Va este acto 25 de mayo de otro 25 de mayo de hace 213 años. Y no es un cumpleaños más, por el reconocimiento institucional al fin de la fecha.

 Cito:

 «La nación puede y debe todo lo que quiere…Establece sus leyes fundamentales, la Constitución…queda pues probado que la soberanía reside en la Nación…en los españoles dueños de su voluntad…la soberanía no se enajena… jamás delega el derecho a ella, aunque si comparta el ejercicio».

 

Esto era parte de un discurso que, en las Cortes Constituyentes de Cádiz, del año 1811, daba un joven José María Queipo de Llano, VII conde de Toreno. Había tenido que solicitar permiso especial para ser diputado pues cuando se abrieron las sesiones aún no tenía la edad legal. Nació un 26 de noviembre de 1786 en este palacio que hoy nos alberga. Al decir de los entendidos «el modelo más acabado y elegante del primer barroco en la arquitectura civil asturiana».

 Años antes, estaba viviendo de estudiante, «joven de 22 años, culto y de ideas avanzadas», junto con su amigo Antonio Oviedo y otros, en el Madrid del 2 de mayo de 1808. De vuelta a Asturias, cuando ya la capital del Principado se había manifestado contra la invasión napoleónica, había participado en las sesiones de la Junta General que, en debates de gran altura, patriotismo incluido, se había transformado en revolucionaria.

 El 25 de mayo de aquel año de 1808 la Junta se atrevió al menos con tres propuestas intrépidas: asumir la soberanía; declarar la guerra a Napoleón e internacionalizar el conflicto solicitando ayuda a la Gran Bretaña, la única libre de las garras del corso.

 Toreno, protagonista e historiador de aquello, era vizconde de Matarrosa porque vivía su padre cuando todo empezó. El, junto con el procurador general Álvaro Flórez Estrada, el catedrático Andrés Ángel de la Vega Infanzón, Agustín Argüelles (entonces en Londres), Jovellanos, recién liberado de su cautiverio, también fuera de Asturias; o en clave regional, por citar pocos: el juez José María García del Busto, el canónigo Ramón del Llano Ponte, el VIII marques de Santa Cruz del Marcenado (Joaquín José de Navia Osorio), Rodrigo Cienfuegos, conde Marcel del Peñalva, el conde de Agüera, Nicolás Cañedo, el marqués de Camposagrado o Gregorio Jove forman parte de la generación de 1808. Gentes imbuidas de sueños de cambio, de revolución, entendiendo la revolución cada uno a su manera, pero que juntos, en medio de una guerra, en lucha con un enemigo común, hicieron grandes cosas.

 Cuando se levantaron las tierras del reino contra las tropas invasoras que ya no ocultaban la ocupación, tras la retención de reyes y príncipe en Bayona y la cesión de derechos de estos a Bonaparte, estaba reunida en Oviedo, en su sede de la sala capitular de la Catedral, la Junta General… aquella «reliquia dichosamente preservada del casi universal naufragio de nuestros antiguos fueros» en palabras también de Toreno.

 La Junta, pese a verse menguada en sus atribuciones por el regente de la Audiencia, aún conservaba poderes de carácter político, económico y administrativo. La preexistencia de esta institución centenaria, que remonta sus orígenes al siglo XV, hizo que la conversión revolucionaria en Junta Suprema (Soberana) fuera más fácil y rápida.

 Los más reacios fueron presionados por la acción popular que ya había sido manifiesta el 9 de mayo, acorralando a quienes defendían la legalidad de las órdenes de Murat.

 Lo que se produjo en la Junta General del 25 de mayo fue un atrevimiento y una rebelión, o mejor el inicio de la revolución dentro de la guerra que sería la tónica de aquel conflicto llamado solo mucho más tarde «guerra de la Independencia». Recordemos que sus protagonistas la vivieron como una «revolución»; Toreno o Flórez Estrada entre otros.

 ¿Sabía Napoleón dónde estaba la Asturias remota que le retaba? Lo sabría después. Al principio España, el reino y sus gentes eran considerados un pueblo inculto y fácil de ganar. Dicen algunos que los soldados franceses llevaban en sus mochilas el viaje a España en 1679 de la condesa d´Aulnoy, un relato distorsionado del país. «Es un juego de niños, esa gente no sabe lo que es un ejército francés; créanme, será rápido» dicen que dijo Napoleón de los españoles. Seis años después su prestigio se hundió en España y en sus memorias reconoció que «la guerra de España destruyó mi reputación». Hizo 200 años el pasado día 5 que recluido en la remota isla de Santa Elena moría el hombre que había puesto Europa patas arriba.

 Cuando decidió aquel Emperador dar un golpe definitivo a la invasión hispana enviaría a este perdido norte a sus mejores mandos. Es curioso. Los tres generales que invadieron Asturias, apenas un mes, por vez primera (habría otras tres) en 1809, habiendo huido el patriota marqués de La Romana, fueron Kellermann, Bonet y Ney. Los tres fieles a su jefe hasta Watterloo (1815), la última batalla de Bonaparte vencido por un duque de Wellington que se había fogueado en España.

 Pero volvamos al 25 de mayo. Fue una reunión noche y día con guion de película de acción, gente armada, presión mayúscula sobre la audiencia y el comandante militar y reunión forzada de una Junta ya en franca rebeldía. El párrafo del discurso leído al principio ¿tiene que ver o no con este otro expuesto en la Junta del 25 de mayo de 1808?

