“Estábamos deseando volver a Llanes y en cuanto pudimos, cogimos el coche y nos vinimos”, aseguraban en la mañana de ayer Jordi Berduque y Alba Ponce, residentes en un pueblo cercano a Vic, que salieron de la provincia de Barcelona a las dos de la madrugada para llegar al Oriente asturiano por la mañana. “Ya queríamos marcharnos de una vez y salir fuera. Nos quedamos una semana en Llanes. Ya habíamos estado otras veces. Cataluña está muy bien, pero la tenemos más vista. Llanes lo tiene todo: el mar y la montaña muy cerca, y es muy tranquilo”, añadieron.
Esta pareja es solo un ejemplo de los numerosos turistas que aprovecharon el final del estado del alarma –se levantó en la medianoche del sábado– para desplazarse fuera de su regiones y recalar en Asturias. El sector turístico no los esperaba en gran cantidad, porque en Llanes todavía rigen limitaciones de aforo –los restaurantes no pueden dar comidas en el interior–, pero ayer por la mañana pudo verse por Llanes a bastantes familias y parejas disfrutando de la nueva libertad, sobre todo cántabros, pero también vascos, catalanes e incluso alguna peregrina alemana, sin olvidar a los propios asturianos. Desde ayer domingo, ya no hay limitaciones en los desplazamientos por todo el país. Los hosteleros de Llanes esperan que la llegada de turistas sea más numerosa a partir del próximo fin de semana, aunque “alguno llegó ya este viernes y ayer sábado”.
“Nos ha dejado salir el presidente Revilla”, bromeaba el jubilado Luis Andrés García y su esposa Pilar Sevares, prejubilada del Servicio de Salud cántabro, residentes en la localidad de Igollo, municipio de Carmargo, cerca de Santander. “Llevábamos seis meses sin regresar a Llanes y hoy hemos aprovechado para venir a comer a La Casería de Parres. Siempre nos ha gustado mucho”, explicó García, feliz de poder disfrutar de una escapada.
Fue prejubilarse Pilar Sevares y estallar la pandemia, con lo que no pudo disfrutar gran cosa del tiempo libre. El virus hizo que tardase en ver a su nueva nieta, nacida en pleno confinamiento. Ella está vacunada por ser funcionaria de Salud, y a su marido le inoculan esta semana. “Esperemos que la gente sea responsable y haya un aumento de los contagios. Lo hemos hecho muy mal todos y tenemos que ser conscientes del riesgo. Lo que ocurre es que, si no es con una pistola detrás, no hacemos lo que hay que hacer”, dijo Pilar Sevares. Ahora están deseando ver más a sus nietas, de las que no han podido disfrutar por el maldito virus.
Otros turistas llegados de Cantabria eran Manuel Ortiz y Tomasa Ruiz, de Torrelavega, que tenían reserva en un restaurante de Vidiago. “Tenemos que poner más de nuestra parte para frenar este virus; yo por lo menos lo estoy haciendo todo lo que puedo, poniéndome siempre la mascarilla”, admitió el hombre, que trabaja en barcos.
Su pareja trabaja en la hostelería. “Está más restringido ahora que el año pasado, pero espero que podamos salvar otra vez el verano”, indicó. En Cantabria no se puede servir en el interior de los locales. “Hay menos clientes, cuando sopla el Nordeste no hay quien pare en la calle y la gente se recoge antes”, explicó Tomasa Ruiz. “Que se vuelva a servir en el interior de los locales es fundamental”, añadió.
El matrimonio formado por Ramón Mendicute y Nuria del Corral se trajeron a Llanes a sus hijos Hugo y Héctor, la primera escapada fuera de Santander en meses. “Es el principio de la mejora de la situación, pero tenemos que ser responsables y cumplir las medidas para que los contagios no se desmanden”, señalaron mientras daban un paseo junto al Fuerte de La Moría.
También se dejó ver por Llanes Fernando Diego y su mujer, residentes en Cabezón de la Sal. Armado con su cámara, trataba de recuperar el tiempo perdido tomando instantáneas de la capital llanisca. “Tratábamos de venir a menudo a Llanes, pero el estado de alarma nos lo chafó. Es triste decirlo, pero la gente aquí es más amable, te sientes como en casa”, aseguró.
