Cómo acercarse a las piedras, cómo convencerlas para que te hablen. Seres aparentemente inanimados que solemos dejar pasar en nuestro oficio de escuchar historias y luego contarlas. Durante meses he recorrido castros en buena compañía y en busca de respuestas, algunas imposibles. De aquellas incursiones han salido seis libros que edita con mimo LA NUEVA ESPAÑA –este fin de semana llegará la segunda entrega a los quioscos junto con el periódico– y algunas experiencias que tienen que ver con el conocimiento interior, ese que no se puede plasmar sobre el papel.

En medio del paisaje castreño asturiano, de los abrumadores tajos provocados por las explotaciones romanas del oro, del acogedor ecosistema de los racimos de cabañas apretujadas bajo el abrazo de las grandes murallas, surgía recurrente una reflexión: nuestro reino por un día en el castro, por un viaje en el tiempo de más de dos mil años, por tener la oportunidad de observar sobre el terreno ese hacer cotidiano. Ver, escuchar y, si nos dejaran, preguntar. Hacer cien mil preguntas, tantas como respuestas pendientes tenemos hoy. Mirar a los ojos a quienes, anónimos, nos marcaron el camino.

Las máquinas del tiempo son hoy, todavía, ciencia ficción. Es cosa de esperar. Solo disponemos de otra máquina, la de la imaginación; y del poder para deducir, aun a riesgo de equivocarnos. Los cronistas del Imperio acuñaron una visión muy estereotipada de las sociedades prerromanas del noroeste peninsular. Y hoy, frente a esa barrera a veces infranqueable de los siglos, desde nuestra mentalidad contemporánea estamos, como poco, abocados a un sesgo catastrófico.

Pero mejor no asumir la derrota. No va en los genes humanos, especie con una propensión innata e irreflexiva a seguir avanzando más allá del último tramo de terreno colindante con el precipicio. En ese deambular eterno nos hemos forjado como civilización.

En relación con los castros, sentirse derrotados sería tanto como resignarse a dejar páginas en blanco. Más que páginas... el libro entero. Sería aceptar que nos desconocemos y eso es grave porque no hay peor montaña rusa que la de la desorientación.

Durante esos meses castreños de los que hablábamos, un puñado de competentes arqueólogos especialistas en las Edades del Bronce y del Hierro y en la época romana han sido destinatarios de una incesante batería de preguntas que provenían de “la parte periodística” de la expedición. Preguntas infantiles, dudas que en muchos casos tenían respuestas obvias. No hay nada más hermoso, porque en ello anida un reconocimiento de humildad, que el de preguntar a los que saben. La paciencia de historiadores como Ángel Villa Valdés y Jorge Camino Mayor, por citar a dos de los que, con generosidad infinita, se prestaron a cofirmar algunos de los títulos de la colección, solo es comparable a la insistencia de los periodistas-niño. En la profesión de comunicar solemos decir que no hay pregunta más profunda que un ¿por qué? En este sentido, después de decenas de viajes a los lugares más apartados de Asturias, mi compañero Miki López y yo mismo nos hemos convertido en filósofos, aun a costa de la salud mental de nuestros interlocutores.

Y volvemos al principio, a las piedras que componen el universo castreño, a la naturaleza geológica que en ocasiones encierra tesoros. Hay algo de esencia maternal en la piedra, origen de todo y contenedor en el viaje al más allá durante buena parte de la Historia humana.

En este tiempo he aprendido que las piedras no paran de señalarnos la ruta. Los suyos son mensajes cifrados, como el de un ordenador de hace tres milenios. Piedras parlanchinas, piedras transparentes como espejos en los que nos reflejamos. Citando a Borges, que siempre queda bien: “A veces en las tardes una cara nos mira desde el fondo de un espejo”.

Ahí estamos nosotros, ahí están ellos, reconstruidos en nosotros, como dos gotas de agua en el océano de la evolución. Esas piedras-espejo nos unen, y sobre ellas, acariciando esa piel de terciopelo de la pizarra o la rugosidad amable de la caliza, sí podemos sortear el presente, haciendo añicos las leyes de la Física, y conquistar el pasado.

El segundo volumen, de los castros del Navia, disponible ya el sábado


“Coaña, el castro perfecto” es el título del segundo libro de la colección “La Cultura Castreña Asturiana”, que edita LA NUEVA ESPAÑA y que, tras el espectacular inicio de la primera entrega (“Mil años en el castro”), llegará a los puntos de venta el próximo fin de semana, sábado 31 de julio y domingo 1 de agosto, y estará disponible por solo 4,95 euros más el periódico del día.

El castro de Coaña será la piedra angular del volumen. Se trata, probablemente, del castro asturiano más reconocible y cuyos orígenes se remontan a los inicios de la Edad del Hierro.

No obstante, el volumen, firmado por los periodistas de LA NUEVA ESPAÑA Eduardo García y Miki López, incorpora también información sobre otros castros de la zona occidental, como el de Pendia, en el concejo de Boal, o el de Mohías, en Coaña. Además, se desvelan algunas costumbres de los habitantes de estos poblados fortificados, como su alimentación. Nuevos libros de la colección irán saliendo a la venta en los siguientes fines de semana.


LA NUEVA ESPAÑA reedita el primer libro tras su gran acogida


El primer volumen de la colección “La Cultura Castreña Asturiana”, que lleva por título “Mil años en el castro”, registró un gran éxito el fin de semana pasado, cuando salió a la venta junto con el periódico en los quioscos. Los volúmenes se agotaron en muchos puntos de distribución. Por ello, se publicará una nueva edición del libro y los interesados que no pudieron hacerse con él o aquellos que hayan decidido ahora iniciar la colección pueden encargarlo en sus puntos de venta habituales. Ese primer volumen, “Mil años en el castro”, constituye una introducción general y muy divulgativa del paisaje castreño asturiano. Los autores eligen a San Chuis (Allande) como el castro guía de la colección, que se convierte en el modelo para explicar las líneas maestras arquitectónicas e históricas de la cultura castreña. El volumen, además, recorre los increíbles escenarios de las míticas minas de oro en tierra astur, gestionadas por Roma. Un singular libro introductorio en el mundo castreño que se agotó en muchos quioscos en el primer fin de semana de venta de la colección.