 «la soberanía reside en el pueblo y coexiste en él, por mas que sea regido por una persona determinada… [se sigue que en las circunstancias actuales, ausente el Rey] atrae el pueblo hacia si toda la Soberanía…»

 Resultas de aquello se promovió la creación de un ejército y el envío de la embajada a Londres. Antes se habían enviado emisarios a las provincias limítrofes para explorar los ánimos. Los comisionados al Reino Unido fueron Toreno, de la Vega Infanzón, Álvarez Miranda y un número no determinado de sirvientes. Solicitaron ayuda en armas, dinero y pertrechos. Ofrecieron los puertos del Principado a los navíos ingleses. La ayuda llegó. Asturias recibió a británicos, con los que las relaciones no siempre fueron fáciles. Otras veces lucharon juntos, como en la batalla del puente de Peñaflor (mayo de 1809). Allí la presencia del militar William Parker Carrol hizo que Grado y Limerick, en Irlanda, quedaran hermanados.

 Por tener, tener, la Junta Asturiana, Suprema, Soberana, de Defensa, Observación, o como se denominase en la guerra, tuvo hasta su periplo errante; y su 2 de mayo, un año después del madrileño. El marqués de La Romana, militar y noble, tomó partido por una facción de la Junta y la disolvió sustituyéndola por otra un 2 de mayo de 1809. Aquel golpe insólito le valdría la denuncia de Jovellanos desde la Junta Central y del muy combativo procurador general de Asturias Flórez Estrada reclamando la reposición inmediata, la libertad de imprenta y otras medidas. Un interesante proceso que forma parte de otra historia dentro de esa historia tan apasionante que fue esta guerra.

 Jovellanos que tanto trabajó en la Junta Central por dar una salida política a la España quebrada e invadida, y por la convocatoria de Cortes, aunque al final no fueran las de su preferencia, reconocería que en las acciones contra la invasión «Asturias fue de las primeras provincias que se levantaron contra la pérfida agresión de Bonaparte; que le declararon la guerra abierta y se armaron en defensa de su Rey y de su libertad».

 Advierten los historiadores que «La selección de los hitos históricos se realiza para apoyar la definición de una identidad colectiva…[por lo tanto] La relación de la historia con la conciencia de autosatisfacción o un cierto narcisismo nacional es evidente». Puede ser reprobable si se hace sobre falsedades, pero también loable si con ello se potencia el conocimiento y la investigación, que queremos sea este caso. Los asturianos de aquel tiempo habían dado grandes hombres a la gobernanza del reino y reconocerlos es una obligación. El 25 de mayo, con escenario principal en la capital involucró a toda Asturias.

 Siempre queriendo que la historia estuviera en su sitio, la Junta General lleva más de tres décadas editando textos históricos. La colección de actas es un ejemplo. Con motivo del bicentenario de la guerra, entre el 2008 y el 2015, propició la publicación de documentos y relatos para poner luz a la participación de Asturias y sus gentes en aquellos acontecimientos. El parlamento asturiano, heredero del nombre de la tradicional institución centenaria, siempre ha apoyado ese empeño de iluminar fundamentada nuestra historia; una labor creemos encomiable que continúa.

 Así que, gracias a los documentos y a quienes los han estudiado sabemos que, aunque marginal territorialmente, el Principado había participado de la administración del reino, en el siglo XVIII con muchos y buenos administradores. Campillo, Campomanes, Jovellanos o la sabiduría desde aquí del padre Feijoo. Y daría en el XIX, hombres combativos, cultivados en las letras del pasado y siete firmantes de la primera Constitución española: Argüelles, Toreno, Cañedo, Inguanzo, de la Vega, Vázquez Canga, Sierra y Llanes. Ellos, desde distintas posturas, fueron de lo mejor en su hechura. A partir de ahí, la construcción del Estado liberal tuvo también sello asturiano.

 La feliz coincidencia de este 25 de mayo de 2021 con la fiesta local de la Balesquida hace que este acto evocando una guerra, «cosa de hombres» como el viejo anuncio, tenga sello femenino. En los hechos de mayo anteriores al 25, al menos dos mujeres, Joaquina Bobela y Marica Andallón, lograron reconocimiento y honores. Doña Velasquita Giráldez lleva desde el siglo XIII siendo recordada como benefactora por la ciudad. Yo misma, con vuestro permiso me cito, como introductora agradecida, tengo mi nombre vinculado a dos opuestos de aquella historia (a Napoleón y a la primera Constitución Española que resultó de ello, La Pepa de 1812). Habiendo historiadores, juristas y filólogos que en nuestra Universidad han estudiado y saben mucho de este tiempo, elegir a una archivera-bibliotecaria es un honor profesional de reconocimiento para un trabajo destinado a poner a disposición de los investigadores los documentos que organiza, conserva y divulga.

 Finalizo. Quienes llevan décadas celebrando este acontecimiento (la Asociación de Amigos del País, la Asociación de Recreación Histórico Cultural de Asturias o la Fundación Gustavo Bueno) hoy se sentirán satisfechos. Debemos estarlo todos, pues como decía el gran Jovellanos, que no vio terminar la guerra y resistió las ofertas del rey intruso:

 "No nos olvidemos de lo que fuimos ni dudemos de lo que somos… cada nación tiene su carácter que es el resultado de sus antiguas instituciones… lo que importa es perfeccionar la educación y mejorar la instrucción pública; con ello no habrá preocupación que no caiga; error que no desaparezca; mejora que no se facilite"

 

Palacio del conde de Toreno, 25 de mayo de 2021