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"Llamé 123 veces": tres testimonios de los problemas en los centros de salud de Asturias

El milagro de conseguir cita sanitaria, en primera persona

Pacientes a las puertas de un centro de salud ovetense.

“Tratamos de recuperar el trabajo previo a la pandemia, pero el covid no nos está dando tregua”. La “tormenta perfecta” que satura los centros de salud asturianos es un cóctel endiablado que incluye los efectos del repunte juvenil de la pandemia, la carga de trabajo que el coronavirus dejó pendiente y la dificultad de compatibilizar la atención presencial con la telefónica. Sumados el agotamiento, las vacaciones del personal, y la falta de recursos que persistentemente denuncian los profesionales de atención primaria, todo desemboca en la situación que estos días están sufriendo y denunciando los usuarios, con decenas y decenas de llamadas sin respuesta, y una sobrecarga de actividad creciente en los centros de salud.

A continuación ofrecemos tres testimonios en primera persona de los problemas que se viven en los centros de salud.

123 llamadas sin suerte

Mariola Riera

Más de 120 llamadas de teléfono, en concreto, 123. La primera, a las 9.27 horas; la última, a las 17.40. Objetivo: contactar con el centro de salud de Pumarín, en Oviedo, para actualizar la receta electrónica. Misión imposible. A veces, en vez de comunicar, daba el tono de estar contactando. Pero el gozo en un pozo. Nadie descolgaba al otro lado del teléfono. El fin de las llamadas no fue por haber conseguido contactar con el consultorio, sino por aburrimiento y porque no es plan pasarse el día entero marca que te marca. Hay más cosas que hacer, por ejemplo, trabajar. Afortunadamente la gestión no es urgente; mejor dicho, no todo lo urgente que suele ser tener que ver o hablar con el médico. Pero es ineludible. Así que hoy mismo, vuelta a empezar. A ver si hay suerte. Porque contactar con el médico de cabecera en Asturias es, en algunos centros de salud, una lotería.


Curarse de espanto

Luján Palacios

No hay mejor cura que la de espanto, parafreseando a alguna abuela sabia. Ser sensible a los pinchazos y más si hay tubos de sangre de por medio es todo un inconveniente: no es la primera vez que una tiene que tumbarse y esperar a que pase el zumbido de oídos y la bajada de tensión. El récord lo tengo en una media hora de descanso forzoso antes de recuperar la verticalidad con garantías. Pero he ahí que ahora el proceso es a la inversa: la media hora larga es la que me pude pasar taladrando el teléfono hasta que conseguí cita para una extracción. Podrían haberme puesto la camilla para la larga espera, y a lo mejor en horizontal el tiempo pasa más cómodamente. Hicieron falta 25 llamadas al centro de salud para que alguien me atendiera. Eso sí, con la mayor amabilidad del mundo y facilitándome un cambio de horario. Esta vez ya voy tumbada de casa.


Vacúnate en la DGT

Franco Torre

Hace un par de años me multaron en Bilbao, por correr más de la cuenta. No habían pasado quince días y ya tenía la factura en casa. Pensaba en eso tras llamar por cuarta vez al 984016114, el número para confirmar la cita previa para vacunarme del covid. Soy del 79 y todos mis compañeros del instituto ya se habían pinchado al menos una vez. Yo, nada. Llamada tras llamada, un robot me decía que el móvil desde el que llamaba no era el que tenía anotado el Servicio de Salud, pero no actualizaba mis datos. Me lo aclararon en el centro de salud de mi pueblo: tenían apuntado el fijo de mis padres de hace quince años. “Escríbeles un e-mail, funciona mejor”, me aconsejó la administrativa, eficiente y amable como un robot no lo será nunca. Acertó: el domingo me pusieron la primera dosis. Pero no dejo de pensar que, si la vacunación la llevara la DGT, ya estaría todo el país inmunizado.


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