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Real Compañía Asturiana de Minas: la historia nunca contada

Los industriales Lesoinne, Hauzeur y Laloux, de Lieja, fueron los impulsores y principales accionistas de la RCA desde su constitución hasta finales del siglo XX | La escritora Caroline Lamarche bucea en el archivo familiar, aunque no lanza una mirada amable al pasado por la dureza en la empresa

Caroline Lamarche, en su domicilio. | Mario Bango

A Caroline Lamarche nunca se le había ocurrido que el tesoro de su vida estaba albergado en los sótanos de la casa familiar de Lieja. Ella que era hija, nieta, biznieta y tataranieta de los fundadores de la Real Compañía Asturiana de Minas (RCA), hoy Asturiana de Zinc (AZSA), una de las grandes empresas mundiales de producción de zinc, jamás había dado importancia a aquellos legajos que su padre, Freddy Lamarche, ingeniero de minas, había recuperado de las oficinas de la RCA en París cuando AZSA engulló a la antigua sociedad belga.

Durante ocho años la escritora leyó todos los documentos y fue empapándose de un mundo, el de aquellos industriales pioneros, que le resultaba familiar, pero en el que nunca había reparado. Despertada la curiosidad volvió a Torrelavega, donde vivió los primeros cuatro años de su vida, porque su padre fue responsable de la mina de Reocín, y a Arnao, donde estaba la joya de la corona, el gran archivo oficial de la empresa que preserva con celo Alfonso García Rodríguez. Los viajes completaron la visión sobre una de las grandes dinastías de la industrialización española y asturiana: Lesoinne, Hauzeur y Laloux, todos ellos emparentados entre sí y todos antepasados de la autora. Y en cierta medida también de los Sitges, que son la continuidad de los belgas –apoyándose en Banesto, porque no eran propietarios–, hasta que el grupo multinacional suizo Glencore (a través de una OPA de su filial Xstrata) adquirió la empresa en 2001 y concluyó el largo viaje iniciado por Adolphe Lesoinne en 1833 cuando descubrió que la mina de Arnao –hoy un didáctico museo– es explotable.

El resultado de todo ello es “L’Asturienne” (La Asturiana), un volumen que acaba de editarse por Impressions Nouvelles, de Bruselas, y que ha tenido una acogida extraordinariamente positiva en Bélgica y en Francia. En él Lamarche aborda con sensibilidad, humor y espíritu crítico el lado humano y terrenal de aquellos rutilantes empresarios que durante más de un siglo convirtieron a la RCA en una de las grandes empresas industriales de España, Francia y Bélgica. Hoy diríamos que una multinacional. No es una mirada amable, no. La autora no esquiva los conflictos del pasado: las huelgas, los accidentes graves y el mal trato a los trabajadores mientras la compañía se convertía en una de las grandes de la bolsa de París. “Una empresa pionera del paternalismo, pero muy dura en los conflictos sociales”, argumenta.

Algunos libros sobre la compañía. | M. B.

Por eso comienza con dos citas. Una, del escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón, “porque me encanta cómo escribe, toca el alma”, se justifica Caroline en su casa en uno de los municipios flamencos que rodean a Bruselas. Y la otra, de Manuel Llaneza, el fundador del SOMA: “La armonía entre el capital y el trabajo no podrá existir nunca”. Y, claro, el libro parece querer demostrarlo. Pero siempre a partir de las cartas y los documentos familiares que dan una perspectiva nueva y totalmente humana de aquellos empresarios que se codeaban con los grandes de España.

“En realidad soy una escritora independiente”, explica, “y éste es el resultado de una herencia inmaterial de mi padre, el último Lamarche ingeniero; recoge el final de una época, cuando los belgas ya no existen en la empresa, de modo que el libro es la reconstrucción de lo que hemos perdido”. Que no es poco. “Por desgracia”, añade, “mi padre había muerto en 2001, cuando yo no tenía ningún interés en aquellos papeles, y este libro me reconcilia con él y sirve para transmitir a mis dos hijas la historia de la familia”. Su madre, Nicole Laloux, hija del último presidente belga de la empresa, Paul Laloux, falleció en febrero de este año y fue testigo de los avances de su hija y, “gracias a su prodigiosa y precisa memoria”, también una fuente de información impagable.

