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Antonio Trigo González Ha dejado la jefatura del SAMU de Asturias tras diez años en el cargo

“En la pandemia, el 112 llegó a recibir 2.000 llamadas al día; fue una locura”

“Tuve que ir yo mismo a tomar muestras para PCR a la residencia de mayores de Grado, y me encontré al director llorando de impotencia”

Antonio Trigo, ayer, en Oviedo. | Víctor Alonso

Antonio Trigo González, mediano de cinco hermanos, nació en Valladolid (1959). Hijo de madre asturiana –de Turón–, siempre veraneó en el Principado. Estudió Medicina e hizo la mili en su ciudad natal, trabajó año y pico en Madrid y vino a Asturias a hacer la especialidad en medicina de familia. Acaba de poner fin a diez años al frente del SAMU, servicio que abarca las UVI móviles, toda la red de ambulancias convencionales y el Centro Coordinador de Urgencias (CCU). Este último dispositivo es la pata sanitaria del teléfono 112 y concentra alrededor del 70 por ciento del total de llamadas a ese teléfono de emergencias. Desde esta responsabilidad ha gozado de una perspectiva privilegiada –dramática en ocasiones– sobre de la pandemia de covid-19. Le ha sustituido en la jefatura del SAMU Raquel Rodríguez Merlo.

–¿Cómo llegó a ser médico?

–Hay muchos médicos en mi familia, supongo que me vino de ahí. Quería ser cirujano, pero no había plazas suficientes y terminé haciendo medicina de familia. De inmediato entré en urgencias del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Era cuando se estaban creando los primeros servicios con plantillas de especialistas. Fue una época muy bonita. Había que crear el servicio y tomar las riendas de los cometidos que se le daban. Estuve 24 años en urgencias del HUCA.

–¿Con quién coincidió?

–En aquella época acababa de llegar a la jefatura Francisco del Busto, con quien siempre he tenido una relación fantástica. Luego me lo encontré como consejero de Sanidad. Antes había estado de jefe Jesús Otero. Me gusta mucho el hospital.

–¿Y la especialidad?

–La urgencia adquiere sentido por la inmediatez de lo que haces con los pacientes. Es muy resolutiva: ves rápidamente si mejoran o empeoran. Es una especialidad que me atrae mucho y en la que he sido muy feliz. Cuando me ofrecieron, en 2011, la jefatura del SAMU, lo primero que hice fue llamar a Paco del Busto. Le di muchas vueltas. Pero al final pensé que, si no me gustaba, volvía a mi plaza y en paz.

–¿Y qué se encontró?

–Pues me encontré con el choque de realidad que supone ver la realidad de la Administración al otro lado de la mesa. La sanidad es un barco como el Titanic: si quieres maniobrar tienes que empezar a dar la curva mucho tiempo antes.

He coincidido con muchos gerentes y directores asistenciales del Servicio de Salud (Sespa). Es un trabajo oscuro, muy poco visible, pero son horas y horas de discutir, trabajar y buscar soluciones que muchas veces no existen. Cuando lo ves desde fuera no eres consciente del trabajo de esas personas que hacen cosas muy importantes para el sistema.

–¿Es desagradecida la gestión sanitaria?

–Muy ingrata. Por eso, porque es un trabajo agotador, en algunos puestos es bueno que haya rotación. Además, ya se sabe que los jefes siempre son los culpables de todo lo que ocurre, y cuando llega uno nuevo al menos se le da un margen de confianza.

–¿Qué ha sido lo mejor y lo peor en estos diez años al frente del SAMU?

–Lo mejor ha sido casi todo. He conocido a mucha gente. No tengo ni una mala palabra para nadie de los que estuvieron por encima de mí. Y, en lo profesional, he conocido la actividad de gestión, que ya digo que es dura y tiene sinsabores. Luego llegó el covid como una losa que se nos cayó encima.

–¿Qué fue lo peor de la pandemia?

–La primera fase, en especial de febrero a junio de 2020. No había horas en el día para trabajar: mañanas, tardes, noches... Fue tremendo. Y ver cómo colaboraron los profesionales y la gente de las gerencias fue asombroso. El balance fue muy positivo, a mi juicio.

–¿Por qué lo peor fue la primera fase?

