Un tapón escanciador y un vaso de sidra fabricados a partir de la propia bebida regional. En realidad, a partir de los residuos que genera la elaboración del caldo: la magaya. Diez estudiantes de Ingeniería y de Comercio y Marketing de la Universidad de Oviedo han encontrado la forma de completar el ciclo de la sidra y transformar sus desechos en un material para imprimir objetos en 3D. “Estamos muy contentos, porque los lagareros no saben qué hacer con la magaya y nosotros hemos demostrado que se puede reutilizar y, además, el producto que generamos es biocompostable”, explica Pablo Berenguer, uno de los universitarios que participaron en el reto, gracias a la empresa Triditive.
La industria sidrera asturiana produce al año 9.000 toneladas de magaya, una pasta compuesta por pulpa, piel, pepitas y pedúnculos de manzana. Y la mayor parte de ellas acaban en el vertedero. Solo un pequeño porcentaje se utiliza como alimento para el ganado y abono de baja calidad para los praos. De ahí, el interés de la ciencia por buscar nuevas aplicaciones. Así, investigadores del Serida transformaron el año pasado la magaya en una harina rica en fibras y carente de gluten, ideal para elaborar alimentos de panadería y pastelería para celiacos. A esta idea se suma ahora la de un grupo de alumnos de la Universidad de Oviedo, que participaron recientemente en “UniOvi Innovation Skills”, una plataforma de networking y generación de ideas que conecta el talento joven con las empresas.
Los alumnos que trabajaron con Triditive en el sector de la sidra pertenecen a los grados de Ingeniería Electrónica, Industrial y Mecánica, y de Comercio y Marketing, así como de los másteres de Eléctrica y Mecatrónica. “La idea inicial era hacer un producto completamente nuevo a partir de la magaya, sin incorporar aditivos, pero hablamos con responsables de Idonial y nos dijeron que sería muy costoso y, por tanto, no competitivo en el mercado”, detalla Pablo Berenguer. Así los estudiantes asturianos optaron por lavar y secar el residuo de la sidra, convertirlo en polvo y mezclarlo con un bioplástico (PLA, que es el más comercial, o PHA, que es más biodegradable) para obtener el filamento con el que se imprime cualquier tipo de objeto en 3D. De esta forma, consiguieron productor un tapón escanciador, un vaso de sidra y una navaja de Taramundi. Las aplicaciones, no obstante, son infinitas. “Desde prótesis hasta tablas de surf”, pone como ejemplo Berenguer.
“Estamos muy contentos, porque los lagareros no saben qué hacer con la magaya y nosotros hemos demostrado que se puede reutilizar y, además, el producto que generamos es biocompostable”
La pregunta que surge ahora es: ¿Interesa comercializarlo? La respuesta es: no a corto plazo. La magaya para impresión 3D tiene como ventaja que reduce, por una parte, residuos y que tiene, por otra, una mayor velocidad de degradación respecto a los filamentos tradicionales que se utilizan hoy en día. El inconveniente es que esos filamentos –es una especie de cable grueso– tienen que cumplir con una serie de regulaciones, por lo que ya llegan a las fábricas con todos los certificados necesarios. La magaya no tiene nada de eso y habría que iniciar los trámites desde cero. Un proceso que, no obstante, no descarta emprender más adelante Triditive.