Los belgas en Arnao.

Adolphe Lesoinne (1803-1856), fundador de la Escuela de Minas de Lieja, es el primer gran personaje de esta historia. Entonces Bélgica era, gracias a las minas de carbón, la segunda potencia mundial –tras Gran Bretaña– de la Primera Revolución Industrial. El capital belga empieza a buscar fuera de sus fronteras nuevas explotaciones. Lesoinne descubre Arnao en 1833 y, como muere sin descendencia, es el segundo hijo de su hermana, Jules Hauzeur (1822-1909), el que se encarga de la explotación; pero antes en 1853 ponen en marcha, junto con capital español, la Real Compañía Asturiana de Minas (RCA) para la fabricación de zinc e instalan la fábrica en Arnao, al lado de la mina.

Este Hauzeur, que se casa con una Lamarche –de una familia adinerada con la explotación del tabaco, también en Lieja–, es el artífice del enorme desarrollo de la empresa gracias a que es “un gran trabajador y un viajero infatigable”. Vive a caballo entre Reocín, donde descubre una mina de blenda excelente, Arnao, París y Lieja, donde permanecen su mujer y sus cinco hijos. El heredero natural, Jules muere a los 25 años y es el menor de ellos, Louis (1876-1952), que no llegó a conocer a su madre porque ella falleció pocos días después del parto, el que sucede a su padre, “porque prefieren un familiar a un profesional competente”, según la autora. Louis era un “bon vivant”, criado por sus hermanas mayores y su tía Eleonore (la que da nombre a la primera locomotora de Arnao, restaurada y visitable a la entrada del Museo), gastizo y divertido, que aprovecha a fondo la gloria creciente de la empresa. Vive entre París, Bruselas, y Madrid y se escapa a Montecarlo en cuanto puede. Amante de los coches (los Rolls-Royce) y de los caballos (“gastaba unos 4.000 euros al mes en el pienso para su cuadra”), tuvo una vida de verdadero rico.

La empresa, que había nacido con la bendición de la familia real por los contactos de Lesoinne en España, recibe la visita de Isabel II, que baja a la mina de Arnao, y de Alfonso XII. Pero es Alfonso XIII el que traba amistad con Louis, el elegante y políglota belga, que aprovecha a fondo esa buena relación. Años más tarde esa misma baza jugará Francisco Javier Sitges –nieto del primer ingeniero Sitges que contrata Jules Hauzeur para dirigir la mina de Reocín– con el rey Juan Carlos I, para el que construye los yates en una de las filiales en San Juan de Nieva.

Pero Louis no vive como su padre en La Casona, hoy semiderruida, en Arnao y evita todos los conflictos (guerras mundiales y civil, grandes huelgas, Revolución del 34) sin visitar Asturias. El hijo de aquel primer Sitges, Juan Sitges Fernández-Victorio, será el encargado, ya desde Arnao, de custodiar sus intereses empresariales. La victoria de Franco será el principio del fin, que ilustra muy bien el libro con una foto, en 1949, del general de caza en los Picos con un envejecido Louis que parece poco entusiasmado con esa visita.

Franco y Azsa.

“El nacionalismo de Franco quería echar fuera a los empresarios extranjeros, en este caso a los belgas”, rememora Caroline, y, en efecto, “impone una dirección bicéfala en la que los españoles tenían el 60% del capital”. Esa operación, en 1960, se sustancia en la creación de AZSA, con una nueva planta en San Juan de Nieva para fabricar zinc mediante el método electrolítico “que ya se explotaba en Suecia y en Auby (Francia) donde la empresa tenía otras fábricas” y que supone el principio del fin de RCA. AZSA, bajo el control de Banesto, se convierte en la principal competencia de su matriz y acaba por absorber a RCA en 1980 por un precio simbólico. Ese período es el que vive en primera persona la autora con su abuelo Paul Laloux (1895-1983), hijo de una hermana de Louis, quien había muerto sin descendencia. Paul, el último presidente belga de RCA, es también el padre de Nicole, que se casará de nuevo con otro Lamarche –endogamia de la burguesía industrial–, con el que tiene cuatro hijos, la mayor de ellos la autora del libro.