–Porque estaba todo por hacer. No tuvimos plazo previo para organizarlo. El 29 de febrero apareció el primer caso, y el 7 u 8 de marzo ya teníamos cientos de llamadas. El gran problema era el colapso del 112. Si por las llamadas de la pandemia quedaba desbordado, si había un incendio o una persona con un infarto o un tren descarrilado no podían comunicarse con nosotros. Tuvimos que buscar una solución en cuestión de días para sacar del 112 todas las llamadas de la pandemia. Creamos un montón de líneas nuevas y contratamos a 40 personas para atenderlas en turnos. Y había que formar a esas personas para que pudieran hacer bien su trabajo. Afortunadamente, las urgencias médicas descendieron en Asturias y en toda España, pero seguía habiendo infartos, ictus, apendicitis...

–¿Cuál fue la llamada más intempestiva?

–Fue trabajar sábados, domingos, noches... a todas horas. Tuve que ir a las tres y las cuatro de la mañana por caídas del sistema. Y luego tenías la presión de arriba: nos decían que la gente llamaba y no se les respondía.

–Hubo mucha angustia...

–El volumen de llamadas era exagerado: llegamos a más 2.000 al día. Había gente que llamaba varias veces. Nosotros podíamos atender unas 700. Fue una locura. Nos agobiaba mucho que la gente no tuviera respuesta. El Centro Coordinador de Urgencias y el 112 sufrieron la pandemia de una manera brutal. En cambio, bajó la demanda de traslados de pacientes en situación de emergencia.

–Llegó a no dormir.

–Sí, los primeros días llegué a no dormir. Estaba cayendo la del pulpo, buscábamos soluciones, pero no podíamos aplicarlas sobre la marcha, a veces tardábamos uno, dos o tres días. Fue tremendo.

–¿Usted que veía entre los sanitarios?

–Mucho miedo, pero también muchas ganas de colaborar en todas las categorías profesionales. La gente dobló turnos, metimos personal de enfermería en el centro coordinador, que nos vino muy bien. Y todo el mundo preguntando... Fueron momentos de mucho estrés.

–¿Algún momento culminante?

–Recuerdo la residencia de mayores de Grado, donde estaba muriendo mucha gente. Había que ir a sacar 280 muestras de residentes para hacerles pruebas PCR. No teníamos gente. Y fui yo mismo con otros compañeros. Me encontré al director de la residencia llorando de impotencia. Dieron positivo un 80 por ciento de las muestras. Todo salió adelante por la enorme colaboración de la inmensa mayoría de los profesionales. Las otras olas fueron diferentes porque, aun siendo peores en números de afectados, ya estaba todo preparado.

–¿Ahora crece de nuevo la demanda en las urgencias hospitalarias?

–Hay tanta demanda como antes o más. Se nota cuando hay cosas que funcionan peor, en este caso lo que está pasando en Atención Primaria, porque el paciente busca las Urgencias como alternativa.

–¿Cómo ve la evolución de la pandemia?

–Me preocupa lo que está pasando en Reino Unido. No sé si llegará aquí. Allí aplicaron otras vacunas y solo pusieron una dosis... No sé. Pero esto no se ha terminado. El virus sigue aquí y no hay que perder de vista lo que ocurre en otros países.

¿Y ahora?

–He tenido la posibilidad de volver a mi sitio. Estoy viendo pacientes y me encanta. En estos años procuré mantenerme al día de las novedades médicas. Tenía muchas ganas de no acabar mi carrera profesional metido en un despacho. Ahora el jefe es Luis Antuña, que fue residente mío, y con quien también tengo una relación excelente, lo cual me facilita más las cosas. Tiene mucha capacidad para la gestión.

–¿Muchos cambios en diez años?

–Cuando dejé el servicio estábamos en el hospital antiguo. El nuevo HUCA es espectacular. Ahora se usa mucho más la informática y hay menos relación entre los profesionales. Pienso que funciona bien. Estoy en fase de reciclaje. Cuando acabo mi trabajo, lo acabo de verdad. Antes había llamadas y problemas todo el día. Me quedan dos años y pico en activo.

–¿Y después qué hará?

–Dedicarme más a mis hobbys: maquetas de barcos y de trenes, me encanta la madera... Cuando me jubile, me apetece mucho hacer una FP de carpintería. También me gusta la simulación de vuelo: ves sitios espectaculares... Cuando me jubile va a faltarme tiempo para todas mis aficiones. Y luego la vida, gracias a Dios, se ha portado muy bien conmigo: tengo dos hijos a los que les va muy bien; mi mujer, Inés, es enfermera del HUCA y llevamos juntos desde que yo tenía 18 años... A veces se me ocurre quejarme de algo, pero no encuentro motivo. Y me he encontrado con mucha gente buena. Por eso doy gracias a Dios todos los días.

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