El estado de alarma impidió que muchos propietarios de segundas residencias pudiesen disfrutar de ellas, ya que estaban prohibidos los desplazamientos entre comunidades autónomas que no se justificasen por razones de trabajo o de salud. El fin del estado de alarma y la libertad de movimientos les ha permitido por fin acercarse a sus viviendas para comprobar su estado y disfrutar al fin de ella.
Es el caso de la pareja de Vitoria (Álava) formada por Prado Doalto y Juan Ramón Arrehgui, que ayer cogieron el coche para abrir las persianas y airear el piso que poseen en el municipio. “Lo compramos el año pasado y desde octubre no pudimos disfrutarlo”, explicó Prado Doalto, que descubrió Llanes en los años ochenta, junto a sus padres. Como explicó Arregui, “comprarse una segunda residencia en el País Vasco es imposible, es muy caro, y Llanes es un pueblo muy bonito, con ambiente, y con los Picos de Europa al lado”.
Ayer se vieron incluso peregrinos por la capital llanisca, un síntoma de que la situación se está normalizando, toda vez que el número de caminantes había caído en picado y los propios alberguistas estaban disuadiéndoles de que se desplazasen a España, por no ser todavía seguro. Eso no arredró a la alemana Kelly Fox, de Hannover (Norte de Alemania), que aterrizó en Santander el pasado 1 de mayo, y en la noche del sábado pernoctó en Nueva de Llanes. “Espero estar de ruta un mes”, dijo esta joven que aseguró que trata de encontrarse a sí misma. “No tengo ningún problema en viajar sola”, añadió. Eso sí, está sufriendo lo suyo. “Tuve que descansar un día en Santillana del Mar, porque tenía los pies destrozados”, admitió. Por eso ha tenido que comprarse nuevo calzado por el camino, que lleva colgado de la mochila. Eso sí, andaba un poco perdida por el centro de Llanes tratando de encontrar las señales que le indicasen la ruta a seguir.
Día de emoción en la frontera asturgalaica
El pequeño Yago Ramos, de seis años, se levantó ayer a las ocho de la mañana en su casa de Ribadeo (Lugo) con la emoción de reencontrarse con sus abuelos de Villayón. “¡Hoy vamos a Busmente!”, le dijo a su madre, Silvia, nada más abrir el ojo. Su emoción es compartida por decenas de familias, separadas durante largos meses, pese a vivir muy cerca. Ayer, por fin, pudieron cruzar los puentes que unen Asturias y Galicia.
“Estábamos deseando verlos, nunca estuvimos tanto tiempo sin estar juntos”, dice Nieves Acero, la emocionada abuela de Yago y la pequeña Noa, de 3 años. “Lo que más rabia me daba es que estaban cerca y no poder pasar a Ribadeo, que es un momento”, añade la mujer, que tiene en Asturias a cuatro de sus cinco hijos. Lo de ayer le supo a poco, así que ya está organizándose para devolver la visita a sus nietos ribadenses en unos días y “recuperar el tiempo perdido”.
La tapiega Sandra Rey también cruzó el puente de los Santos para ir con sus hijas, Patricia y Cristina, al pueblo tapiego de Calambre y reencontrarse con los suyos. “Fue emocionante, sobre todo por ir libre, sin presión. Yo a veces cruzaba por trabajo, pero ibas siempre con el agobio”, relata. Aprovechó la jornada para salir de paseo con su madre por su querido pueblo: “Tenía unas ganas locas”. Y ahora “que nos dure”, señala, temerosa de que vuelvan a cerrar las fronteras por un empeoramiento de la pandemia.
Sin salir de Tapia, en el pueblo de Campos, también se reunieron de nuevo las hermanas franquinas Ángeles y María Izquierdo, la primera afincada en Ribadeo, la segunda en Tapia y separadas durante largas semanas. Ángeles dio a luz a su segundo hijo el 18 de marzo de 2020 y su hermana alumbró a su primer retoño el 11 de marzo de este año. Sin embargo, apenas han podido disfrutarse. “Se lleva muy mal. Soy de lágrima floja y fue duro. Antes, si no era un fin de semana, nos veíamos al siguiente, teníamos mucho contacto”, apunta Ángeles, que por la tarde fue a Navia a ver al resto de la familia.