Era un 23 de diciembre de 1963, en el cuartel sito a la entrada de la localidad de Nueva de Llanes, en pleno corazón del oriente de Asturias, nacía Juan, entre la mirada de sus hermanos pequeños, José María y Juliana. Ambos con los ojos grandes, miraban asustados cómo su madre traía al mundo a su hermanito pequeño.

Allí comenzaba con ilusión una nueva etapa en Nueva de Llanes, pequeña localidad a la que dos años antes habían llegado destinado su padre José, guardia civil, y su esposa Saturnina, procedentes de Extremadura, una tierra que veía en aquellos años cómo muchos de sus vecinos emigraban en busca de una vida mejor. Con una maleta repleta de sueños, afrontaban el nuevo periodo en una tierra bañada por el verde y con el azul del mar, que nunca antes había visto y que rugía con fuerza.

José, el padre, recorría en interminables correrías con capa, tricornio y máuser al hombro, las pequeñas localidades del valle San Jorge, departiendo con los lugareños que se encontraba, segando, con las vacas o labrando la tierra, y recordaba con ellos sus orígenes, la dureza del campo. La nobleza, sencillez y acogimiento de aquellas gentes le resultaba familiar. Noche tras noche, desde la playa de San Antolín hasta la playa de Guadamía, mirando con asombro el mar, en silencio, sin tratar de impresionar al compañero de correrías, se abrigaba con su verde capa en la humedad y brisa de la noche, pensando en su mujer y sus tres pequeños.

Juan comenzaba a dar sus primeros pasos, cogido de la mano de su madre y hermano, José María: “¡Ten cuidado que no salga a la carretera tu hermano!”. El cuartel franqueaba una de las entradas al pueblo, con el Picu Socampu y el Picu Mediodía como guardianes impertérritos del valle San Jorge. “¿Vaya tres críos más guapos, el pequeñu cuántu tiempu tiene?”, preguntaba una mujer del pueblo al pasar por delante del cuartel y ver corretear a los tres críos. “El mayor, seis; la peque, cuatro; y el pequeño, dos”, respondía Saturnina.

Ya con siete años, Jose María hizo su primera comunión en la iglesia parroquial de Nueva. Sentado en aquel banco de la iglesia vestido de marinero, miraba al retablo mayor y pensaba: “Ojalá yo algún día también monte un caballo blanco como San Jorge”. En los bancos de atrás, sus padres, José y Saturnina, con Juan y Juliana en los brazos le miraban orgullosos y emocionados.

Alguna tarde de verano, la familia paseaba hasta la playa de Cuevas del Mar, donde los tres pequeños correteaban por la fina arena, ante la mirada de sus padres, José, de uniforme, y Saturnina, tertuliando con otras familias del pueblo. Allí merendaban mientras caía la tarde.

Dos años más tarde, José fue trasladado al puesto Lieres, en busca de un destino mejor, y quien sabe, si algún día un futuro mejor para sus hijos, y con la añoranza de poder regresar algún día a su Extremadura natal.

Los años fueron pasando y, allá por los años 80, Jose María, el mayor de los hermanos, decidía ingresar en la Guardia Civil, mientras Juan cursaba sus estudios de primero de BUP. Un buen día, mientras comían, Juan dijo a sus padres: “Papá, quiero ir al Colegio de Guardias Jóvenes”. “Pero hombre, Juan. ¿Por qué no acabas el BUP? ¿Que vamos a ser todos guardias en esta familia? Con dos ya tenemos bastante”, le respondió. Pero sin convencerle: “Sí, papá, es lo que quiero ser, como tú y como mi hermano”.

En septiembre de 1980, con apenas 17 años, Juan ingresaba en el Colegio de Guardias Jóvenes, donde llevó a cabo su curso de formación. Cuando le preguntaban sus compañeros “y tú, ¿de dónde eres?”, respondía siempre: “Soy de Nueva de Llanes- Oviedo”. Y es que Juan se sentía de Nueva.

En 1983 recibía su despacho de Guardia Civil en la explanada del Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro, y aún podía recordar la imagen de su padre con capa verde y tricornio, caminando a la altura del Palacio del Conde, los guardias en la puerta del cuartel y los críos en la escuela contigua. Y pensó: “Ya soy como mi hermano Jose María y como mi padre”.

Su primer destino, Gerona, donde coincidió con su hermano José, el cual le daba consejos de hermano mayor y de compañero veterano. Allí estuvo dos años y se casó con la que era su novia, una chica joven que había conocido en su tierra natal de vacaciones.

En mayo de 1985, Juan fue destinado a la Comandancia de San Sebastián (Guipúzcoa), en un momento en el que la organización terrorista ETA cometía atentados día tras día, así hasta completar su macabra lista de víctimas y heridos.

Tan solo dos meses después, ya en pleno verano y coincidiendo con las fiestas de San Fermín de Pamplona, aquella fatídica mañana del mes de julio, Juan y Antonio Jesús eran acribillados por dos terroristas dentro del coche en el que poco antes acababan de llegar a la Delegación de Hacienda de la capital donostiarra. Los asesinos, con pañuelos de fiestas anudados al cuello para pasar desapercibidos, huían del lugar precipitadamente.

Aquella mañana, la vida de dos jóvenes se truncó para siempre, como la de tantos otros, víctimas inocentes de una banda criminal que durante sesenta años azotó vilmente este país, dejando una interminable lista de muertos, heridos, secuestrados y extorsionados. Tras su muerte, y después del funeral presidido por el entonces Ministro del Interior, Barrionuevo, y autoridades, los restos mortales de Juan fueron traslados hasta Cáceres, y los de Antonio hasta Córdoba.

Nada nos hubiera gustado más que descubrir la vida de un vecino del valle San Jorge con una historia distinta a esta. Sin embargo, te recordamos, Juan, y te hacemos nuestro trayendo a nuestros días tu memoria y tu vida, imaginando tus primeros pasos sobre la arena de la playa de Cuevas del Mar y con la convicción de que parte de nuestra tierra siempre estuvo y estará para siempre en tu alma.

En su memoria y recuerdo, hoy, día 29 de mayo, tendrá lugar un acto homenaje y posterior misa en su localidad natal, Nueva de Llanes (Asturias). A las 17:30 horas se descubrirá una placa frente al inmueble donde nació y vivió, y a continuación (18:30 horas) habrá una misa en la iglesia parroquial de dicha localidad.

“La verdad es la verdad y ningún hombre puede cambiarla” (Dietrich Bonhoeffer, teólogo antinazi alemán).