Los castros marítimos situados en el litoral, unos tesoros arqueológicos asturianos en los que “podremos observar una secuencia completa de lo que fue la vida en ellos, desde la primera Edad del Hierro hasta la Roma imperial”, son los protagonistas del tercer volumen de la colección “La cultura castreña asturiana”, que llega este fin de semana a los kioscos junto con LA NUEVA ESPAÑA, y en la que participa José Antonio Fanjul, a quien sus amigos conocen como “Tono”. Es arqueólogo y ejerce de director técnico de excavaciones en el castro de Cabo Blanco, en El Franco.

–¿Qué suponen los castros para Asturias?

–El patrimonio de la región no es comparable al que puedan tener Andalucía o la Meseta, por ejemplo. Nuestras mayores peculiaridades son el arte paleolítico, la cultura castreña y, por otro lado, el Prerrománico, por lo que son nuestra seña de identidad.

–Se dice que hay menos de un 5% de la superficie castreña excavada y estudiada en Asturias. ¿Por dónde empezar?

–Lo primero que habría que hacer es conservar lo que ya está cavado. Intentamos continuamente estar reparando ciertas obras del poblado que, por el paso del tiempo, se han ido deteriorando. El primer mandamiento es siempre conservar antes de meterte en otras zonas.

–¿Qué supone el castro de Cabo Blanco, al que está especialmente ligado?

–Supone uno de los pocos castros explorados dentro de la costa asturiana y, en particular, de la zona que corresponde con el interfluvio del Navia y el Eo. Con este castro tenemos una secuencia completa de lo que fue el poblamiento en esta zona, desde la primera Edad del Hierro hasta la Roma imperial.

–Un castro que no parece un castro porque se taparon las construcciones para preservarlas. ¿Por qué unos castros se tapan y otros no? ¿No es un poco frustrante para un arqueólogo esta situación?

–Un castro, una vez que se abandona, adquiere un equilibrio que lo mantiene, y nosotros lo rompemos a la hora de excavar. Por lo tanto, la mejor manera de preservarlos es taparlos al acabar de estudiar. No es ninguna tragedia. Y en el caso de que hubiera que destaparlo otra vez para cualquier fin, sería muy fácil. Siempre presta tenerlo a la luz, pero sería peor para su conservación.

–En Asturias la costa está plagada de castros marítimos. ¿Presupone que esos emplazamientos tenían que ver principal y directamente con los recursos marinos?

–Por supuesto, utilizarían los recursos del mar, como la pesca y el marisqueo, pero no hay que descartar la ganadería y la agricultura. Además, los castros costeros son peculiares porque la mayoría de ellos tienen los acantilados como defensa natural.

–¿Cuál cree que sería la capacidad marítima de las poblaciones del norte de la Península?

–En esa época tenemos como referencia la navegación de los romanos, puramente de cabotaje. Esto quiere decir que no se producía en alta mar, sino que se llevaba a cabo en la costa; no sería una navegación de altura, irían cerca de tierra haciendo escaladas en ciertos puntos accesibles para atracar. Todo esto lo podemos observar, por ejemplo, en los castros de Tapia de Casariego.

–Hablando de Tapia, hay once castros en apenas unos kilómetros cuadrados. ¿Hay que entender esto como una especie de “espacio metropolitano castreño”?

–No, yo no diría eso. La densidad, tanto de castros marítimos como de interior, en la mitad occidental es mayor que en la oriental, probablemente porque las condiciones eran mejores, o porque no tenemos claro aún el tipo de población que había por aquel entonces en el Oriente. Además, aparte de lo que conocemos, hay que tener en cuenta lo que desconocemos. Yo lo asimilaría más a las aldeas actuales, con agricultura, ganadería y pesca.

–La colección de LA NUEVA ESPAÑA acerca el mundo de los castros al público en general. ¿Produce cierto vértigo para un investigador asumir un lenguaje periodístico y muy divulgativo, no tan preciso como el técnico?

–No, en ese sentido entendemos que lo que nosotros hacemos es descubrir patrimonio, y este pertenece a todos. Lo más importante es que todo el mundo pueda entender lo que son los castros. Una cosa son los artículos que los científicos escribimos y otra cosa es la divulgación. Recalco que es vital que el gran público lo entienda.

–¿Qué le parece que existan iniciativas como esta colección?

–Me parece fundamental por todo lo que hemos hablado. Los castros no se deberían quedar en algo entre un grupo reducido de arqueólogos, sino que deberían llegar al gran público, y un periódico como LA NUEVA ESPAÑA está haciendo que suceda. Además, está actualizando aquellas publicaciones que hubo en los años noventa sobre la historia de Asturias, y que siguen siendo muchas veces referencia y sitio de consulta, no solo para la gente, sino para científicos y estudiantes de estos temas. Es una iniciativa de lo más loable.

–¿Qué nos podemos encontrar en los libros?

–La gente que los compre se va a encontrar un discurso bastante claro sobre lo que significaron ese tipo de poblados, sus modos de vida... Además, se pueden observar, de una manera muy didáctica, todas las transformaciones, los materiales que empleaban, como pueden ser las cerámicas o los metales... Y muchas otras cosas.

El tercer libro, “Los castros del mar”, llega a los kioscos el fin de semana


“Los castros del mar” es el título del tercer libro de la colección “La cultura castreña asturiana”, que edita LA NUEVA ESPAÑA. Tras la gran acogida de la primera y segunda entrega, llegará a los puntos de venta el próximo fin de semana, 7 y 8 de agosto, y estará disponible por solo 4,95 euros más el periódico del día. “Los castros del mar” es un impresionante homenaje a los paisajes cantábricos a través de los poblados de la Edad del Hierro que se fueron asentando en el litoral de Asturias, bien en la misma línea de costa colonizando cabos o bien en las proximidades marítimas y en las rasas litorales. El libro recorre los poblados castreños costeros del Occidente y del centro de la región (los del centro-oriental y oriente asturiano se abordan en el sexto volumen de la colección), desde O Corno, en Castropol, hasta El Molín del Puertu, en Gozón, ya con el Cabo Peñas en el horizonte. Y como todo viaje tiene un punto de partida, “Los castros del mar” lo inicia en el castro de Cabo Blanco, en El Franco.