, especialmente narcotraficantes, en la idea de que las conversaciones no podían ser rastreadas por las fuerzas de seguridad. Eso es así con una condición: que los dispositivos no caigan en manos de los investigadores, ya que en ese momento se pueden recuperar todos los mensajes que se hayan remitido, incluso los borrados. Es lo que ocurrió recientemente con el caso de la muerte de David Carragal. Los agentes accedieron a las conversaciones de WhatsApp borradas por los jóvenes implicados, y estas se convirtieron en parte importante durante el juicio para demostrar que eran conscientes de lo que habían hecho, y restar importancia a su entrega voluntaria tardía y la colaboración con la Justicia a la que aducían sus defensas para rebajar sus condenas.

En teoría, WhatsApp ofrece una privacidad superior a otras aplicaciones gracias al cifrado de extremo a extremo que codifica los mensajes para asegurar que solo los usuarios que se comunican puedan leerlos o escuchar las llamadas. Un usuario de WhatsApp puede acceder a los mensajes que ha eliminado mediante la función de copia de seguridad de chat, que efectúa a diario duplicados de seguridad de todos los mensajes a la dos de la madrugada. Los usuarios de WhatsApp pueden eliminar un mensaje con el botón “Eliminar para todos” durante una hora después del envío, aunque esta medida no es infalible. Cualquier persona que recibe el mensaje antes de que se elimine puede hacer una captura de pantalla. Por lo tanto, no hay forma de asegurar que no se capture, archive o comparta contenido indeseado. También hay aplicaciones de terceros que pueden recuperar mensajes eliminados compartidos por otros usuarios. Otra posibilidad es acceder a chats antiguos almacenados en la nube.

“Sin tener acceso a uno de los móviles, es difícil que la Policía pueda acceder a los mensajes de forma forzada”, explica Joaquín Muñoz, abogado especialista en protección de datos. Esos mensajes pueden presentarse además en un juicio, aunque “tienen que demostrar que no han sido alterados, que se trata de los mensajes originales”, añade. Una de las formas más habituales de conservar los mensajes es hacer una captura de los mismos, que puede utilizarse a la hora de denunciar. Muñoz explica además que “es muy sencillo recuperar mensajes borrados”. WhatsApp mantiene lo que se llama “rastro de chat”, que permite recuperar los mensajes de ciertas maneras; por ejemplo, enviando la conversación por e-mail, indica Muñoz. En cuanto a las llamadas por WhatsApp, son seguras a menos que “se tenga el teléfono intervenido, o se le haya instalado un software” para seguir todas las conversaciones, indica Muñoz. Es el motivo por el que en muchos ambientes delincuenciales están optando por la aplicación Telegram, que permite un mayor encriptado.

Que los mensajes por WhatsApp no son seguros, ni siquiera cuando se eliminan, lo han comprobado los ya condenados por la muerte de David Carragal, fallecido el 17 de junio de 2019 tras recibir una patada en la cabeza que le hizo caer contra el suelo cuando se marchaba de las fiestas de La Florida en Oviedo, unos hechos por los que Jorge C. C. fue condenado a 12 años de cárcel por homicidio, y sus dos amigos a fuertes multas por omisión del deber de socorro. Como es natural en jóvenes de su edad (18 años por aquel entonces), los implicados mantuvieron un abundante flujo de conversaciones por WhatsApp en los días posteriores a los hechos. Creyendo que podrían eliminarlas definitivamente, las borraron; pero no fue suficiente. De las primeras cosas que les pidieron los investigadores cuando fueron detenidos, tras la muerte en el HUCA de Carragal, fueron sus teléfonos móviles. Los agentes de Investigaciones Tecnológicas volcaron el contenido de los móviles, incluyendo los mensajes de WhatsApp, de forma que los investigadores de la Policía Judicial pudieron hacerse una idea más concreta de lo que había ocurrido.

Tras un primer momento de desconcierto por las noticias que se estaban publicando, y que hablaban de una “brutal paliza” o de “múltiples golpes”, y después de que se fuesen aclarando los hechos, dado que la agresión fue de una única patada, los jóvenes empezaron a enviarse mensajes: “Concuerdan la edad y la hostia, nos largamos porque cayó de espalda, es la nuestra, encaja todo”, llegaron a decir. En el juicio apareció un mensaje de Jorge C. C. en tono burlón: “A dormir a su bar, amigo, para que aprendas a decirnos nada cuando nos queremos ir a casa”. Y luego trataba de justificarse: “Si no lo duermo, nos duerme a nosotros”. El día que falleció Carragal, uno de los amigos de Jorge C. C. le escribió: “El pavo murió, ven a casa, tienes que declarar”. Unos mensajes que vieron la luz en el juicio y que sirvieron para que el jurado descartase que los acusados no eran conscientes de lo ocurrido hasta que vieron, según ellos, las noticias del fallecimiento de Carragal. A través de sus mensajes quedó claro que la víctima había sido golpeada de una patada, que le habían dejado inconsciente y que, como mínimo, creían que el profesor Carragal, que se debatía entre la vida y la muerte en el HUCA, era a quien Jorge C. C. había golpeado. Se formó así un caso judicial en el que quedó claro el valor acusatorio del WhatsApp, aunque los implicados hayan borrado mensajes.

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