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Quinientos asturianos de ley

Javier Junceda recopila en un libro medio millar de reseñas de juristas nacidos o vinculados a la región, “indudablemente fértil en el Derecho”

Javier Junceda, con su libro “Juristas asturianos”. | F. Rodríguez

Si se ve en la tesitura de escoger, Javier Junceda Moreno escanea mentalmente las quinientas reseñas biográficas que recopila su libro “Juristas asturianos” y acaba parado en tres. Por su valía, sí, pero tal vez sobre todo por su poder simbólico, el jurista y escritor ha buscado la página de Melquiades Álvarez y las de dos de los jóvenes pasantes a los que el fundador del Partido Reformista acogió en su despacho de abogados madrileño en los albores del siglo XX: el que luego sería rector de la Universidad de Oviedo Leopoldo Alas y el catedrático de Procesal Francisco Beceña. Los engarza el hilo azaroso de aquella coincidencia y las crueles circunstancias en las que los tres fueron asesinados el mismo año fatídico, 1936, “el primero y el tercero por los republicanos, el segundo a manos de los nacionales. El cuerpo de Beceña ni siquiera ha sido encontrado”. Podrían ser ellos “los mejores del libro” por sus brillantes trayectorias truncadas, “por lo que tuvieron que padecer”, explica Junceda, pero fundamentalmente porque “para una persona con formación jurídica morir bajo el fuego de las balas es el fracaso de todo lo que ha estudiado”. Porque “por la sangre de un jurista debe circular razón, paz, convivencia”, y en esas muertes “no hay ni Derecho ni revés. Son el fracaso del Derecho y de una sociedad entera…”.

Estas historias, y otras muchísimas que las acompañan hasta completar el medio millar de personalidades ilustres, acaban de recibir la luz en la obra “que a mí me gustaría leer y tener”, dice el autor, un vademécum selecto de los juristas asturianos más insignes desde el siglo XV que viene a llenar un vacío bibliográfico insólito en un “colectivo tan clásico y numeroso como el nuestro”. El resultado demuestra la extraordinaria “dimensión” de la producción de egregios jurisconsultos que ha desarrollado esta región y conduce hacia una certeza que pertenece al catedrático Leopoldo Tolivar, administrativista como Junceda: “Ha habido pocos asuntos legales” que de un modo u otro “no hayan pasado por manos asturianas”.

Clarín, Jovellanos, Torcuato… No solo leyes. El “trabajo de filigrana” de recopilar y seleccionar nombres ha consumido seis años de tarea y una intensa labor de consulta de más de 120 obras y tuvo un primer adelanto, resumido, en el discurso de ingreso de Junceda como miembro de número permanente del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), el pasado julio. Debe quedar dicho que esto no es solo una recopilación de vidas ilustres de la judicatura asturiana, ni siquiera de la multitud de oficios relacionados con el Derecho que han existido en seis siglos. Para orientarse entre la enorme cantidad de personalidades que componían su materia prima, el seleccionador ha usado como criterio el “rastro bibliográfico”, escogiendo así “aquellos que han tenido especial relevancia por sus obras, por su propia ejecutoria jurídica o extrajurídica o por su trascendencia popular o maestría en sus quehaceres”. Así van apareciendo presidentes del Supremo, abogados, jueces, magistrados y eximios académicos del Derecho, pero también literatos (de Clarín a Palacio Valdés y a Pérez de Ayala) y treinta nombres entre ministros y presidentes o vicepresidentes del Gobierno o de las Cortes (de Jovellanos, Campomanes y Canga Argüelles a Torcuato Fernández-Miranda o Fernando Morán). Hay figuras descollantes en el periodismo, en las letras y las artes, la política, la filosofía y hasta los oficios eclesiásticos o militares…

Emigrar para triunfar.

Escribe Junceda que una característica transversal de su galería de ilustres es la de haber compaginado “el ejercicio del Derecho con otros afanes intelectuales o culturales, lo cual apunta a la médula de todo buen jurista, que es precisamente ser una persona cultivada, amante del saber” y caracteriza a la carrera de leyes como “inigualable base formativa para otros saberes y ejercicios”. Buscando hilos invisibles que los conectan, el jurista ha dado asimismo con la constancia de que “aquellos que han despuntado lo han hecho tras formarse aquí y desarrollar sus vidas profesionales fuera de Asturias”. “No es muy extensa la nómina de los que destacaron quedándose aquí”, lo cual no es un atributo privativo del Principado, dada la “vis atractiva”, dice, que ha ejercido siempre Madrid como capital de España y durante mucho tiempo incluso de Hispanoamérica.

Dos “siglos de oro” y una contracción a partir del XX.

El autor organiza la galería por concejos y áreas de procedencia y descubre que Oviedo hace valer su condición de sede histórica de la Universidad y de los centros jurídicos de la región. El recorrido geográfico e histórico acaba caracterizando a Asturias como “una zona indudablemente fértil en hombres de derecho, que han obtenido lejos del terruño éxitos extraordinarios en los más variopintos ámbitos jurídicos”. En tan amplio espectro temporal hay, no obstante, altos y bajos. Los “siglos de oro”, en términos de influencia, serían el XVIII y el XIX y “es de notar que Asturias ha ido progresivamente perdiendo actores en la vida nacional a medida que han pasado los años”, y que el descenso en cantidad y repercusión se hace especialmente notorio a partir de los primeros años del siglo XX.

Dos mujeres.

Si en esta selección, limitada a figuras ya fallecidas, hay solo dos mujeres, aclara el autor, es porque hasta 1935 no se colegió ninguna abogada. Las Partidas de Alfonso X el Sabio lo prohibieron durante siglos. Este libro rescata a dos pioneras: la ovetense Alicia García-Salcedo y la gijonesa María del Carmen Menéndez Manjón, las primeras abogadas colegiadas en Asturias.

De Onao al Alto Tribunal.

De la pujanza del pabellón de ilustres juristas asturianos y de su época histórica de mayor gloria da fe la constatación de que Asturias proporcionó en total cuatro de los 48 presidentes que ha tenido el Tribunal Supremo –un promedio que “no está mal” para la dimensión demográfica de la región, apunta el autor– y dos de los tres primeros. El que encabeza la lista es Ramón de Posada y Soto (1746-1815), natural de la minúscula aldea de Onao, en el concejo de Cangas de Onís.

Una pintada del siglo XVIII.

Hay sitio para prolíficas sagas familiares, para los asturianos que están considerados “los padres de algunas especialidades del Derecho en España” –“Posada Herrera o Ignacio de Otto entre los publicistas, los civilistas Traviesas o Jerónimo González, los mercantilistas Uría y Menéndez, los internacionalistas Sampil o Prida, el romanista Melquiades Álvarez, los historiadores Martínez Marina o Altamira, o los hacendistas Canga Argüelles y Flórez Estrada…”– y hasta para la anécdota y el elogio del ingenio. Así, en el capítulo dedicado a José de Mier, nacido en Alles (Peñamellera Alta) en 1677 que ejerció la magistratura en Valladolid, se recuerda una pintada ofensiva en los muros de la chancillería vallisoletana que jugaba con su apellido así: “Mier da autos de repente / los autos que Mier da/ pasan por el presidente”. El aludido respondió añadiendo debajo, de su puño y letra: “Entienda el señor letrado / aunque sea muy persona / que entre la mier y la da / ha de poner siempre coma”.

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