Caroline vivió esos años en la sede de la compañía en la avenida Gabriel, de París, donde “al despertar podía ver la torre Eiffel desde mi habitación”, un lugar excelente, cerca de los Campos Elíseos, que AZSA vendió y hoy es uno de los mejores hoteles de lujo de la capital francesa. El libro se extiende sobre todos esos personajes y otros muchos, entre ellos un profesor comunista de Lieja, Maurice, que hace de contrapunto al salvaje capitalismo de los siglos XIX y XX, y que le pide a la autora que vaya a rendir homenaje a Aida de la Fuente en Oviedo, lo que Caroline cumple no sin esfuerzo. El comunista de Lieja se conocía al dedillo la épica de los mineros asturianos en la Revolución del 34 y en la guerra civil.

Por eso la historia se lee como una novela, aunque todos sean personajes reales que han transmitido por carta sus sentimientos más íntimos, “algo que se ha perdido hoy totalmente” para la autora. Desde la publicación ha recibido nuevas aportaciones sobre la empresa “como éste”, y aquí enseña un libro artesanal “que explica la razón por la que Cockerill, el gran empresario del acero, no entró con Lesoinne en Arnao aunque estuvo a punto de hacerlo”. Y lamenta profundamente que su padre, fallecido en 2001, no llegara a saber su interés por ese “legado enorme que él había clasificado cuidadosamente y que no parecía interesar a nadie”. Y esa es toda la herencia que los otrora potentados Hazeur, Laloux, Lemarche han recibido de la Real Compañía Asturiana de Minas.

Una escritora apasionada de Asturias

Caroline Lamarche (Lieja, 1955) es una muy reputada escritora francófona de Bélgica. Ha obtenido los premios Rossel y Goncourt. “L’Asturienne” es una revisión a fondo de la apasionante historia familiar, que ha merecido una amplia cobertura en los medios belgas y franceses, dado el prestigio de la autora. Nació en Lieja, de donde procede toda la familia, y desde los 4 meses hasta los 4 años vivió en Torrelavega y después hasta los 18 en París. Regresó a Bélgica a estudiar y se ha quedado en su país de origen, salvo algunas estancias en África para enseñar francés e inglés. Habla también español y es una enamorada de nuestro país: “Mi vida ha estado iluminada por España, mi segunda tierra”, confiesa. “Soy una apasionada de Asturias, me encantan sus gentes, listas y cariñosas; son muy parecidos a los de Lieja y ahora vuelvo cada año. Estuve en septiembre para llevarle el libro a Adolfo García Rodríguez, el encargado del archivo de AZSA”, explica. Durante su juventud la familia iba de vacaciones al chalet de Áliva, en los Picos de Europa, que el tío abuelo de su madre, Louis Hauzeur, mandó levantar para que el rey Alfonso XIII pudiera cazar y tuviera donde alojarse. Es un chalet espléndido, todavía abierto, que ocuparon después Franco y el rey emérito, Juan Carlos I, éste invitado por el ya desparecido Francisco Javier Sitges. Ha publicado en español algunas de sus novelas: “Estamos en el borde” (la ganadora del Goncourt) y “La memoria del aire”, traducidas por Raquel Vicedo y editadas en Tránsito. Es autora de otras cuatro obras. Entusiasta de españoles como Javier Marías o Javier Cercas y, por supuesto, de Ricardo Menéndez Salmón, “que ha sido muy bien traducido al francés, aunque yo lo he leído también en español”. Prepara una nueva obra “después del agotador trabajo” que ha supuesto ésta.

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